Tengo como disciplina y compromiso responder a todo tipo de observaciones a mis colaboraciones de mis miles de lectores, nada de que solamente cuatro. Sólo pongo como condición que argumenten nuestras diferencias. Por ejemplo, cuando critico a la 4T y a su prócer, se me viene un chaparrón de improperios, a lo mejor todos fundados pero ninguno documentado o razonado con argumentos. La convocatoria implícita del lector crítico y majadero es que dejemos la dialéctica y nos involucremos en el descontón lingüistico, en una especie de entrenamiento para que nos inviten a una comida de ex gobernadores.
Mis colaboraciones sobre El Juego del Calamar tuvieron críticas bien fundamentadas, me comentan que fui superficial y omiso en varios temas; lectores y amigos coincidieron en las críticas, fundamentalmente en dos. Reconozco su validez y lo único que puedo argumentar en mi defensa es que el espacio periodístico no me permitió abordarlos. Respondo a la primera crítica. Para los lectores que no vieron la serie y entiendan de lo que se trata hago una síntesis de mi omisión. Entre el conjunto de personas que compiten por un premio en dinero, hay uno que es un villano de tiempo completo, el preferido por todos, participantes y televidentes, una especie de Carlos Salinas coreano. Convence a una mujer del grupo para una relación sexual, ella acepta pero le pide que en el futuro no la desaire y menos que la engañe, pues de ser el caso lo mataría.
Satisfecha, diría mi padre confesor queretano, su concupiscencia de la carne, el villano se la pasa ofendiendo y despreciando a la seducida. Viene un juego, mortal como todos. Los participantes están en una plataforma muy alta. Hay un camino formado por vidrios que conduce a una meta. Los vidrios son de dos tipos, algunos sostienen el peso de una y hasta dos personas y otros son frágiles, si se salta sobre uno de estos últimos, el vidrio se rompe y el participante se estrella fatalmente en el piso. Cuando un participante logra saltar a un vidrio que lo resiste, invita a otro que lo acompañe para juntos estar a salvo. El maloso está atento, cuando observa que algún participante pasó la prueba de resistencia, salta y al llegar al vidrio tira al vacío a quien previamente se arriesgó. Está practicando la nefasta estrategia de aprovecharse, cuando se lanza detrás de él la seducida y lo abraza por la espalda. El villano trata de persuadirla que pueden estar los dos en el vidrio, pero que no se mueva porque pueden perder el equilibrio. Ella le recuerda su promesa de matarlo si la engañaba, lo aprieta por la espalda y se lanza al vacío para morirse los dos.
Exacto ejemplo de despecho. La pregunta es. ¿Cuándo estamos ante un rencor cualquiera, o un simple deseo de venganza y cuándo estamos ante el despecho? Una historia nos ilustra. Un despechado se encuentra una lámpara mágica, sale el genio y le promete que le cumplirá cualquier deseo. Con una condición: lo que le pida que le dé o que le haga, le dará o le hará lo doble a su pareja, misma que lo acaba de terminar. Si le pide que lo haga rico a su pareja la hará millonaria, si le pide que lo haga guapo a su pareja la hará hermosa. “¿Qué quieres?”. Le pregunta y el despechado responde: “Sácame un ojo”.
La prueba del ácido del despecho es que al despechado no le importa sufrir un daño, con tal de que quien le hizo el desaire sufra al menos el mismo daño u otro más grave que él mismo de seguro padecerá. ¿Cuántos feminicidas están conscientes de que al quitarle la vida a su pareja serán descubiertos y también arruinarán su existencia? No les importa. Su “majestad el odio”, Ortega y Gasset dixit, tiene en el despecho la cereza negra del desquite personal sin medida; es la ira que obnubila y empieza por aniquilar la auto estima del despechado. El odio en su forma más estúpida.