Los acontecimientos que han caracterizado la actuación del gobierno federal y del presidente de la República, me han llevado a refrescar mis lecturas de Franz Kafka buscando una razón para asimilar lo que sucede. Este autor nos pone ante situaciones absurdas (entendido el vocablo en su acepción de disonante y disruptivo) pero a la vez posibles y esto es lo que estamos viviendo en México.
En su sentido habitual, absurdo es lo contrario a la razón, al buen sentido, a la lógica y propone el diccionario, como sinónimo, irrazonable, inepto, insensato, estúpido. Suena fuerte, pero esos y otros calificativos han merecido sendas decisiones presidenciales.
Absurdo fue cancelar una obra que llevaba ya más del 30 por ciento de avance y pagar cientos de miles de dólares a los inversionistas que financiaban el NAIM, como absurdo es construir un aeropuerto sin tener los dictámenes de viabilidad aérea ni proyectos ejecutivos de obras de comunicación y servicios colaterales al mismo, para decirlo simplemente.
Igualmente se puede calificar la rifa del avión presidencial, que legalmente no se puede rifar y cuya operación, financiada en buena parte con dinero público fue un fracaso comercial, violó todas las disposiciones existentes para disponer de recursos públicos y acabó entregando como premios, lo que por obligación debiera proveer al sistema de salud. Absurdo por donde se vea.
De igual forma es absurda la consulta nacional propuesta para enjuiciar a los ex presidentes que ha sido lacayunamente aprobada por la Suprema Corte, que a la vez propone una pregunta, más absurda aún, como objeto de la consulta, notoriamente inconstitucional.
Absurdo es también, en plena globalización y tendencia mundial a la utilización de energías limpias, insistir en hacer de PEMEX, una empresa quebrada e ineficiente, palanca del desarrollo nacional, y a la CFE productora monopólica de energía eléctrica con utilización de combustibles fósiles.
A estos ejemplos pueden seguirse más, como el irreflexivo proceso de recomposición del sistema de salud, el desordenado proceso de adquisición de insumos, equipo y medicinas para el sector, hoy sujeto a presiones que ponen a sus servidores en calidad de héroes, o la también irreflexiva cancelación de fideicomisos y agotamiento de las reservas económicas en busca de un mayor flujo de efectivo en las arcas nacionales, para ser ejercido en forma opaca, sin destino o etiquetación clara, sujetos a la voluntad de un solo hombre que dota de dinero a los programas sociales sin reglas claras de operación y por lo tanto sin información fidedigna de la aplicación del recurso.
Pero lo que más me lleva a buscar a Kafka es el encontrar cómo, después de dos años en el imperio de lo absurdo, esta administración o su presidente que engloba todo por ser el único que decide, aún encuentra la aprobación de más del 50% de la población según casas encuestadoras, y como la poderosa iniciativa privada, busca incesantemente el favor del gobernante y su aceptación de la realidad económica.
Es escenografía política pura lo que explica estas acciones absurdas, actos para mantener a la clientela electoral y soportar una imagen personal, construida durante años de criticar lo superfluo sin proponer otra alternativa que la destrucción del entramado político económico.
No se encuentra, en ninguna de las decisiones tomadas y ampliamente publicitadas como símbolos de la transformación, ningún cambio de fondo, como no sea la restauración del presidencialismo absolutista y la presencia omnímoda del Estado limitando la participación de particulares en el desarrollo nacional.
Es errado, por decir lo menos, dar por sentado que el liberalismo económico, o neo liberalismo como lo han llamado, es un sistema fracasado, cuando las grandes potencias mundiales siguen aplicando esa doctrina y sus principios. Los que fracasan son los gobiernos que no entienden que su función es proporcionar el equilibrio social necesario para que las naturales brechas sociales no se profundicen. Está comprobado, por la historia, que el Estado no puede asumir un paternalismo dadivoso si no tiene una base económica capaz de soportarla, y ese es el caso de México en la actualidad. Mejorar el ingreso de los que menos tienen no se logra con becas o subsidios, mensuales o bimestrales, cuyo monto puede ser superado por cualquier actividad informal en una semana. También es una ocurrencia absurda, pensar que el petróleo nacional, administrado por una estructura decadente, proporcionará los recursos para impulsar el desarrollo nacional. No lo hizo en el siglo XX y menos lo hará en el XXI cuando la economía mundial apunta hacia otras vías.
Combatir la pobreza, disminuir los efectos de la desigualdad, generar las condiciones para un mayor equilibrio social, son los retos de un gobierno democrático y popular, como se dice el actual, pero para ello se requieren políticas definidas y viables, estrategias puntuales de desarrollo, no ocurrencias absurdas que solo despilfarran dinero público y apuntalan la imagen presidencial.