“Ya llegó la vacuna”. Y de la celebración pasamos a la preocupación, por el tiempo que tomará llevarla a todos los grupos poblacionales, por los países que se quedarán atrás y por los elementos aún desconocidos vinculados al proceso.
Naciones Unidas ha repetido en diferentes ocasiones: “nadie estará seguro hasta que lo estemos todas y todos”. Aplica entre países, pero también a nivel individual. El temor que muchas personas compartimos es que la promesa de la vacunación sea tomada por la población como una señal para relajar las medidas.
Hemos visto llamados a la comunidad internacional para garantizar el acceso mundial a medicamentos, vacunas y equipo médico en condiciones de igualdad. México fue uno de los primeros en emitir esta convocatoria, con una propuesta de resolución ante la ONU en abril pasado. A ocho meses de esa iniciativa, estamos atestiguando cómo se materializa la política del me first (“yo primero”), como lo acuñó Stephen Cockburn, de Amnistía Internacional.
Oxfam publicó que un grupo de activistas a nivel global identificó que los países ricos han adquirido más del 50 por ciento de las vacunas, a pesar de sólo contar con el 14 por ciento de la población, mientras que aproximadamente 70 países sólo podrán vacunar a una de cada 10 personas. El grupo ha convocado a tomar medidas urgentes, así como a que la industria farmacéutica comparta su tecnología y su propiedad intelectual para facilitar la producción de suficientes dosis.
Mientras tanto, en Estados Unidos ha iniciado la vacunación de personal de salud y, de manera paralela, circulan testimonios de muchas personas que no están convencidas de vacunarse. Según una encuesta de Gallup realizada en octubre pasado, el 42 por ciento de las y los estadounidenses indicó no tener interés en aplicarse una vacuna. El Dr. Anthony Fauci, la cara de la lucha contra el coronavirus en aquel país, ha declarado que se requiere del 75 por ciento de la población vacunada para que la Unión Americana pueda regresar a una normalidad “prepandemia”.
Por su parte, Canadá ha sido cuestionado porque cuenta con dosis para inmunizar cinco veces a su población, aunque, por otro lado, ha realizado aportaciones por 220 millones de dólares a las iniciativas COVAX y ACT Accelerator. La Unión Europea iniciará inmunizaciones el 27 de diciembre, con un compromiso de que la distribución sea justa entre todos los Estados miembros de la Unión. Irán ha reportado estar desarrollando su propia vacuna. Corea del Sur, cuya labor de prevención y control de la pandemia ha sido ejemplar, ha declarado que no empezará a vacunar sino hasta el segundo trimestre de 2021.
En América Latina, Asia y África, los costos asociados a la vacunación imponen una carga sumamente alta a economías que no cuentan con recursos suficientes para solventarlos. No obstante, en algunos de estos países, México entre ellos, existen procesos de vacunación muy bien aceitados. India, por ejemplo, es un hub global de manufactura de vacunación.
Por otro lado, acuerdos como el realizado entre México y Argentina para la producción y distribución en América Latina de la vacuna de AstraZeneca y la Universidad de Oxford, son ejemplos de la cooperación que se requiere para materializar la visión de hacer de la vacuna un bien público.
El camino a la vacunación apenas inicia y seguramente habrá obstáculos, demoras y retrocesos, para los cuales debemos prepararnos, sin que ello mine la confianza en la ciencia, el multilateralismo y la cooperación. Hace unos días, Reuters reveló que COVAX enfrenta un alto riesgo de fracaso por falta de recursos, dificultades en la distribución y arreglos contractuales complejos que pueden retrasar las vacunas hasta el año 2024 en algunos de los países más pobres.
Pero no perdamos la perspectiva: el mundo ha logrado vacunas con niveles de efectividad sumamente altos en el mismo año en el que se ha identificado el virus causante de una pandemia; un progreso no imaginado antes de 2020.
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