1720, Ciudad de México.
Juan Antonio de Urrutia aún tiene en su memoria —cuando niño— de aquellos consejos que el presbítero Jacinto Garay le aleccionaba en los pocos ocho meses que estuvo en el colegio, aunque su padre no sabía leer ni escribir, ese tiempo le permitió hacerse de lo que tuviera para poder defenderse en la vida. Un real al mes para los que quisieran aprender a leer y dos reales a quienes también desearan escribir, si ya también querías aprender a cantar ¡serían tres! En aquella desvencijada escuela del Valle de Gordejuela.
La voz del presbítero resonaba:
—¡Que de jumento jamás deberás ser tildado Juan Antonio! Lo poco que has sacado de provecho te servirá para toda tu vida, sin embargo, los tiempos que se viven son más para esperar hacer de comercio en ultramar, en la Nueva España, a donde raudo deberás de partir ¡no esperéis!
—¿Cómo comenzaré los negocios? No tengo un real por la mitad.
—¡Con la divina providencia Juan Antonio! ¡la divina providencia!
Construcción del onceavo arco del Acueducto de María Santísima de las Clarisas Capuchinas, Ciudad de Puerta de Tierra Adentro, 1730.
Más allá de esta Tierra de Puerta Adentro, existen amplias planicies que en su mayoría son desérticas, pareciera de manera imposible que los anteriores nómadas lograran hacerse de un arrojo de vida en tan inhóspitas regiones, porque no solo el infernal desierto y sus calores de brazas les daban sentir, aquellas llanuras se convertían en gélidas noches al sentirse los aires y desenfrenos del viento que carcome la piel, por ello el Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, tercer Marqués de la Villa de Villar el Águila, se asombraba que los indios procedentes de aquellos valles fueran los mayores trabajadores del acueducto —obra por sí singular y con merced pública del agua—.
Aquellos nativos obedecen al bando que en 1541 el Virrey Antonio de Mendoza, aplica la ordenanza de la congregación de indios y naturales para la proporción de obraje y trabajo en esta ciudad de Puerta de Tierra Adentro, para el beneficio de los habitantes, en donde sea concreto la existencia de la conformación de gobernadores de pueblos de indios, la unión y administración de ellos en los llamados barrios.
Con ello — siendo una gran mano de obraje y albañilería— se contaban por cientos los que venían de aquellas planicies de los nómadas arraigados a esta ciudad nueva de peninsulares, se contaban en el censo a descendientes de pames, guamares, tecuexes, caxcanes, zacatecos y guachichiles, razas fuertes y destinadas a la fuerza del obraje en albañilería, su comida de por mucho en que contar estaba en la recolección —maestros en estos menesteres, sabiendo distinguir en mucho enfermedades y herbolaría— dependían de tunas, mezquites, bellotas, ciertas semillas y raíces.
Los llamados uitzazaztli son los cactos que sabían a bien distinguir para su alimentación, no solo les comían y bebían, o les combinaban con frutos de lo que llaman tuna, así como sus brebajes extraídos de la que llaman “agave” de donde sacan el agua de miel.
La obra completa del acueducto requiere de manos firmes y bien alimentadas, estos barrios de antiguos nómadas han dejado de padres a hijos su sabiduría para para con sus mismos naturales que es rodean.
Corría el caso de una vez cuando uno de los andamios del sexto arco reventó y de bruces varios perdieron la vida, pero los que no, se hicieron de inmediato de los naturales llamados pames, que en tiempo y a verdad, con brebajes y finos entablillados de las piernas y brazos rotos lograron hacerlos de su total sanación —como por obra divina— lograron también disminuir el cansancio con sus brebajes, a saberse de lo cansado y tedioso que resulta hacer la labor de albañilería en el cenit del propio astro sol.
Pero lo que más le llamaba la atención —además de enfurecerle— al Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, tercer Marqués de la Villa de Villar el Águila, era el saberse rodeado de persona que aún y a sus pesares de los franciscanos que han hecho gran labor de conciencia, de todos los esfuerzos, estos nativos de mano de obraje de albañilería cuentan entre los suyos a todo lo natural, por cierto, ellos creen fuertemente que los árboles, las plantas, los animales, las rocas y todo lo que no ha construido mano alguna de hombre, es obra de sus divinidades.
Cada roca utilizada por los atentos obrajes a la construcción del acueducto ellos le ponían un nombre, de acuerdo con su calendario, entablaban un diálogo con ellas —las rocas— eso tenía consternado al Marqués de que se estuviera haciendo hechicería en la construcción.
Ocurre en una ocasión que los naturales habían logrado traer grandes rocas de una sola pieza, con animales de tiro acarreaban de las más proporciones a las menores, y cuando el maestro de albañilería les instó a partirlas para hacerlas diminutas y colocarlas en los cimientos, los naturales tecuexes alzaban las manos al cielo implorando piedad por la roca, que tenía ya asignado un nombre y un día de su formación.
¡Todas estas tribulaciones se vivían en cada uno de los arcos conforme se estaban construyendo!
A bien estaban cuando llegaron los ministros de Encomiendas —aquellos encargados de observar el sano desarrollo de los territorios y el uso de ellos y las obras a realizar— quienes no avisaron de su visita, encontraron la obra en plena construcción, con los trabajos de traslados de piezas de roca, maderas y grandes árboles que fueron traídos desde los bosques cercanos.
