“…La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”.
“Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta.
“Pasaron los siglos y América Latina perfeccionó sus funciones. Éste ya no es el reino de las maravillas donde la realidad derrotaba a la fábula y la imaginación era humillada por los trofeos de la conquista, los yacimientos de oro y las montañas de plata. Pero la región sigue trabajando de sirvienta.
“Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan, consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos…”
Los párrafos anteriores pertenecen a la introducción a un libro fundamental en el pensamiento yo neocolonial implorante: Las venas abiertas de América Latina cuya lectura ha nutrido a las izquierdas regionales desde fines del siglo pasado.
–¿Qué es el pensamiento neocolonial implorante?
Pues algo muy simple: si las penas, el atraso, la miseria de América Latina se deben a la explotación por siglos de europeos, estadounidenses y una combinación de ambos, ahora les corresponde a ellos devolverles a esos pueblos lo robado.
Se les implora (o se exige sin poder real, lo mismo da), una reparación de los agravios de la historia. Los económicos y los sociales; los religiosos y los culturales.
Así lo consideran los más notables pensadores latinoamericanos de hoy. Lula, Fernández, Evo, y por encima de todos ellos, López Obrador.
Si todos los males provienen del coloniaje; todas las soluciones deben surgir también de los colonizadores. Ellos pueden, son poderosos y ricos; nosotros necesitamos de ellos. Puro neocolonialismo en la continuidad del sometimiento.
Pero la colonizaban produce entre otras cosas, el pensamiento siempre referido a los dominadores. El dominado se reconoce como producto; no como factor y su insubordinación consiste en reclamarle o pedirle algo a quien tanto le ha quitado. No en producir por sus propias capacidades.
Solamente en esa condición neocolonial se entienden estos planteamientos de nuestro presidente al POTUS estadounidense, Joe Biden, cuya estatura no ocupa toda la amplitud de la Casa Blanca:
“…El 13 de marzo de 1961, el presidente John F. Kennedy dio a conocer en la Casa Blanca, ante embajadores de América Latina y el Caribe, el plan conocido como Alianza para el progreso, en ese entonces, Estados Unidos invirtió en 10 años 10 mil millones de dólares, que a los precios de hoy serían 82 mil millones de dólares, en beneficio de los pueblos…”
Si ese beneficio (dice AMLO) en verdad hubiera existido, la ALPRO habría servido para algo. La dicha alianza no era un plan de desarrollo económico, era un intento de comprar voluntades en medio de la Guerra Fría.
Esta otra fecha es más importante:
El 17 de abril, apenas un mes después, los opositores al castrismo, entrenados por Estados Unidos en Guatemala, intentaron invadir Cuba. Las tropas revolucionarias los despedazaron. Mataron a cien mercenarios y capturaron a más de mil 200 en Playa Girón.
De esa manera fortalecieron para siempre a Fidel Castro. El apoyo prometido de la aviación estadunidense para respaldar a los invasores frustrados jamás llegó.
Como tampoco llegó el progreso derivado de una alianza imaginaria, cuyos fondos se quedaron en el camino de la intrínseca corrupción latinoamericana y de la burocracia estadunidense. No sirvió para casi nada.
Biden dijo en los últimos 15 años se han gastado miles de millones de dólares en el hemisferio latinoamericano.
También para casi nada. El neocolonialismo implorante, no resuelve ningún problema, ni siquiera el de la autoestima pedigüeña.