Después del escándalo de la “Casa Gris” donde habita José Ramón López Beltrán en compañía de su hermosa pareja. Allá en Houston. Confortable es decir poco. Tiene todo lo que pide ‘la buena vida’: amplios estancias, jardines, alberca… ¿Rentada, comprada, prestada? ¿Cosa de negocios? ¿Qué más da? Todo el mundo, por así decirlo fija la mirada en Ramoncito. Pero muy pocos reparan en cómo vive su padre. En el Palacio Nacional, nada menos. Ahí donde han habitado virreyes, el emperador Agustín de Iturbide y el mismísimo Benito Juárez y su prole. Ahí justamente decidió instalarse el presidente López. Ahí, el señor, venido de una aldea sureña ¿se ha cumplido su fantasía? ¿Onerosa? Sí y mucho. Un lujo que da al traste con la ‘austeridad republicana’, quintaesencia de su hipocresía. Esos muros decorados por el gran Diego Rivera: interiores con piso de parqué, adornados con elegantes jarrones, buenas pinturas…
Cara le cuesta a la Nación la frivolidad presidencial. 6 Millones mensuales en pago de nóminas, consumo de energía eléctrica y agua. 147 trabajadores cuyas tareas se desconocen por ser ‘personal de confianza’ con sueldos que van de los 60 a los 150 mil pesos. 600 empleados vía outsourcing. 8 empresas contratadas para mantenimiento del elefante blanco… sin olvidar un pequeño hospital por si las moscas, dada su frágil condición de salud. El modesto jetta que lo movía pasó al olvido. Ahora viaja con 6 camionetas suburban, blindadas por supuesto, con un costo de 3 millones cada una. “México se transforma” reza la propaganda. Radiante sol de un nuevo régimen, mentiroso como el ridículo sueldo que se auto asignó.
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¿Por qué ha hecho todo esto en el primer mandatario? ¿Por un grave y profundo desarreglo emocional? ¿Por una venganza soterrada? ¿Por esa megalomanía que acompaña su desdichada existencia? Pienso en la obsesiva voluntad de deshacerse de un avión que ya vende, ya rifa so pretexto de un vehículo propio de un país rico, no puede ser usado en una nación aquejada por la pobreza. Opulencia en el Palacio, vuelos en aviones comerciales donde le gritan ‘fuera, fuera’. ¿Acabará mal tanta extravagancia, tanta incoherencia.?
Las lisonjas que lo beatifican dan pena: el señor es ‘la encarnación de la Nación, del pueblo…’ Hace poco nada era. Pronto volverá a su nada. Y el templete de sus ‘mañaneras’, a la basura. Y el salón de Tesorería limpio otra vez, recuerdo de una pesadilla.