En MORENA ya no improvisan cuando un periodista hace su trabajo.
Tienen método. Primero descalifican. Luego estigmatizan. Después insinúan delitos. Si eso no alcanza, meten a la familia, embarran la honra y azuzan jaurías digitales. No es debate: es abuso de poder.
No es política: es intimidación.
Ese es el manual.
No siempre termina en balas, pero siempre empieza igual: desacreditar para aislar, aislar para silenciar. Así se mata al periodismo, pieza por pieza, aunque el cuerpo siga de pie.
Este fin de semana el libreto se activó en Querétaro.
Bastó un posicionamiento editorial, una crítica legítima dentro del debate público sobre el presupuesto, para que dos diputados eligieran la vía más ruin: no responder al fondo y atacar a la persona. Ulises Gómez de la Rosa y Homero Barrera McDonald usaron su investidura para descalificar, insinuar conductas delictivas y llevar la discusión al terreno personal.
Eso tiene nombre jurídico y tendrá consecuencias. Todo está documentado para las rutas locales, federales, electorales y civiles.
Se equivocaron de periodista.
Aquí no va a pasar lo que en Tamaulipas, donde a compañeros los mataron para adueñarse del estado y del silencio. Aquí no. Los tamaulipecos no somos gente de miedo. Mucho menos quienes hacemos periodismo de combate. La intimidación no calla: enciende el foco. Cada insulto engorda el expediente; cada ataque profundiza la investigación.
Lo ocurrido no es un pleito de redes. Es una decisión política tomada en el Congreso y ejecutada con torpeza. En menos de un año, la mayoría morenista local pasó de prometer gobernabilidad a dinamitar proyectos, empantanar el presupuesto 2026 y degradar el recinto legislativo. No fue deliberación parlamentaria: fue desorden institucional. Cuando el hígado sustituye a la razón, el mensaje es claro: no saben gobernar.
El cálculo es frágil y peligroso.
Una mayoría mínima se convirtió en instrumento de bloqueo, no de construcción. Si la parálisis persiste, el Estado operará con el presupuesto anterior y la Secretaría de Finanzas tendrá que administrar la emergencia, no planear el desarrollo. El costo es real: obra pública diferida, programas ralentizados, municipios en incertidumbre.
Jugar al pulso daña a la calle, no al adversario.
A ese escenario se suma un problema estructural que se esconde bajo la alfombra: el federalismo fiscal castiga a los estados que funcionan.
Querétaro aporta mucho más de lo que recibe. No se premia la eficiencia, se administra el agravio. Afuera, los representantes federales guardan silencio; adentro, la mayoría local medra con el conflicto. El resultado es doble: menos recursos y más ruido.
Este patrón no es aislado. Hace dos semanas, operadores y propagandistas ensayaron el mismo libreto. El efecto fue el contrario: no generaron miedo. Generaron escrutinio. Así funciona cuando el periodismo no se arrodilla.
Y lo que ocurre en Querétaro no es un caso local. En la última semana, a nivel nacional, colegas fueron blanco del mismo aparato de hostigamiento: Óscar Balmen, Jorge García Orozco, Marco Levario y mi jefa y compañera Azucena Uresti. El sello es idéntico: enjambres de bots, desinformación y linchamiento digital, orquestados desde la maquinaria que encabezan Jesús Ramírez Cuevas y Manuel Cárdenas, hoy al frente de RED AMLO.
El mensaje es claro: cuando no pueden responder al fondo, atacan al mensajero. Pero el efecto es inverso. No callan voces; las multiplican. No frenan investigaciones; las profundizan. No corrigen el rumbo; exhiben el riesgo.
El poder que grita es el que no sabe responder.
El que insulta es el que perdió el argumento.
El que persigue periodistas es el que teme a la verdad.
Romper el termómetro no baja la fiebre.
Solo confirma la enfermedad.
Aquí, la palabra no se arrodilla.
Aquí, la crítica no pide permiso.
Aquí, el periodismo no retrocede.
Aquí no, MORENA. En Querétaro, no.
Colofón | El desafío de 2026: informar
En un clima nacional cada vez más áspero con la prensa, el gobernador Mauricio Kuri eligió un mensaje distinto hacia los medios. No habló de silencios ni de lealtades, sino de acompañamiento, pregunta y responsabilidad compartida, de cara a un 2026 cargado de retos para Querétaro.
En la posada de fin de año con medios —a la que fui invitado como periodista, sin vetos y sin criminalización— el tono fue claro: cercano, político, sí, pero con reconocimiento explícito al papel de la prensa como interlocutor inevitable de la vida pública.
El planteamiento fue directo: un año marcado por obras federales, presión demográfica y decisiones complejas que exigirán información oportuna y diálogo constante. En ese contexto, expresó un deseo que no es menor: que los medios expliquen, cuestionen y comuniquen, incluso cuando eso implique incomodar al propio gobierno.
Hubo autocrítica. Se reconocieron errores, costos políticos y decisiones impopulares, pero se defendió una idea central: no hay desarrollo sin sacrificios ni estabilidad sin participación social. En esa lógica, la prensa aparece no como obstáculo, sino como puente entre gobierno y ciudadanía.
El contraste con otros modelos es inevitable, aunque no necesita estridencia.
Mientras en algunas trincheras la crítica se responde con descalificación y linchamiento digital o muerte, en Querétaro el discurso institucional apunta a convivir con la pluralidad y a sostener el debate en el terreno de los hechos.
De cara a 2026, el deseo de Kuri, es sencillo y exigente a la vez: más preguntas, más información y más responsabilidad pública.
Que la política resista el escrutinio.
Que la prensa mantenga su independencia.
Y que el diálogo —incómodo pero necesario— siga siendo una base viva de la democracia en Querétaro.
A chambear.
@GildoGarzaMx





