Se acercan las elecciones más grandes de la historia. La más importante es la contienda por la presidencia dela República. López Obrador teme una derrota, a despecho de que su candidata, la Dra. Claudia Sheinbaum lleva una ventaja considerable en las encuestas. AMLO no puede perder, pues sería como entregar el poder a las fuerzas del Mal, llámense conservadores o neoliberales en el ámbito terrenal. Pero bien visto si trata de algo más profundo, Amlo se ve, consciente o inconscientemente como el Mesías, la rencarnación de Jesucristo, el destinado a salvar a la Patria: es el ungido por el señor. Es el depositario del Bien, el conductor del pueblo. Y la cuarta transformación es el destino de México. Es la tierra prometida. La agresión a los medios semeja el episodio de aquel de un Jesús expulsó del templo a los fariseos. Por eso delira cada mañana. El delirio es una compulsión. AMLO predica todos los días. Como conjurando a sus adversarios. El estrado es su pulpito. Su populismo tiene esa explicación. Y no otra. No es un tirano. No es un populista cualquiera. Aunque así lo parezca. Es un redentor. Por ello se autovictimiza cada día.