El fallecimiento reciente de José Vicente Anaya, poeta y traductor, me trajo el recuerdo de aquellos días en que fue mi colaborador en la Universidad Autónoma del Edomex. Como traductor, destaco aquel conjunto de relatos chinos sustraídos de su versión en inglés, lo que lleva hoy a reflexionar sobre el poderoso influjo de la literatura oriental en Occidente. Recordaría aquí que el mismísimo Miguel de Cervantes se inspiró en un cuento oriental para construir su célebre entremés –pieza cómica en un solo acto– intitulado el Retablo de las Maravillas en el que dos estafadores, Chirinos y Chanfalla, ofrecen un espectáculo que solo pueden ver cristianos que no tengan sangre judía o sean hijos bastardos. De modo que tales cristianos puros, presionados por el miedo de ser tachados de judíos conversos o bastardos, fingen ver a Sansón, un toro, leones, ratones, osos. Aunque nada existe en realidad. Pues todo es un juego de apariencias. Una delectación fantasiosa con la que el genial autor de El Quijote se burla de la credulidad de los espectadores.
Y es que cuántas veces no nos ocurre que consideramos que aquello vivido solo está en nuestra imaginación. Como eso de que un nuevo régimen político, pleno de esperanza maravillosa, podrá salvar a la patria, si somos honestos, si atendemos a una retórica matutina, supuesta enemiga de la corrupción, que habrá de conducirnos por los inéditos senderos de una transformación purificadora.
En este sentido, el célebre entremés cervantino se erige como una vigente crítica social demoledora de las ilusiones sociales que ciegas ante la ruina, se empecinan en creer lo que no sucederá. Como ese ‘nuevo régimen’ que carece de todo sustento real.
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Por cierto, tuve la suerte de ver hace muchos años la representación de ese entremés, en la voz grave, abaritonada del inolvidable Claudio Obregón, nada menos. Y fue en el escenario de la Casa de los siete patios. Toda una lección histriónica que le hubiese encantado a Don Miguel.