Les recibe el Maestro de obra Miguel Custodio Durán, quien sin reconocerles —venían en condiciones deplorables— lograron hacerse de unas cuantas viandas y mostraron los documentos que los acreditaban como tales.
—A bien señores que de esperarlos no tenía la noticia, pero que de ustedes estamos a sus bondades mis mercedes.
En cansada voz uno de los Encomiendas le aseveró:
—¡Deseamos observar al encargado de tan majestuosa obra! Que a bien deseamos nos muestre los beneficios para el Real de Minas y lo suscrito al tributo, observamos un alto obraje de indios y nativos que nos tenemos al registro de hacerse de la pernoctación en esta región y a bien de saber la habitación y el barrio a que pertenecen.
— Es el propio Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, tercer Marqués de la Villa de Villar el Águila, a quien le deben el destinatario de sus frases, les acompañaremos a su encuentro, una vez nos dejen el paso a los materiales que van llegando.
—Consideramos de mayor presencia él sea quien digne a bien recibirnos en persona ¡hacedle saber!
Un grupo de cuatro maestros de cantera subieron a una carreta aprovechando el camino llevarán la encomienda de hacerse de la visita del señor Marqués, a sabiendas que negaría tal invitación.
—A sus mercedes que debemos de ofrecerles algo ¡no en mucho por este lar! pero unas carnes secas y un poco de vino de planta de maguey podemos otorgarles.
—¡No al caso mi señor! — respondió en forma despectiva el Encomienda.
Pasó un tiempo —no tan breve— el Marqués hizo de su presencia en el lugar de la obra del onceavo arco, justo donde los Encomiendas ya estaban durmiendo —tal vez por el largo camino—.
—¡A tono de sus excelentísimas personas! me presento soy el Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, tercer Marqués de la Villa de Villar el Águila, protector de esta construcción, a bien me han indicado de su presencia y desea hacerles saber que no estoy en la condición de otorgar audiencia sin aviso, pero per tratarse de tan singulares personas los escucho en atención.
Haciendo la reverencia —una vez reconocido el linaje con las cartas otorgadas por el escriba que acompañó al Marqués hicieron de preguntas y escuchas—.
—A bien su señoría… excelentísima… —nervioso el Encomienda— deseamos nos explique la razón del trabajo y la ordenanza de la comisión de lograr hacer tal obra, que en mucho dista de los planos otorgados a vuestras mercedes, asegure su persona que no se realiza trabajo alguno orientado a las divinidades de los naturales y que se acerque y designe la valía de la ordenanza de que la obra está dejando detrás de nuestro Virrey Martín Enríquez de Almanza el 21 de marzo de 1579.
Los tres Encomiendas hicieron reverencias al aire en memoria del ya fallecido Virrey —con un poco de hilaridad el Marqués—.
—Observado sus señorías —increpó el Caballero de la Orden de Alcántara— les explico la formación de cada base del zócalo que elevara el poste, respetando la luz —ancho— de cada uno y el remate del estribo para rematar la contraclave —piedra angular—.
«… después de señalado el cimiento con una poca de cal en polvo, se abre el cimiento para señalarlo, se saca a plano, y recto con la escuadra y los hilos, y todo esto se hace con el Mapa que tiene hecho el maestro.
Para el estacado se dice que éste ha de ser según el dueño de la obra, porque pueden ir muy juntas las estacas, o algo desapartadas. Las estacas son según el terreno, si salen cuatro en morillo se pagan cinco reales el ciento de su aguzadura. Cada carro carga 25 morillos y son de cedro. Cada uno vale uno y medio reales fuera del acarreo. Tienen de largo 6 varas. La aguzadura de éstos puede componerse con el carpintero de la obra…
—Su merced tenemos este escrito a su voluntad —interrumpiendo— dirigido a su excelentísima acerca de las condiciones que guardan los bosques y maderas que rodean este valle, le explico:
«… que los españoles y otras gentes les cortan y destruyen sus montes… daño que si no se remedia con brevedad será de gran pérdida a toda la planicie que rodea, por ser donde principalmente se provee la madera para los edificios de esta ciudad y en conjunto a este valle, en donde esta construcción está siendo de más de lo que fue asignado el tiempo…»
Al final de la lectura de tal sanción, sabía el Marqués que continuaría con su obra a pesar de los Encomiendas, que buscaban no solo hacerse de un poco de monedas extra —común en este tiempo— sino de tal vez hacerse de alguna propiedad en esta recién ciudad peninsular nobiliaria y leal.
—A más de los materiales a utilizar su excelentísima ¿podrá hacernos de su conocimiento de cada uno de ellos?
—Cada caja de cimbra está alineada en exactitud con cada una de las dovelas, que luego serán cubiertas por todo el material de soporte, tezontle y tecali piedras de gran soporte, pero livianas…
—¡En específico señor Marqués! parad…
¡El asombro del tercer Marqués fue mayor!
—Sabemos de buena línea y verdad que los nativos que utiliza su excelentísima son adoradores de estas piedras, en específico del Tezontle quienes le conocen como deidad ¡paganismos! Están en este propio acueducto.
—¿No estaréis hablando en voto total a la seriedad sus mercedes?
—¡En nulo voto de total ironía su excelentísima! estamos seguros de que los nativos están realizando hechicerías en esta obra.
Continuará…