I
¿Qué hacer con los jubilados? Es una pregunta que todos los gobiernos del mundo se hacen, ante el envejecimiento poblacional; cuando la pirámide poblacional invierte su forma y el intervalo de mayores de 60 a 70 años, crece aceleradamente como sucede en los países más ricos y desarrollados donde la gente, prácticamente, ha dejado de reproducirse y la tasa de reemplazo es casi nula.
La gente middle age, de edad mediana, desea y busca la jubilación cuanto antes pueda. Desean con pasión entregarse al rendimiento máximo para luego, no hacer o hacer poco y menos, olvidándose desde hace tiempo de la sentencia de Jehová en el Génesis. Ganar el pan con el sudor de su frente es un axioma teologal de las legiones de denominaciones judeocristianas y quienes reconocen que nuestro paso por este planeta es solamente el nivel inferior del aprendizaje que tiene que recorrer nuestro espíritu en su trayectoria a la perfección, sólo el trabajo nos toca hacer en esta vida pues sólo la muerte nos da el descanso, ese descanso que tanto se persigue.
En el arribo a nuestro destino, recuerdo aquel memorable film distópico, donde los ancianos le entregan su humanidad a un aparato estatal que les aplicará la muerte contemplando bellas imágenes de un mundo desaparecido al son de los acordes de la música más bella y sus contenidos orgánicos serán transformados en Soylent green, un alimento para las masas, que no tienen más posibilidad en un mundo contaminado. Este sería otro escenario en el que, como sucedía en algunas culturas, los ancianos se entregan a la muerte, de manera pasiva, a que el frío, la nieve y el congelamiento les dé sepultura como era costumbre entre los inuit, habitantes del Polo Norte.
II
En nuestros tiempos, la eutanasia es polémica dentro de la teología cristiana, aunque la muerte en una guerra simbolice conceptos como la heroicidad y como vemos, la vejez no puede significar otra cosa en el mundo contemporáneo más que, cargo económico al estado y una carga moral para las familias que en infinidad de casos documentados los ancianos son maltratados por sus cuidadores.
El ocio ha sido y es uno de los atractivos en nuestra dimensión y que el mundo hubiera sido creado para que todos descansáramos cuando, es todo lo contrario: este mundo es desde su origen, una tierra donde todo significa trabajo. Solo el trabajo nos ha transformado en seres humanos, lo pensó Engels hace doscientos años. Para algunas interpretaciones, el ocio se ubica asociado a la pereza, uno de los pecados capitales según el cristianismo. Entre ciertas sectas protestantes el trabajo es una vía de agradar al Creador y quien observó de cerca su resultante fue Max Weber, creador de la Sociología Comprensiva, cuando pudo confirmar que los países más ricos eran los protestantes. Hoy, la tecnología y el capitalismo parecen buscar la simplificación de todo, encontrar períodos mas largos de descanso para el trabajador, pero al mismo tiempo exige, como Sísifo, se nos condena al rendimiento máximo de nuestras fuerzas, en otros escenarios, como en los gimnasios y centros comerciales, y finalmente, la desaparición de pensiones para las futuras generaciones que desean encadenarse como Prometeo a la herida eterna del conocimiento. Queremos seguir produciendo y no morir en el intento.
III
Después muchas batallas legales pude gozar de mi retiro. Había impartido clases durante veinte años en la Universidad Intercultural del Estado de México, cuya misión y objetivos se han vinculado a conceptos como el desarrollo de los pueblos originarios, la inclusión, la tolerancia y el respeto a la otredad; en cuya creación me tocó ser parte de sus inicios, en tiempos en que no había edificio, no había salones y hacíamos, sin saber cómo, un plan de estudios, calculábamos los créditos y todo se hizo con voluntad. Por eso cuando me jubilé me inscribí en la misma escuela en la que había dado clases, en Arte y Diseño, la misma carrera que tanto había disfrutado porque además conocía bien su plan de estudios, también conocía los reglamentos y las líneas del enfoque intercultural.
Hice todos los trámites y cursé el primer semestre con dificultades propias de la adaptación: los estudiantes recién llegados me evitaban, no me aceptaban. La relación con ellos era distante. En parte se debía a que no teníamos un lenguaje en común. Las ocho horas en el salón de clase, ellos se hablan como acostumbran, con palabrotas y obscenidades. El primer mes del segundo semestre no pude más y pensé seriamente en renunciar a mi proyecto de aprender cosas nuevas que se relacionan con las técnicas del arte, aprendizaje que disfrutaba mucho cuando lo hacía. Se lo comuniqué cumplidamente a cada uno de los profesores. Después, aquel gesto se revertiría en mi contra.
