Con el paso del tiempo todo se desgasta.
Las emociones de ayer son –a veces–, la sosegada nostalgia de hoy y en algunos casos la vergüenza ante la ingenuidad acumulada, el tiempo acrítico de cuando la izquierda era pasaporte para aceptar sin pensar, y cuestionar resultaba una herejía. Hoy es tiempo de rechazar el engaño de la repetición de lo antes condenado.
Las enseñanzas escolares, la inflamación cívica, los excesos de la oratoria populista, todo se diluye con el inclemente avance de la verdad descarnada por el tiempo. Los años y los resultados casi nunca repiten las palabras estelares de la propaganda actual. Mucho menos cuando la sangre escribe la verdad .
No se necesita ser poeta como el grande Efraín Huerta para decir algún día:
” …Uno pierde los días, la fuerza y el amor a la patria, el cálido amor a la mujer cálidamente amada/, la voluntad de vivir, el sueño y el derecho a la ternura/; uno va por ahí, antorcha, paz, luminoso deseo, deseos ocultos/, lleno de locura y descubrimientos, y uno no sabe nada/, porque está dicho que uno no debe saber nada…*
“…más que la ceniza me importa la sangre/, y la sangre, oh, limpítamente desnuda/, amada de todo mi corazòn/, está más un poco más cerca/de esta milagrosa vida mía/ que de la muerte de los míos/ y la temerosa y vibrante/ llanura de sombras que es/ nuestra patria”.
Obviamente esos versos nos podrían conducir, sobre todo por el final, a las cenizas, despojos y sombras en la llanura de la patria, ubicada hoy en los límites geográficos del municipio de Teuchitlàn, el cual –como todos sabemos–, limita al norte con Ahualulco de Mercado, Tequila y Amatitán; al sur, con Tala, Ameca y San Martín Hidalgo; al este, también con Tala y Amatitán; en tanto al oeste, con las irregularidades topográficas de Ahualulco de Mercado y Ameca, pero sobre todo colinda –desde el sexenio anterior–, con la el fracaso, la tolerancia y el desdén hacia la vida.
Hoy dos imágenes colman la galería sexenal. Habrá otras, es obvio. Pero de entre todas ellas, estas retratan nuestra imagen actual –como pintó Siqueiros el mundo sin rostro–, para quienes vengan después y quieran saber cómo era su patria en estos días, en cuyo curso de horror y violencia (esa sí es violencia), por cuya amargura también se le puede perder el amor, como dice Efraín.
La primera imágen, obviamente, son los zapatos de los muertos. No hay campos de exterminio, escribe una tonta por ahí, no es como fábricas nazis del holucausto. No, niña, pero cómo se parecen.
La segunda fotografía, difundida abundantemente ayer junto con la cobertura periodística de una vigilia limitada con vallas (de esas no había en el Rancho Izaguirre), es similar.
En el lenguaje del arte contemporáneo no es una escultura, ni una pintura , ni un airado graffiti. Es una instalación, aunque nadie la haya llamado así. Reproduce aquello instalado en Jalisco por la crudelísima realidad y además plantea una pregunta de infinita frustración:
“ (EU).- Frente a (l) Palacio Nacional, activistas y familiares de personas desaparecidas dibujaron con pintura blanca la distribuciòn del Rancho Izaguirre, en donde (se) señala a la zona de confinamiento, las fosas clandestinas y el campo de reclutamiento.
“La pinta, también destaca (ba):
“Presidenta ¿ahora sí nos ve?” acompañada de la cifra de más de 124 mil personas desaparecidas en el país.
JOAQUÍN
Murió el enorme arquitecto Joaquín Álvarez Ordóñez.
Constructor del edificio más audaz y hermoso de su tiempo (restaurante “Los manantiales” de Xochimilco; precursor con Félix Candela de las estructuras hiperbólico paraboloides en este país, creador del Circuito Interior de la Ciudad de México y constructor –entre otros muchos méritos más–, de los hospitales públicos más importantes de la República. Hombre genial y funcionario ejemplar.
*Avenida Juárez; Amor, patria mía.