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El fútbol no es de dos

Juego Profundo

por Salvador González
13 junio, 2025
en Editoriales
Un nuevo vuelo en el fútbol queretano
89
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A diario uno prende la televisión buscando fútbol y encuentra ruido. Una fiesta barata de voces superpuestas venidas de personajes que rozan lo ridículo. No hay análisis, no hay mirada profunda. Solo una guerra de colores, y sobre todo, de dos colores, que no entienden de juego ni de contexto. Todo parece reducirse a dos escudos enfrentados eternamente, como si el planeta redondo del fútbol girara únicamente alrededor del Real Madrid y del Barcelona.

Y eso cansa. Agota. Satura.

Los programas de tertulia –esa palabra que algún día significó conversación inteligente– se han convertido en ring de fanáticos disfrazados de periodistas. Si Cristiano marca con Portugal, la celebración no es por el gol, ni por el país, ni por el fútbol. Es porque perdió la selección donde juega “el chico de 17 años del Barça”, el enemigo. Si ese chico brilla, no se celebra el talento precoz ni la alegría de ver nacer una estrella: se lamenta porque representa al club rival. No hay admiración, solo trincheras. También los culés caen en ese mismo pozo sin fondo. No ven fútbol. Ven escudos. Ven heridas. Todos quieren ganar, aunque sea con trampa, con VAR, con excusa y sin ella. Y si no ganan, al menos que pierda el otro. Solo importa lo que haga el rival que odias. No lo que haga tu equipo. No el juego, no el pase filtrado, no el esfuerzo del que corre en campos olvidados. Solo importa destruir al otro. Ya no se trata de amar al fútbol, ni siquiera de respetarlo. Se trata de construir trincheras emocionales donde todo es blanco o negro, Real o Barça, Cristiano o Messi, Vinicius o Lamine. Lo demás es cartón mojado.

En medio de ese lodazal, por suerte, hay almas que todavía saben mirar el juego con los ojos abiertos.

Mi buen amigo Sergio Bailleres, por ejemplo. Un tipo que sabe de fútbol. Que respira su ritmo lento y veloz a la vez. En los últimos tiempos me ha contado, con una sonrisa de descubrimiento, que ha dejado de mirar siempre a los mismos. Que ha explorado, saboreado, y hasta olido otros balones, otras canchas, otras hinchadas. Por televisión, sí, pero con el alma en las gradas. Me encanta cuando me habla, por ejemplo, del Club Atlético Huracán o del Platense, o incluso de los “Aguacateros” de Peribán, Michoacán, de esos partidos acuartelados, como escondidos en una esquina de un viejo mapa, con relatos que parecen radiofónicos, nostálgicos, llenos de textura. Me encanta escucharlo contar y cantar goles que nadie vio, atajadas que no serán virales. De ese fútbol que no busca likes, sino corazones.

Y es que el fútbol también vive en Rosario, en Toluca, en Oviedo, en Montevideo, en Querétaro, en barrios donde el pasto crece chueco. El futbol vive en un penal atajado en la segunda división de Bolivia, en una tribuna que canta en japonés, en una jugada que se pierde en el olvido, pero deja huella en el alma. Pero eso no sale en los programas. Porque eso no polariza, no grita, no vende.

Mientras tanto, los tertulianos siguen debatiendo y contagiando a los aficionados acerca de que, si el chico de 17 años es mejor que el de 40, si el presidente rival es más corrupto que el tuyo, si “aquella jugada del minuto 93” define tu vida entera. Y así, como si nada, se van olvidando de lo esencial: que el fútbol no nació para dividirnos, sino para emocionarnos. Para unirnos.

Pero el balón, señores, es redondo y rueda para escapar. Y el fútbol, si lo escuchamos bien, habla otros idiomas, suena a otras canciones, y nos recuerda, cada tanto, que hay vida más allá de esa dualidad maldita. Pero en los sets de televisión nocturnos, en los grupos de Whats App,  esa verdad no vende. Ahí se necesita conflicto. Se necesita alimentar la hoguera: “¿Quién es mejor?”, “¿A quién le pesa más la camiseta?”, “¿A quién odias hoy?”. Y mientras se repite ese guion, el fútbol real pasa por otro lado, ignorado por quienes creen que amar el fútbol es amar únicamente a los suyos.

No, señores. El balón no tiene dueño. No bota solo entre Madrid y Barcelona. El balón también se queda quieto en el pecho de un defensa del Puebla, o en los pies de un extremo del Huracán. También corre entre niños en Senegal, corre entre veteranos en las canchas de liga Metropolitana y en las calles de barrio donde nadie grita en platós, pero todos sienten con el alma.

No todo tiene que ser una final anticipada. A veces, el verdadero fútbol está en un empate a cero jugado con el alma, en una cancha vacía, pero llena de historia.

Y los que saben verlo, como Sergio, lo celebran en silencio. Con respeto. Como debe ser.

Y si aprendemos a verlo como lo ve Sergio –con pausa, con curiosidad, y con cariño– quizá volvamos a recordar que el fútbol no tiene dueño. Y que, si seguimos creyendo que solo se juega en dos estadios, en dos colores, entonces el fútbol, ese que amamos, ya no se está jugando.

Se ha perdido.

Etiquetas: BARCELONAfutbolMadrid

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