Cuando Abel Quezada creó la figura del tapado en la sucesión presidencial, se cuidó de sugerir quien sería el descubridor del mismo, aunque todo México lo sabía.
La decisión de nombrar al sucesor dependía de la figura presidencial, tomada, según se decía después de una serie de consultas extraoficiales con los sectores sociales, políticos, productivos e incluso hasta militares, para lograr un consenso en la aceptación de la decisión presidencial, tras de lo cual la liturgia del priismo la investía de democracia.
Dada la característica pendular de los regímenes priistas, que un sexenio tiraban para la derecha y otro para la izquierda o el centro, también contaba en el juicio del presidente, cual perfil pudiera responder mejor al país que heredaba, en un atisbo de responsabilidad final.
Pero tiempos traen tiempos y creo que estas deliberaciones se mantuvieron hasta la sucesión de Carlos Salinas hacia Luis Donaldo Colosio, pues el que siguió, Zedillo, fue un buen administrador pero no entendió nunca la política. Lo que siguió lo sabemos todos; ningún presidente ha podido imponer un sucesor y el país ha quedado a merced del humor social del momento.
El actual presidente, humorista involuntario (¿), decidió identificar como “corcholatas” a los que él considera que pueden ser elegibles por su partido y sin falsos pudores se asumió como el “destapador” y ha expresado su deseo y hasta obsesión por la continuidad de su proyecto, cualquiera que éste sea. A nadie escapa que también se ha empeñado en hacer de su gobierno una campaña permanente y que éste sí será un presidente que intentará dejar un sucesor propio y que la decisión será personalísima, no obstante que la quiera justificar con una encuesta.
Se ha dicho que este presidente es heredero de formas priistas, pero éste no será el caso, no habrá en el futuro inmediato consultas con sectores ni se elegirá al perfil que corresponda a la situación económica y política del país. La decisión será exclusivamente del presidente y habrá de decantarse sobre el que, de entre todas sus corcholatas, le garantice lo que más le importa; lealtad y subordinación.
El proceso lo ha arrancado el presidente con demasiada anticipación, lo que puede interpretarse como una forma de exponerlos a la opinión pública y acrecentar sus niveles de conocimiento, pero también como una prueba para ellos respecto a esos dos valores, para él fundamentales.
La lista se ha depurado, de siete personajes o más que ha nombrado el presidente como posibles, solo quedan tres a los ojos de la opinión pública: Claudia Scheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López, que se han empeñado en jugar el juego de la popularidad de las corcholatas para posicionarse públicamente uno por encima del otro, pensando, aunque no creo semejante ingenuidad, que su posición en la encuesta determinará su futuro. En la decisión final poco importará eso, como tampoco será definitoria la capacidad.
Si este fuera el caso, sin duda que Marcelo Ebrard sería el mejor calificado por su formación y experiencia, pero este tiene además acreditada lealtad desde que abdicó de sus posibilidades para ser candidato presidencial a favor de López Obrador a pesar de estar mejor posicionado en la encuesta de ese tiempo y estaría por verse, si se repitiera la ocasión, si declinaría nuevamente.
Por su parte Claudia Scheinbaum ha mostrado una subordinación extrema, convirtiendo su actuación virtualmente en una réplica de las acciones presidenciales y una sujeción y hasta sumisión absoluta a las líneas e instrucciones del jefe máximo.
Tanto Marcelo como Claudia traen sobre de sí, la pesada loza de la línea 12 y sobre Sheinbaum además estaría lo relativo al Colegio Rebsamen, como a Marcelo le puede pesar el linchamiento de dos agentes siendo él Secretario de Seguridad, pero es seguro, como se está viendo que el presidente habrá de protegerlos de esa acechanzas, mientras pueda.
Tratándose de Augusto López, la lealtad es evidente y habría que sumarle el paisanaje y la confianza nacida por años de estrechamiento de relaciones familiares y personales, a su favor opera que no tiene, hasta el momento, expedientes negros conocidos.
Los tres han decidido jugar el juego de las corcholatas y por un lado, están saliendo a cuanto evento les puede mejorar sus niveles de conocimiento, mientras por el otro se esmeran en mostrarse tan leales y serviles como para que no pueda dudar de su obediencia y sumisión.
Lo cierto es que las corcholatas se están moviendo en el tablero mientras el presidente los observa y cuida el proceso, que es sin duda la parte más importante del final de su sexenio. Ya no será trascendente si los proyectos emblema de su administración concluyen, ya sabemos que los inaugura en obra negra, sino el asegurar el triunfo electoral y la continuidad de su proyecto.
Por eso para él lo más importante es tener la seguridad de cuál de las tres le asegura esos dos atributos, lealtad y subordinación, la capacidad no es importante, porque así como por años expresó que lo dieran por muerto en la carrera presidencial y como ahora repite que se retirará al final de su mandato, ambas cosas son flagrantes mentiras, como la encuesta con la que justificará sus palabras mayores.