El rugido de los leones se ha vuelto a escuchar. Bilbao ruge, su gente vibra, llora y se emociona: los leones han ganado. La Gabarra, esa embarcación construida en 1960 y que se convirtió en un símbolo de celebración, navegara nuevamente adornada con miles de banderas rojiblancas por la Ría de Bilbao en un mar de alegría incontenible. El Athletic Club, el equipo histórico que solo juega con jugadores vascos, ha vuelto a conquistar la Copa del Rey.
40 años han pasado desde la última vez que el trofeo se alzó por los bilbaínos en el estadio Santiago Bernabéu. 40 años de sueños rotos, de finales perdidas y de frustraciones. Pero la llama de la esperanza nunca se apagó, la pasión por el Athletic mantuvo una pequeña vela de ilusión basada en un sentimiento que se transmite de generación en generación y eso, eso es algo único en el mundo del fútbol.
En La Cartuja de Sevilla, el Athletic se enfrentó al Mallorca de Javier Aguirre. Un partido igualado, que se decidió en la tanda de penaltis y la victoria del Athletic no solo es quitar un velo de 4 décadas, es mucho más que un simple título: es la victoria de una identidad, de una filosofía, de una forma única de entender el fútbol. Es la demostración de que, con tu gente y su sangre, con pasión, trabajo y sacrificio, todo es posible.
La Gabarra será el centro de la fiesta, ese barco que repito, simboliza la alegría al triunfo, volverá a navegar por la Ría de Bilbao. Un símbolo que une a toda una afición que celebra con orgullo la victoria de su equipo. La Gabarra es más que un simple barco; es un emblema de victoria y comunidad. En una época donde el fútbol es dinero, polémica y globalización, tradiciones como la de la Gabarra recuerdan y enorgullecen a los aficionados románticos y que evocan el verdadero espíritu del deporte: la pasión, la identidad y, sobre todo, la felicidad con los tuyos.
El Atlethic es un club que no deja indiferente a nadie y que por su identidad te atrapa. Eso me recuerda que el responsable de la Fundación Athletic Club, el escritor vasco Galder Reguera, en su libro “Hijos del futbol”, nos narra una anécdota con el gran escritor uruguayo Eduardo Galeano en la final de la copa del Rey de la temporada 2011-12 contra el FC Barcelona, que ejemplifica perfectamente esto:
“Hace unos años tuve la inmensa suerte de poder ver un partido de fútbol en el estadio sentado junto a Eduardo Galeano. Fue la final de Copa del Rey de 2012 en el Vicente Calderón. Dos días después el escritor uruguayo cerraba un ciclo de conferencias organizado por la Fundación Athletic Club y quedamos antes en Madrid para ver la final juntos. La primera vez que hablé con él, por correo electrónico, me pidió perdón porque era hincha «de Messi, y por tanto del Barcelona» y, consecuentemente, les apoyaría en la final. Sin embargo, cuando nos encontramos en una cafetería cercana al estadio, me confesó que había cambiado de opinión. Había visto a los hinchas del Athletic Club tomar Madrid «y no puedo ir en contra de esta gente tan linda». La historia del partido es de sobra conocida. Nosotros veníamos de pegárnosla en Bucarest ante el Atlético de Madrid y llegábamos a esta otra final exhaustos y deprimidos. Se pusieron 3-0 en apenas media hora y levantaron el pie del acelerador. El resto del tiempo de juego fue una agonía para jugadores y afición. Yo vivía un terrible contraste: realizaba el sueño de poder ver un partido de fútbol junto con el autor que más hizo para que años antes me decidiera a salir del armario intelectual y me atreviera a escribir sobre el balón, pero a la vez el partido estaba resultando una auténtica pesadilla. Quizá por esa paradoja, recuerdo poco de nuestra conversación durante aquellos noventa minutos y nada, absolutamente nada, de lo que pasó en el campo. Sólo guardo una imagen nítida de aquella tarde en el Vicente Calderón. Cuando terminó el encuentro, Eduardo Galeano cogió mi mano y me dijo que lamentaba profundamente el resultado. —Perdieron la Copa —me dijo—. Pero si les sirve de algo, le confieso que me ganaron a mí.”
El Athletic Club de Bilbao ha vuelto a tocar el cielo. Y lo ha hecho con la misma filosofía que le ha guiado desde 1898: fidelidad a sus raíces, compromiso con su tierra y un amor irrenunciable por el talento local. Este triunfo es más que un trofeo. Es la reivindicación de una identidad única. Que envidia.
¡Aupa Athletic!
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