El fútbol mexicano, como siempre, es un cúmulo de emociones y contradicciones. Esta vez, la polémica gira en torno a la exclusión del Club León del Mundial de Clubes, todo por el asunto de la multipropiedad. La regla es clara: un grupo empresarial no puede poseer más de un equipo en la misma competencia internacional. Y aunque la normativa es estricta y lógica, no podemos evitar sentir cierta injusticia de ver a los esmeraldas fuera de la competición, después de haberse ganado su lugar en la cancha.
El León ha sido uno de los equipos más estables de los últimos años en la Liga MX. Actualmente con jugadores como Andrés Guardado y James Rodríguez, un fichaje que generó gran expectativa, parecía que el equipo estaba listo para dar el siguiente paso en el escenario global. Pero el reglamento, en este caso, es implacable y se impone sobre la pasión y el esfuerzo demostrado por el equipo. Es una decisión que, aunque correcta desde el punto de vista legal, nos deja una sensación amarga. Esos jugadores, esos refuerzos que le daban al club una pizca de equipo de élite, ahora se quedan esperando una oportunidad que no llegará.
Todo parece indicar que el lugar de León lo tomará otro equipo que estará en la disputa entre América y Galaxy. Mientras tanto, el Alajuelense, el equipo que levanto la mano y señalo públicamente la multipropiedad queriendo ocupar el lugar vacío, irónicamente se quedara sin nada, ya que lo que parecía ser una oportunidad para el club costarricense se desvanece al ver que, probablemente, otro equipo será el que obtenga el pase. Un lío de intereses y regulaciones, donde lo menos importante es el fútbol en sí mismo.
La multipropiedad, ese tema que lleva años rondando en el fútbol mexicano, aun con la exclusión del León del Mundial de Clubes, sigue siendo un problema no resuelto. Hay quienes piden que se erradique de una vez por todas, pero el cambio siempre llega lentamente, cuando no se quedan en solo palabras. Durante años, equipos como el América, Necaxa y San Luis, bajo la influencia de Televisa, se pasearon por la liga, sin que se cuestionara demasiado. Aunque el tema siempre estuvo presente, pocos lo tomaron con la urgencia que ahora se exige. El fútbol mexicano, como siempre, ha jugado bajo sus propias reglas, y estas son siempre convenientes para los poderosos; incluso en temas de castigos y vetos por violencia en los estadios, ya que, en sucesos similares, pero en estadios diferentes, no se mide igual al equipo poderoso que con medidas irrisorias se “castiga”, mientras que, a otros equipos, se les busca aplicar todo el rigor del reglamento. Aficiones iracundas como las de Rayados de Monterrey que incluso han cobrado la vida de algún aficionado o balazos en el estadio de Torreón, son muestras tangibles de ello.
A mí, como a muchos, me gustaría ver a Guardado y James en el Mundial de Clubes, sin embargo, la reglamentación está por encima de todo, y aunque el deseo de ver ese espectáculo sea fuerte, la justicia deportiva también tiene su peso.
Las grandes empresas, los dueños de los equipos y los intereses de siempre siguen moldeando el destino de nuestro fútbol. Nuestro balompié se ha convertido en una competencia de poder, en lugar de una competencia deportiva, donde el dinero y los intereses de unos pocos juegan un papel demasiado grande. Y aunque este no es un fenómeno exclusivo de México, aquí se ha normalizado de una manera que deja poco espacio para el cambio.
El fútbol, al fin y al cabo, es solo un reflejo de una sociedad desigual. No hay mucho más que decir sobre eso. Pero lo que es cierto es que, mientras el balón siga rodando, los que amamos este deporte seguiremos viéndolo, disfrutándolo y, sí, lamentándonos por las decisiones que se toman detrás de la mesa, lejos de las emociones que realmente importan: las de los jugadores y los aficionados. Y aunque se que es una utopía, también sé que el balón no debe pertenecer a unos pocos…