Si los siete millones de venezolanos desplazados y empujados al exilio en varios países iberoamericanos y los Estados Unidos, se hubieran quedado en su país y votado el domingo (ya van dos condicionantes imposibles), posiblemente el enorme fraude patriótico (¿le suena?) cometido por Nicolás Maduro y Diosdado Cabello se habría podido evitar. O les habría costado siete millones de veces más esfuerzo y más dinero.
Pero como las cosas son nada más su exacta circunstancia y su verdad, votaron quienes lo hicieron y ganaron quienes el gobierno quería. Y si no ganaron con los votos ganaron con la lengua.
Nicolás Maduro, cuya verborrea es suficiente para convertir el Atlántico en una enorme batea de babas, ha dicho:
“Que nadie se deje arrastrar a la espiral de violencia del fascismo”.
Obviamente, como todo populista, Maduro es diestro en la invención de enemigos perpetuos (aquí se le llama bloque conservador) de intenciones protervas en contra de la patria cuya administración, gobierno y dominio le fue encomendada por Hugo Chávez, quien a su vez recibió el encargo directamente de Simón Bolívar.
Y luego conversan con el pajarito o con el retrato de algún héroe viejo. Pero esos son otros asuntos.
Al dar cuenta de la hora y la fecha, teatral y eficazmente, con la ensayada oratoria del populismo desbordado y sus enemigos imaginarios, pero altamente rentables, Maduro dijo también:
“(Es la hora), del triunfo de la independencia; de la dignidad del pueblo de Venezuela. No pudieron con las agresiones, no pudieron con las amenazas, no pudieron ahora y no podrán jamás contra la dignidad del pueblo de Venezuela…” y el férreo control de todas las instituciones por parte un gobierno negador de toda garantía.
“En Venezuela –dice de nuevo–, el fascismo no pasará…” Y es verdad, tampoco pasarán ni el viento ni la democracia real.
Y advirtió ya en el éxtasis de su regodeo ante el espejo de una Venezuela inexistente:
“…No nacimos el día de los tibios; no nacimos el día de los cobardes, de los timoratos… nacimos el día que la luz del libertador parió esta patria…”
Y en esas alturas de la palabra, donde falta el oxígeno de la razón, ya no hay nada por hacer, si hasta en el Palacio Nacional de México el presidente de la República (cuya vela en el entierro muchos mexicanos desconocemos), se festeja ese triunfo cuando ni siquieran se han cumplido 24 horas de los comicios.
Eso se llama eficacia a distancia.
¿Pero cómo festejó el presidente un triunfo electoral con velocidad de regocijo? Así:
“…Pero para como estaba la situación, muy tensa…
“Yo vi gente en la calle, y no vi enfrentamientos violentos. Además, estuve pendiente.
“Y si hubiese habido violencia desde el principio o si hubiese sido el distintivo de la elección, pues hubiese sido la nota todo el día, pero no fue esa la nota.
“Se empezaron a calentar las cosas al cierre de las casillas, ya en la noche, ahí fue donde ya empezaron a calentarse las cosas, como a las seis de la tarde de aquí, ocho de la noche de allá, ahí empezó; pero todo el día…
“Yo estuve pendiente de las redes sociales.
“Y hay que ir esperando, esperando, porque, si no, no se tiene una buena información. Nosotros vamos a esperar el resultado ya cuando se haya llevado a cabo el recuento, ver cuál es el proceso legal y entonces vamos a pronunciarnos.
“…Si la autoridad electoral confirma esta tendencia, nosotros vamos a reconocer al gobierno electo por el pueblo de Venezuela, porque así es la democracia…”
¿Reconocer al gobierno electo?
De acuerdo con nuestros principios constitucionales en política exterior, México no reconoce ni desconoce; establece o no establece relaciones diplomáticas, ¿o no, Don Genaro Estrada?
Pues así es, pero en el populismo gozoso no es así.