Puerta de Tierra Adentro, 1737, construcción del arco setenta
Ya el largo valle de verdes campos ha resistido a tono todas las inclemencias del tiempo, las lluvias de los periodos del mes quinto —mayo— hasta el décimo —octubre— de los días y los meses han dejado claro a los pobladores la difícil situación de solo tener temporada de lluvia o solo temporada de secas ¡no hay por más!
La lección ha sido de comprensión en serio de dificultades, se han acomodado los sistemas de agua, mercedes, cause de río, caminos y llegada de peninsulares por la obra que representa el tener por primera ocasión en tantos años de agua cristalina.
La obra de Acueducto de nuestra Señora Santa María de las Clarisas Capuchinas ha tenido a bien correr la noticia por toda la región, el que una ciudad que solo era de paso —para las carrozas del Real De Minas del Potosí— se enclave una obra que tan ilustre terruño se convierta en una de las principales, no solo por la participación de las órdenes de religiosos y hermanas consagradas, grandes haciendas, sino el de tener un cierto aspecto de gran y señorial ciudad, la obra permite de lograr se deje de pagar merced por el agua, atrae a los ricos peninsulares.
¡Una aventura a las tierras lejanas!
Ocurre que, a punto de terminar la gran obra del Acueducto de nuestra Señora Santa María de las Clarisas Capuchinas, a los alguaciles y regidores del cabildo de esta ciudad de Puerta de Tierra Adentro, se le hizo a fama celebrar la traída del agua a la ciudad, decidieron romper las arcas y realizar una serie de festividades acorde a la ocasión —cabe resaltar que la construcción de un acueducto en la Nueva España debía cumplir con las ordenanzas de construcción desde España y bajo la atención del Rey Felipe V, con las licencias propias— por ello, se estableció el comité de festividades por la llegada del agua, con registro en al cabildo y bitácora de acciones.
El Alguacil Mayor Don Pedro Frexomil y Figueroa, Don Bernardo Gil De Suasnabar y a Don José Francisco de los Ríos Enriquez, regidores de esta Noble y Leal Ciudad —que ya se establecía el Bando de Fundación de la Ciudad de Querétaro y dejar de llamarse Puerta de Tierra Adentro, a punto de recibir del Rey tal nombramiento— son los encargados de llevar a cabo la planeación, cuidado y decoro de las fiestas dedicadas a este acontecimiento de la ¡llegada del agua!
Don Pedro Frexomil era el más entusiasta…
—¡Que a decoro, atención y cuidado que haremos traer de las flores más excelsas a estas tierras y plantaremos un largo camino de buganvilias! Aquella de las chinas de reciente llegada, que de música se llenará la ciudad, de obras de teatro, callejuelas tintineantes de fiesta y coloridos y por las noches, unas tertulias de conmixtión a los presentes…
—¡Calmadnos por favor, Don Pedro! estaremos en éxtasis por tal circunstancia, pero debemos primero sabe que es lo que desea su excelentísima, el Marqués, a quien debemos tal gloria y rendición —le dio un codazo a su compañero— ¡Recordad que aún faltan muchas monedas del cabildo que aún no se han recontado! Y el propio Marqués ha dado la orden de contar ¡hasta el último peso de oro!
—¡Cuánta desconfianza mi señor! — hizo la mueca de tomarse un sombrero imaginario y hacer la genuflexión como si estuviera el propio Marqués en persona, y ambos rieron a carcajadas.
—¡Calmad, señores el ánimo! Llegó la oportunidad de nuestros días ¡haced las festividades! al tono de lograr que el acueducto de las Capuchinas tenga a bien darnos gran alivio y evitar el pago de Merced del agua! hagamos las cosas con decoro y atención a lo magnánimo.
¡Los tres se engolosinaron con la oportunidad!
Obras finales del arco setenta, pruebas de fuerza del agua a medición, décimo mes de 1737.
La fuerza de agua del Acueducto de nuestra Señora Santa María de las Clarisas Capuchinas se medía por el grosor de ancho del cristalino líquido, el raudal de la primera pila de contención desfogaba con una fuerza brutal, que al pasar por el desnivel se escucha como un rugido felino al irse llenando el canal principal de traspaso.
