Si te acuerdas, ¿verdad?, de aquella novela “El infierno de todos tan temido”; de Jacinto Chontal, su personaje; del librito de Luis Carrión, no me digas no tengo memoria, de verdad no me lo digas porque aunque no lo hayas leído, el puro título ya hace casi la novela, como dijo alguna vez Borges de “La suave patria”, en ese título (un verso en sí) , ya va toda la poesía, ¿no?, pues bueno, te he llevado hasta esos infértiles terrenos de la literatura porque ese infierno de cual todos guardamos temor, se ha venido a presentar a nuestros ojos no como una ficción más o menos lograda de las violencia y el dolor de un mundo imaginario, sino como una realidad de todos los días, cuyas brotes recuerdan una hidra de cabezas interminables porque desde el imperio del norte, el más vasto jamás conocido por la humanidad, se nos viene encima una avalancha de incomprensión, desprecio y altivez intolerables o mejor dicho insoportables, porque tolerar implica permisividad ante un acto ajeno; darle oportunidad al otro, en tanto soportar es una simple consecuencia frustrada ante los agravios, los malos tratos, los desplantes y los daños de algo o alguien en contra nuestra, y eso sucede ahora, por mucho como nos quejemos y digamos estos es injusto, esto viola las leyes internacionales, esto vulnera nuestra condición de país libre, independiente; nación soberana, pero ni con esas invocaciones justicieras –al contrario porque muestran debilidad–, se detiene la agresividad de un descontrolado presidente de los Estados Unidos cuyo gusto es romper, avasallar, destruir, amenazar y proponer un nuevo desorden internacional (ni modo de llamarlo orden), con base únicamente en la polimorfa satisfacción de una vanidad oscilante entre el delirio, le megalomanía, la delincuencia y la mendacidad (porque eso es; un delincuente), por lo cual de nada sirve seguirlo calificando con términos como loco, lunático y demás, porque el diagnóstico por acertado como sea no produce solución, entonces podríamos elucidar también por qué somos tan frágiles frente a la potencia imperial y cómo podemos o no podemos negociar a partir de la posibilidad real de hacer valer algo a través de una estrategia real, ajena al patrioterismo declarativo mañanero, pero ahí está el meollo de la cuestión, porque tal estrategia no ha existido jamás, excepto quizá cuando Carlos Salinas desarrolló con Bush (el bueno), un tratado comercial con el norte americano ahora bajo riesgo no de revisión sino de rehechura, y halló la forma de insertarnos en una noción de modernidad aun cuando fuéramos la parte menos moderna de ese trinomio, pero sea como sea, esa fórmula nos permitió abandonar la absoluta dependencia del petróleo ahora agotado, y nuestra condición de mono exportadores, para comenzar a vender fuera de las fronteras productos manufacturados así sean muchos de ellos mercancías de la maquila; es decir, el agregado de valor a marcas foráneas, con la pura y especializada mano de obra en talleres, fábricas y complejos industriales instalados en nuestro país para aprovechar de estímulos fiscales y trabajadores baratos de toda baratura; porque no es lo mismo elevar en México el salario mínimo, cuya mínima condición no desaparece con el alza, a mirar cómo los antiguos braceros en la Arcadia americana ganan ocho y hasta doce dólares la hora por hacer trabajos (lo dijo Fox), indignos “hasta para los negros”, y depende cuáles negros, pues algunos hay allende el Bravo, harto opulentos y poderosos, pero no es esa la cuestión, el punto central es la indefensión nacional ante los caprichos e imposiciones imperiales, la poca capacidad de maniobra, porque si en algún tiempo podíamos (de la mano del general Cárdenas), hasta columpiarnos en el balance de la Guerra Fría instalada en el Caribe, con Cuba y Fidel (Fidel, Fidel, que tiene Fidel), ahora los famélicos isleños ya no significan nada en el juego geopolítico de un mundo multipolar, y de nada nos sirve un coqueteo más o menos eficaz con ellos como en otros tiempos, porque desgraciadamente ahora, señores y señoras, ya sólo arde esta leña y los Estados Unidos, al menos en el continente americano, son amos y señores y con un estornudo sacuden las cornisas de la Sierra Madre y hasta Los Andes rebota su malestar, y si quieren se escrituran de nuevo el Canal con todo y chinos, panameños, loros y cacatúas del Darién, pues para todo alcanza, lo cual no dista mucho del papel impuesto para su destino por la manifiesta condición otorgada a su país por ellos mismos, pero ahora se perdieron los estilos, las forma y las puertas de escape se han cerrado, y así Trump nos amenaza en lo económico con aranceles justos o injustos, no importa; impuestos locales para las remesas cuyo volumen es una de las grandes vetas de equilibrio presupuestal para millones de personas en este país, porque 60 mil millones de dólares no son una baba de perico aunque el salvaje “withe trash” nos traiga a toallazos por aquí y por allá pues no es únicamente un amago económico, también los promete contra la seguridad nacional no sólo con expulsiones masivas, ante las cuales podemos hacer poco, excepto mirar resignados cómo se comienzan a movilizar diez o doce mil soldados en la frontera (apenas llevan mil 500) como si fuera Putin en Ucrania, y ni modo de responderle con la misma moneda porque los efectivos de la Guardia Nacional los tenemos dizque para contener a los migrantes por órdenes del propio yanqui abusivo, y también para mantener a raya a los ahora narcoterroristas, como les dicen a los carteleros y cartelistas nacionales, cuya perversa actividad nos pone cada vez más en riesgo a todos, especialmente por su vocación farmacéutica en la producción del peligroso fentanilo, cuyas fábricas inexistentes son visiblemente desmanteladas (también para agradar al yanqui) en los clandestinos territorios de la Sierra Madre occidental, donde se ubican amapoleros como en Guerrero y gomeros de diversa condición, tanto como los productores de drogas sintéticas tan peligrosas y perniciosas especialmente para los consumidores estadunidenses quienes suman legiones y legiones de drogadictos en cuyo favor opera la nueva diplomacia imperial, porque no se trata de evitar el consumo, se busca proteger a los adictos con drogas sin rápida letalidad, para tenerlos cautivos en un mercado cuyo florecimiento se da más arriba de la frontera, con lo cual el mundo de convierte en un sin sentido espeluznante, pero así son las cosas y no las podemos cambiar, cuando mucho las podemos soportar, esquivar en lo posible; hacer el “bending” ante los guantazos y esperar con la sonrisa de la Gioconda, la paciencia de Job y la cabeza fría, el fin de esta reiterada pesadilla, este infierno de todos tan temido, a su manera el segundo piso de Donald Trump.
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