El viernes pasado nos despertamos con la triste noticia de que Daniel Divinsky había muerto. En todas partes, aunque no se tuviera presente su nombre por sí mismo, la sola mención de Mafalda y su creador, Quino (Joaquín Lavado), lo hacían famoso de inmediato como su gran editor, “histórico” apuntaron en diversas notas.
Sin embargo, más allá de ser quien hizo posible la difusión editorial de esta niña genial y terrible, preguntona y crítica, Divinsky fue uno de los más insignes editores de América Latina, maestro de varias generaciones de quienes decidieron seguir sus pasos en el mundo de la edición. La casa editorial que fundó, dio cobijo, entre otros, a Rodolfo Fogwill, John Berger, Vinicius de Moraes, José Lezama Lima, Umberto Eco, Rodolfo Walsh y otros que, como Roberto Fontanarrosa, siguieron dando lustre gráfico a su sello: Liniers, Rep, Caloi y Maitena.
Antes que editor, Divinsky fue abogado, lo cual en sus años universitarios le permitió conocer a Jorge Álvarez, una figura central de la cultura argentina y española de los años 60, 70 y 80, como promotor y animateur de grupos de rock (incluso Mecano), discos, publicaciones diversas y, por supuesto, varias editoriales.
La leyenda cuenta que cuando Álvarez incentivó a Divinsky para crear un nuevo sello editorial, Pirí Lugones (nieta del poeta Leopoldo Lugones) les dijo que ellos aspiraban a tener “una flor de editorial”, lo cual dio pie para que el nuevo emprendimiento fuera bautizado como Ediciones De La Flor.
A Divinsky lo conocí en Buenos Aires a finales de los años 90, en uno de los cocteles organizados por la Embajada de México en el país austral. El exilio en los años de la dictadura, aunque el suyo había transcurrido en Venezuela, lo vinculaba naturalmente con la comunidad de exiliados argentinos que habían ido a refugiarse en México, así que no era difícil que se integrara a diversas reuniones donde, por supuesto, era uno de los invitados especiales.
Su charla, siempre amable y amena, nos acompañó en varias oportunidades que se prolongarían hasta muchas otras en la Feria del Libro de Guadalajara, donde era reconocido como uno de los grandes de la edición, al punto de que en 1997 le fuera otorgado el Premio Arnaldo Orfila Reynal.
En 2014, en el Hay Festival de Cartagena, le hice una entrevista en donde hacíamos un recuento de su trayectoria y explorábamos algunos de los retos de la edición en un mundo tan cambiante y lleno de modas, pero sobre todo en uno donde el editor ha renunciado en muchas ocasiones a ser el referente cualitativo del libro y la lectura, para convertirse en una suerte de gestor de aquello que dicta el mercado, aquello fácil de vender en las librerías aunque sea durante una quincena.
En el “método” editorial de Divinski, “lo diferente”, su búsqueda o procuración, era la clave del trabajo editorial. No encontrarlo era lo mismo que estar extraviado en un laberinto. “Sigo teniendo curiosidad”, me decía entonces, y me confesaba (modestamente) que esta muchas veces había superado su “profundidad”. Por consiguiente, en esos años cifraba el destino de Ediciones de la Flor en su capacidad “para seguir curioseando”.
A Divinsky le tocó la llegada de los grandes monstruos, esos conglomerados que han absorbido en las últimas décadas a un sinnúmero de sellos y que son frecuentemente los que dictan el rumbo del mainstream editorial. Los veía pasar como esos pescadores que observan un gran barco desplegar en el mar sus imponentes redes, pero creía, optimista, que el verdadero oficio –más allá de las novedades tecnológicas o los recursos en juego– siempre se impondría. Incluso, decía convencido: “la innovación yo la veo posible sobre todo en las editoriales pequeñas, donde el dueño decide y no tiene que consultar con una junta directiva o los accionistas. Ahí es más fácil experimentar”.
Y si vemos el panorama editorial actual no le faltaba razón. Las joyas editoriales, los grandes hallazgos, frecuentemente corren a cargo de las editoriales pequeñas que muchas veces, arriesgando todo, publican algunas maravillas, a veces con éxito, a veces sólo con enormes deudas, pero siempre marcando “la diferencia”.
El editor, como antes lo conocíamos, ha ido perdiendo peso específico, “porque está sometido –me explicaba– a la tiranía del mercado. Por más ilustrado e ingenioso que sea un director literario, no puede proponer en un grupo editorial grande obras de difícil venta. Está obligado a jugar a lo seguro y eso lo limita muchísimo. Es un empleado”.
Con la muerte de Divinsky el mundo editorial pierde una de sus figuras cardinales; pero sus enseñanzas y experiencias, imperecederas, constituyen todo un método para seguir haciendo grandes e inolvidables libros, que de eso se trata el oficio de editor, ¿no?
@ArielGonzlez FB: Ariel González Jiménez