Para medir la fuerza se tomaba en cuenta el ancho de la tubería de barro, por dar ejemplo, una mano cabía perfectamente en una medida de naranja, a ocho naranjas se medirá un surco, el acueducto tenía una fuerza de lo que se conoce como “un buey” —tomando en cuenta el ancho del animal— lo que produciría la caída de cantidades torrenciales de agua, por ello las fuentes receptoras debían de soportar esta cantidad de agua, no solo para el consumo, sino para evitar se desbordaran.
¡Sin contar que en épocas de lluvia las fuentes y la propia caja distribuidora de agua recibiría más volumen de agua!
Cabe tomar en cuenta que el Marqués a todo el conjunto del Acueducto de nuestra Señora Santa María de las Clarisas Capuchinas, le colocó nombre de acuerdo con el día en que se terminó, por ejemplo, la caja principal —que fue la que primero se construyó después de hacer los canales de socavón— la denominó Pozo de San Antonio, e hizo construir una escultura del santo, así cada parte del acueducto tuvo su nomenclatura. El canal de cal y canto que lleva el agua del manantial principal por laderas, cañadas, valles —que tienen de extensión dos leguas— se denomina Surco de San Pedro y San Pablo.
Toda la extensión de los canales de cal y canto fueron revisados tan escrupulosamente, que parecía una obsesión del Marqués que todo estuviera a la perfección, su obra le valía tal atención, pero aun no se encontraba la razón correcta de tal obsesión, pareciera a su excelentísima apasionadamente presto a terminar tal obra.
¿Qué manjar disfrutaría por tal obra?
Ocurre que justo en las albricias de la culminación de tan majestuosa obra, se presenta ya en esta nueva ciudad Leal y Noble llamada ya en registro ante su majestad Felipe V, como Querétaro Tercer Ciudad del Virreinato, no solo en importancia, sino en hermosura y relevancia, un conflicto jamás imaginado por el Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, tercer Marqués de la Villa de Villar el Águila, en donde alguaciles del Virrey viene a determinar el uso del agua, si era para el gobierno del pueblo de indios o para la nueva muy noble y leal ciudad.
¡Vaya encono!
Anterior a la construcción del noble acueducto capuchino la merced del agua se mantenía por la ordenanza de los cuatro acuerdos, primero se debía saber de quien era la merced del agua o quien tenía los derechos —algún ojo de agua o pequeño pozo—, de no existir se preguntaba a los vecinos el encargado de la distribución, una vez se sabía, se preguntaba a los barrios anexos a quién se le pagaba merced y por cuarta y última, se hacía una nueva distribución del agua, en donde la mayoría de las veces no quedaban en total acuerdo.
El hermoso río que ruge por toda la ciudad y que parte en dos la vecindad, tiene con cuenta propia el ingreso solo a algunas casas —las pocas— por ello debía de dejarse claro la distribución del agua y el pago de las mercedes, según la tradición.
Alguaciles con un cuadro de madera del tamaño de buey, realizaban las mediciones para asegurar la cantidad de agua que caería del acueducto —situación que por ningún motivo el Marqués permitió se realizara— pero ellos en su carácter de oidores del virrey, escrupulosos acentuaban al tono, aunque la medición se debía de llevar a cabo.
Ocurre que un caso sonó fuerte por el barrio de San Sebastián, uno de los barrios que cruzan el paso del río caudaloso y que en crecidas por las lluvias hacen que todo vayan a los cerros al resguardo. Una familia de vecindad hizo que los alguaciles midieran con trazo de buey el ancho del río en creciente mayor —quinto del mes al octavo— dejando las mercedes más altas para su palaciega casona de estilo morisco, pero cuando el río estaba en las mínimas, seguían teniendo la misma merced de la medida de buey ¡Dejando a familias enteras sin agua!
Sin tardo, los alguaciles fueron a calmar a la chusma quienes enardecidos ya tenían al lustroso caballero de armas —precisamente el regidor Don Pedro Frexomil y Figueroa— ¡en cueros colgado de un alto árbol a punto de ser linchado! A quien, a fuerza de promesas, permitió fuera bajado, pero antes la chusma debía de apagar sus antorchas y tirar las sogas.
Cobró tanta fama este personaje, que ni tardo, utilizó esa popularidad ante la gente que se postuló como regidor y en las votaciones del conjunto religioso de San Sebastián ¡salió ganador!
