Como ningún otro, Charles Chaplin supo maravillar a muchas generaciones y estoy seguro que lo seguirá haciendo. Todos, de pequeños, lo vimos y disfrutamos en esas escenas que van de lo cómico a la ternura, de la pobreza a la resistencia contra la deshumanización del trabajo, de las situaciones más inverosímiles al amor (que también lo es); pero nos hacía falta crecer un poco, adquirir algo de perspectiva, para admirar plenamente todo su genio, sus más trascendentales contribuciones al cine o su vanguardismo artístico.
Ahora esa perspectiva es más amplia, porque pasado un siglo se sigue reconociendo todo su talento a través de una de sus obras emblemáticas y que más han divertido, emocionado y hecho pensar a millones y millones de seres humanos, La quimera del oro.
Y todo esto viene a cuento porque me entero que esta película, estrenada en 1925, tiene un segundo reestreno. El primero tuvo lugar en los años cuarenta, cuando Chaplin decidió ponerle una banda sonora (demostrando una vez más sus finas dotes de compositor) y narración en “off”, así como descartar algunas escenas, todo lo cual le valió a la cinta obtener dos nominaciones al Oscar.
El segundo reestreno que estamos viendo es posible gracias a que, para celebrar su centenario, fue completamente restaurada en 4K, una resolución inimaginable en la época de Chaplin, calidad con la cual volverá por estos días a ser proyectada en más de 70 países (incluido México, se supone, pero francamente no la he podido encontrar en ninguna cartelera; espero estar equivocado y que esto no confirme que las instituciones culturales del país están como la famosa cabaña de la película, a punto de caer al precipicio).
Yo creo que la vi por primera vez en la televisión mexicana, tal vez en el canal 11 (convertido hoy lamentablemente en un nido de propagandistas oficiales), en sus inolvidables funciones nocturnas que aproximaron a muchos a lo mejor de la cinematografía universal. Luego, cada que pude, la disfruté en algunos cineclubes universitarios y en todas las pantallas en donde me fue posible. Ahora es posible verla en sus versiones de 1925 y 1942 en Youtube, en blanco y negro, y hasta coloreada; y me imagino que pronto estará disponible la de 4K.
No es para menos, La quimera del oro está y estará para siempre en los catálogos de las películas más importantes de la historia del cine. En consecuencia, tenía que estar incluida en la selección de John Kobal, Las 100 mejores películas (Alianza editorial, 1990), en donde este gran historiador del cine y fundador de un acervo impresionante de fotografías comerciales relacionadas con la industria cinematográfica, The Kobal Collection, nos hace notar varias cosas interesantes acerca de esta obra.
La primera es que está inspirada en una tragedia, la de la Expedición Donner-Reed, un grupo de pioneros norteamericanos que en el invierno de 1846-1847 quedó atrapado en la Sierra Nevada sin víveres, llegando a comer incluso los cordones de sus zapatos antes de llegar al canibalismo. Que la tragedia y la comedia van de la mano es algo que Chaplin sabía perfectamente (“mirada de cerca, la vida es una tragedia, pero vista de lejos, parece una comedia”, dijo).
Así que no dudó en darle un giro a esta historia, ubicándola en la fiebre del oro de Alaska, lo que exigió que la producción de la película fuera toda una proeza. Kobal nos cuenta que “Alaska, incluyendo una cadena montañosa a pequeña escala con sus cimas nevadas, tuvo que ser recreada en el estudio, y supuso el trabajo de 500 artesanos escénicos durante nueve semanas; para simular la nieve y el hielo artificiales, se necesitaron 200 toneladas de yeso, 285 de sal y 100 barriles de harina, al tiempo que se usaron cuatro carretillas de confeti para las escenas de la tempestad de nieve”.
El resultado valió la pena. La cinta fue un éxito en el mundo entero. Cuando The golden rush se estrenó en Berlín, el público quedó fascinado, especialmente con la escena donde Chaplin, tenedores en mano, hace bailar a unos panecillos. La escena fue tan aplaudida que el dueño del cine ordenó que se volviera a proyectar y que la orquesta tocara de nuevo la música que la acompañaba.
Creo que hoy, a pesar de sus cien años, esta película sigue demostrando por qué era, entre todas, la preferida del gran Charlot, esa que mejor lo representaba y con la que, según él mismo, le habría gustado ser recordado. “He hecho en esta película lo que quería hacer. No tengo disculpa ni pretexto. La he hecho tal y como quería”, llegó a decir.
Los historiadores del cine como René Jeanne y Charles Ford le dieron la razón: “En todo caso, es el más equilibrado de todos sus filmes, donde lo cómico y lo patético están más armoniosamente dosificados y dispuestos, y también el que contiene el mayor número de escenas cumbre que se han convertido en páginas de antología”.
Y es igualmente la cinta en la que se confirma lo que respondió George Orwell cuando él mismo se preguntó cuál era el don peculiar de Chaplin: “es su capacidad para representar una especie de esencia concentrada del hombre común, la indeleble creencia en la decencia que existe en el corazón de la gente común…” Sí, Charlot es eso, el hombre común poniendo en alto a la especie humana, viviendo una quimera como si nada, encontrando el oro y a la chica de sus sueños, todo para seguir vistiendo como vagabundo.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez






