Apoltronado en su sillón, mi abuelo Agustín gustaba de ver el informe presidencial, en su viejo televisor blanco y negro. Lo hacía, respetuosamente en silencio. Pero recuerdo que, al concluir aquella perorata, solo decía, tal vez quejoso, “es la danza de los millones”. Yo era un niño pero me encantaba el espectáculo que venía después: la multitud le acompañaba en las calles, el confeti que caía sobre el lujoso coche descapotado. Era el día del presidente en aquellos tiempos del “dorado presidencialismo”, incuestionado y autocomplaciente, cuyo declive comenzó con la alternancia de los mandatarios.
Hoy día, aquella “danza de los millones” ha pasado a ser “el festival de las mentiras”. Sobreexpuesto el presidente en su conferencia matinal disque de prensa, el 1 de septiembre ha perdido toda relevancia. Eso les pasa a los deslenguados, aunque hablen de hechos sobresalientes, de haber cumplido 98 por ciento de sus compromisos de los que descree el ciudadano medianamente crítico. Una mentira tras otra: 100 Universidades del Bienestar ¿Dónde están?. Logros que no son suyos: el incremento de recursos provenientes del país vecino que deberían avergonzarlo pues lo que significan es la falta de empleo, las fracturas de miles de familias, el derrumbe de la economía. Proezas literarias como el libro de “A la mitad del camino” que no escribió, dada su ineptitud intelectual. Silencio sobre la violencia, la escasez de medicamentos, la desatención a los niños con cáncer…
En fin, ya no es el Día del Presidente. Es todos los días; el supuesto “nuevo régimen” no tiene nada de “nuevo” que no sea el parloteo para agredir a los disienten, medios de comunicación, personas que lo ponen en tela de duda; para descalificar a los organismos autónomos como el INE a la voz de “no sirven para nada”; desdén las clases medias que le dieron la espalda en la Ciudad de México.
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Por fin: un gesto notable. El inquilino de Palacio lamenta en un Twitter el fallecimiento de Enrique Gonzáles Pedrero, su “amigo y maestro”. Gratitud que a la vez lo desnuda. Pues nos hace saber de dónde viene el tabasqueño: del Partido Revolucionario Institucional. ¿Por qué entonces la cantaleta de que no es igual a los otros, que es distinto, que llegó del cielo si sólo es un priísta renegado? “Tengan para que aprendan”, ha dicho. ¿Para que aprendamos qué? ¿A engañar? ¿A burlarse de los crédulos? Yo paso, como se dice en el juego del dominó.