La tutora de mi grupo, resultó ser una maestra distante, en su actitud; nunca investigó cuáles eran las razones para retirarme de la carrera y ante todo, lo que un tutor debe hacer en la universidad, es evitar la deserción de un estudiante. En clase, la mencionada profesora siempre desaprobó mis intervenciones y parecía que le molestaba que yo participara. En mi trayectoria escolar nunca le falté al respeto a ninguno de mis maestros; después de todo, pertenezco a una generación que, respeta las jerarquías; tuve siempre el acompañamiento y el estímulo de mis profesores para seguir estudiando, en esta última experiencia no fue así.
A la tutora se sumaron dos profesores graduados en arte, no obstante, en nada brillantes, quienes se propusieron desde el inicio llevarme hasta la reprobación de sus asignaturas pues evidentemente, hiciera lo que hiciera, la calificación que ellos asignaban era la mínima aprobatoria y para completar sus propósitos contaron con la complicidad de otra profesora inexperta en el medio universitario, e ignorante, a todas luces, de lo que se postula hasta hoy, como interculturalidad; con cuatro asignaturas sin aprobar la consecuencia sería darme de baja.
¡Qué equivocada estaba cuando pensé que podía asistir a una universidad después de jubilarme! Hacer algo nuevo, aprender a hacer algo con las manos, como técnicas dibujísticas, como cerámica, cualquiera de esas prácticas artísticas, en fin, algo que quisiste hacer y nunca pudiste. Aunque las universidades interculturales tienen como objetivo fundamental la inclusión y el respeto a la diversidad hacia todas las comunidades, empezando por los pueblos originarios, en mi caso, ninguno de esos conceptos axiológicos de su fundamentación se cumplió. Estos profesores con bases falsas en la supuesta libertad de cátedra conciliaron sus criterios personales para no cumplir los acuerdos que habían hecho conmigo, para llenar los vacíos de mis calificaciones, los cuales había cumplimentado con trabajos extras.
Ante el silencio de los profesores para emitir una evaluación acorde a parámetros académicos, silencio que hasta hoy ha sido su respuesta, la vía posible ha sido la intervención del Consejo Académico de la Universidad y la Comisión de Derechos Humanos. Como estudiante intercultural me amparan deberes y derechos y a ellos me asisto para defender ya no mis calificaciones, sino mi dignidad como persona, como mujer de la tercera edad, frente a quienes no tienen el perfil ni la cualificación para pertenecer a una Universidad Intercultural.
IV
La iniciativa reciente de proporcionar un salario a personas cuidadoras de ancianos y enfermos es una propuesta que ha quedado en el aire y que en la práctica poco o nada se ha hecho al respecto. Quienes tienen a su cuidado a una persona mayor merecen ese salario, esa compensación y ese agradecimiento social. Al mismo tiempo, una brillante psicoterapeuta en una conversación reciente sugería que el estado debería diseñar una política que ponga anticipadamente y al descubierto, la previsión para, el qué hacer en la jubilación; nadie previene cuál será su hacer; viajar, es el verbo más acariciado en ese período, pero sólo pueden hacerlo quienes tienen los medios físicos de salud y económicos, un lujo que pocos pueden darse. Las pensiones en nuestro amado país, o te dan risa o te dan muina. Quienes pueden, como nuestros vecinos del norte, se apropian de espacios ajenos donde se establecen, dando paso a la gentrificación tan debatida de la colonia Roma de la CDMX o en San Miguel de Allende, o en Querétaro, o en los bellos puertos de nuestro país, para mí los casos más conocidos.
Entonces, ¿qué podría hacer un jubilado? que al envejecer aprende a gestionar y a leer situaciones complejas. Entregarse a la muerte porque a las aulas de una escuela o universidad, ¿no puede regresar? Le está vedado el acceso pese a haber trabajado y pagado impuestos durante 35 o 40 años. Las mismas instituciones educativas no tienen un programa especial de andragogía que atienda a esa población que quiere seguir activa.
El tiempo pasa, nos vamos haciendo viejos, es una línea de una canción de Pablo Milanés, cantautor cuyo final es un ejemplo de lo que a cualquiera nos puede pasar y el abandono y olvido, en que vivieron los integrantes de Buenavista Social Club hasta que los redescubrió Ry Cooder, me dice que ningún régimen tiene una política que se ocupe a fondo de los que somos viejos, esta palabra que significó tanto para nuestros ancestros que eran respetados como sabios, hoy los viejos o personas mayores de la tercera edad como eufemísticamente se nombran, debemos contemplar cómo se nos roban nuestras postreras aspiraciones.