Cuentan también que, en su palaciega casona, Don Pedro de Frexomil y Figueroa, a bien un día tuvo un encuentro con el gobernador del pueblo de indios de Querétaro, don Augusto de Tapia, que, de descendencia noble de cacicazgos, hicieron a bien coincidir en una festividad de la recién erigida San Sebastián, aseguran que Don Pedro y Don Augusto fueron con la misma casaca de bordados de oro, a tono ¡Idénticas! Lo que ocasionó el desencanto de Don Pedro quien a firma misma de parecer un mozalbete, tomó de las solapas a su igual y se enfrascaron en una zaga rebatinga de dimes y diretes, rompiendo la casaca del gobernador de indios quedando solo en el faldón, desde entonces a suntuoso lugar se le denomina ¡La casona del faldón de Don Pedro de Frexomil!
El Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, realizó un viaje a la Ciudad de México, en donde se entrevista con el alguacil mayor, con la junta de comerciantes —que preparaban la fundación de un colegio no católico para las niñas de la ciudad de México, primera vez que se hacía, muestra del modernismo propio de u cambio— y con el encargado de las mercedes del virreinato.
A su llegada —en compañía del ilustre Don Ambrosio Eugenio Melgarejo, presidente de la junta de comerciantes— los recibió el mismo Don Juan Gutiérrez Rubín de Celis, caballero de la orden de Santiago —de la que el Segundo Marqués de la Villa de Villar del Águila fue compañero— y a quién el Marqués Juan Antonio de Urrutia le tenía el pliego de petición:
Corregidor: Juan Gutiérrez Rubín de Celis, caballero de la orden de Santiago.
Regidores: José Movellán y la Madriz, José Hurtado de Mendoza, José Cristóbal de Avendaño y Orduña, Juan de Baeza Bueno, José Antonio Dávalos y Espinosa, Coronel Francisco Sánchez de Tagle, Juan de la Peña, Luis Miguel de Luyando y Bermeo, José Francisco de Aguirre y Espinosa.
Alguacil Mayor: Luis Inocencio de Soria Villarroel
Enero 1, 1738.
A quien me dirijo de ustedes amabilísimos miembros del Cabildo, a sugerencia de tono y cuanto logre explicar que a bien sea dada y las mercedes de agua de la reciente Muy Noble, Muy Leal Ciudad Tercera de Querétaro, antes Puerta de Tierra Adentro, sirva de lograr eximir sus bondades del pago de merced a toda la población del gobierno de indios y gobierno de peninsulares, del pago de agua, que a bien a la obra del llamado Acueducto de nuestra Señora Santa María de las Clarisas Capuchinas dotará de tal beneficio sin distingo de casta india, criolla, peninsular, a la ordenanza del menor y del mayor…
Al uso de la voz le corresponde a la comisión de cabildo de mercedes de agua Luis Miguel de Luyando y Bermeo, quien aún no salía de su asombro de otorgar sin pago el agua a los parroquianos:
—¡A su excelentísima Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, tercer Marqués de la Villa de Villar el Águila! En asombro cabe a un servidor simple siervo de sus personas, considera que el agua fuera de total gratitud a cualquier persona, en mucho recordamos los apegos de problemas que distinguimos de cotidiano, por el pleito entre indios y peninsulares por el control del agua, a solo me refiero del caso de la ciudad llamada de Tacuba, en donde a bien de muertos y escandalosos penares, el de Ixtapalapa que cunde de logros por señoríos de agua… ¡pretende su excelentísima regalar el agua sin mercedes! A propios y extranjeros… ¿A razón de labor de qué?
El Caballero de la Orden de Alcántara Don Juan Antonio de Urrutia y Arana Pérez Esnauriz, tercer Marqués de la Villa de Villar el Águila, se levantó el sombrero que coincidía con la casaca y los finos andaluces de oro, con celestes detalles, sin exasperación alguna solo limitó una frase de ronco tono:
—He pagado ilustres señores cada una de las propias piedras de la construcción, cada madera, soga, cuello, cubo, cuadro, polín y sostén, que no he requerido de ayuda alguna para levantar tal obra y aunque por las mercedes me conminaran a un pago, que dejo aquí la garantía propia del agua de esta noble y leal ciudad ¡por la próxima centuria!
¡Dejó traer más de ocho costales de monedas de oro!
Continuará…