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El malagradecido Presidente

ESTRICTAMENTE PERSONAL

por Raymundo Riva Palacio
24 septiembre, 2020
en Editoriales
El reguilete de Lozoya
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Jaime Cárdenas ha sido un incansable lu­chador por las causas liberales y se ha ali­neado recurrentemente a las causas de la iz­quierda desde hace varios lustros. Al con­cluir su gestión como consejero electoral se sumó al proyecto de Andrés Manuel López Obrador, y lo acompañó por años con una enorme lealtad institucional. Bajo el mismo principio presentó su renuncia al Instituto para Devolverle al Pue­blo lo Robado, por sentir que no podía ya cumplir con lo que se le estaba exigiendo, acompañada por una larga carta que remató con la denuncia de corrupción en ese órgano de gobierno. López Obrador no le agradeció en nada su trabajo. Por el contrario. Le faltó temple y tuvo miedo, criticó.

Vaya con el Presidente, malagradecido irre­frenable, que no pudo quedarse callado para evi­tar exhibir las miserias de su administración. No fue porque Cárdenas fuera blandengue. Renun­ció por la falta de apoyo de López Obrador y de su equipo para poder hacer el trabajo de lim­pia en ese instituto, pero dentro de los márge­nes que marca la ley, como abogado que es, que fue lo que explicó a Ricardo Rocha, en una en­trevista en Radio Fórmula. “Ellos esperaban se­guramente de mí, lealtad, que por supuesto rea­licé, pero mi lealtad no era ciega, sino una leal­tad reflexiva”, agregó.

Eso no le interesa a López Obrador, que exige incondicionalidad. Le pedía que limpiara el Ins­tituto para Devolverle al Pueblo lo Robado, en donde se robaron lo que ha decomisado la Fis­calía General a ladrones, y resolviera la contra­dicción de cómo el instrumento más noble que tenía el Presidente, resultaba lo más grotesco y contradictorio por el hedor que exudaba. ¿Qué quería López Obrador? Quizás lo que hace él, tirar a matar sin preguntar si lo merecía. Tam­poco se puede descartar que pretendiera ocul­tar lo podrido que está la institución mediante la chivos expiatorios.

El segundo escenario puede ser más cercano a la realidad, dados los antecedentes. El Presiden­te suele esconder las huellas de corrupción que lo afectan, y blinda a sus perpetradores. No hace lo mismo con quien es crítico, opositor político, o quien pelea para no dejarse extorsionar ni ame­drentar. Para ellos, el peso abusivo del poder; pa­ra los suyos, la gracia llevada al nivel de compli­cidad. De Ricardo Rodríguez, a quien sustituyó Cárdenas en junio, se dijo que era para candida­tearlo a la Procuraduría de la Defensa del Con­tribuyente. Era falso. A través de la prensa se su­po que lo estaban investigando por presuntos ac­tos de corrupción.

Cárdenas lo confirmó en su carta de renun­cia, pero en la mañanera, el Presidente no se fue al fondo del tema planteado, sino a la descalifi­cación del ex funcionario. Es su método. Sobre el acto de corrupción claro y evidente de su her­mano Pío, que recibió dinero de procedencia ilí­cita, no ha vuelto a decir ninguna palabra. Ini­cialmente señaló que la Fiscalía General debía investigar, pero no se sabe que haya pasado na­da. Sí se conoce, por ejemplo, que desde el año pasado congeló una denuncia contra otros muy cercanos por corrupción y de obtener dinero de origen desconocido, que es considerado un delito grave que amerita la cárcel. Pero cuando en Chi­huahua protestaron por el problema de aguas, instruyó a Santiago Nieto, jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera, que congelara las cuen­tas de los líderes involucrados, salvo, un alcalde que es de Morena.

La furia anticorrupción del Presidente a ve­ces es muy certera y a veces falla monumental­mente. En lo que nunca se equivoca es en el en­cubrimiento. Hace unos días, al criticar a Héctor Aguilar Camín, el director de Nexos, indignado porque encabezó la convocatoria para firmar un desplegado que denunciaba la amenaza a las li­bertades por parte de López Obrador, le sugirió que dejara de pensar en el dinero, que no era lo más importante, y que viviera de manera más austera.

Uno no puede dejar de pensar que López Obrador sí tiene apego al dinero, que le llega­ba desde que era presidente del PRD, en cajas enviadas por altos funcionarios del gobierno de la Ciudad de México. ¿Puede considerarse esto un rasgo de honestidad? Es tramposo para al­guien que casi no ha trabajado en su vida, sal­vo una parte en los años 80’s, en la parte final de los 90’s, y en los cinco primeros años del siglo, tener el dinero suficiente para comprar dos de­partamentos y una casa en la Ciudad de Méxi­co, y educar a cuatro hijos y mantener a dos fa­milias en momentos diferentes. Pero su dinero y cómo se hizo de él, nunca ha sido tema. El di­nero de los otros y la honestidad del próximo es lo que siempre atiende.

Sus márgenes siempre son políticos, no lega­les. De ahí la descalificación de Cárdenas, con un maltrato declarativo que sugiere su enojo por lo que reveló en la entrevista con Rocha, que que­rían resultados –cuáles son, no los especificó-, pero sin tomar en cuenta las normas y los pro­cedimientos. A Cárdenas le preocupaba segura­mente que cuando el sexenio acabe, se revisen todas las ilegalidades que cometió para saldar cuentas y deslindar responsabilidades. A López Obrador parece no importarle esa posibilidad, ni su prestigio. Debe pensar que el enorme po­der del que goza hoy, será eterno.

Nota: El presidente López Obrador se volvió a referir a mi persona en la mañanera, de la épo­ca en que fui director de Notimex (1988-1991) y mintió, como lo hace siempre que habla de me­dios y periodistas. En ese periodo se le abrió la puerta a la izquierda como a Cuauhtémoc Cár­denas, tras la controvertida elección presiden­cial. En lo personal yo voté por Cárdenas en 1988, mientras López Obrador, presidente del PRI en Tabasco, lo hizo por Salinas. En Notimex, antes de mi gestión, llegó a escribir Lorenzo Meyer, en su primera incursión en los medios, y Epig­menio Ibarra era corresponsal en El Salvador.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx

twitter: @rivapa

Etiquetas: ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADORJai­me Cárdenas

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