Muchos de mis colegas, algunos respetados, otros nada más vistos con la condescendencia entre quienes nos conocemos entre todos y entre todos nos conocemos todo, se han pronunciado contra la audacia selectiva (no censora) de las televisoras estadounidenses las cuales en un digno arranque ante las patrañas de Donald Trump en torno a un fraude electoral, le apagaron las cámaras.
He escogido deliberadamente la palabra “selectiva” frente a la aceptación y consecuente difusión de un discurso, en lugar de la palabra “censura”; por una razón: la censura proviene del poder público. La selección y jerarquización de sus contenidos (olvidemos el rollo de los “derechos de las audiencias”) es atribución legítima de los periodistas.
Un periódico, una radiodifusora, un canal de televisión y hasta una plataforma de internet, decide si quiere o no divulgar un mensaje, especialmente cuando se le sabe vil propaganda.
El recurso de los políticos, de convocar a los medios porque éstos en su naturaleza deben estar pendientes de cualquier declaración (sobre todo cuando la declaraciones sustituyen a los hechos), convierte a los periódicos y televisoras en “call girls”.
Van cuando los llaman y se prestan a cualquier cosa. Algunos venalmente; otros ni eso.
Pero eso se ha perdido de vista tanto como la naturaleza del periodismo. Cuando los teóricos comenzaron a definir esta actividad como el “mass media”, se empezó a considerar más importante la estructura informativa y menos valioso el tamiz profesional de la información.
Se ha llegado al extremo de creer en el automatismo (le llaman “objetividad”): las cajas de resonancia deben resonar sin razonar.
En ese sentido los políticos aspiran a medios “pavlovianos”: deben responder con el estímulo de una llamada o de un silbato o una campana.
Eso sucede por ejemplo, con la clientela de las mañaneras. A pesar de la importancia del emisor, no todo cuanto el Presidente dice es cierto. A veces ni siquiera acertado. Mucho menos real. Tampoco atinado.
Si a estas conferencias les quitamos la paja y les dejamos exclusivamente el contenido noticioso, no dan ni para diez minutos por día. Pero lo noticioso (cada vez menos; por eso ahora duran más), es la conferencia en sí misma, a pesar de la reiteración conceptual (no informativa) y la planicie noticiosa.
Pero guay de quien la desdeñe. Le cae la ira.
El Taller de Comunicación Política SPIN, de Luis Estrada nos avisa: ya vamos a la conferencia número 500.
Si cada una ha durado en promedio dos horas, esto expone (sin llegar a la desmesura del día once de tres horas con doce minutos), cómo se han ocupado mil horas (con algunos discursos en giras y otros mensajes), el equivalente a 40 infatigables días , en escuchar y divulgar mentiras y medias verdades; exageraciones y propaganda descarnada, remembranzas de un pasado imaginario, clases (distorsionadas) de historia y regaños, pendencias y malos chistes. Ya se cuentan más de 28 mil afirmaciones falsas.
Y decir afirmaciones falsas, es una cortesía eufemística de SPIN para no decir, mentiras.
Así pues esas mil horas significan algo lamentable: los medios han colaborado en un ejercicio de propaganda, adoctrinamiento y apoyo al gobierno, sin capacidad alguna para discernir, seleccionar y cribar la calidad de los mensajes, hasta cuando se les asestan amenazas y acusaciones, como esa de atacar a un presidente indefenso e inerme, con ferocidad no vista desde el maderismo.
Todos se han puesto el disfraz.
Y frente a eso las televisoras y otros medios estadunidenses se rebelaron y dejaron a Trump hablando a solas con sus mentiras.
En su más reciente colaboración internacional, publicada en decenas de diarios, CRÓNICA, entre ellos, Mario Vargas Llosa habla del edén periodístico. Su “Piedra de toque” cumple 30 años.
“…El periodismo significa la libertad, criticar lo que nos parece malo y elogiar lo bueno, aunque las nociones de bueno y malo cambien radicalmente de una a otra persona. Mientras haya esa diversidad en la prensa un país es libre, y, cuando comiencen a ocultarse las cosas, dejará de serlo…”
Y yo agregaría algo: también es un ejercicio de libertad publicar lo visiblemente conveniente y desdeñar las mentiras evidentes, la propaganda falsa, las “fake news” patentadas desde la cima del poder, sólo por veneración al poder.
Decirle al rey desnudo, no me quiera ver la cara, ni pida mi ayuda para vérsela a los demás. Frente a eso valen poco los gimoteos de algunos: ¿ censuraron información de la Casa Blanca?
Pues sí, para no ser cómplices del engaño.
–0–