George Orwell, una de las mentes más lúcidas en el periodismo y la literatura de ficción, profundo y audaz hasta el extremo de las armas, cuyos textos enfurecían en ocasiones a Winston Churchill, de quien fue crítico frecuente, pobló su producción de artículos y obras mayores, con elementos alegóricos en cuyo simbolismo se exhiben y casi siempre condenan, comportamientos de autoridad y actos de gobierno.
Obviamente todo mundo conoce “1984”, una fantástica descripción futurista del totalitarismo inspirada en el horror estalinista. Si el personaje orwelliano, Winston (llamado así por mofa churchilliana) , vive sometido por el “Gran Hermano”, el gulag soviético fue obra del “padrecito”. También es muy popular la irónica rebelión de los animales en la granja.
Pero hay otras obras del mismo autor sumamente ilustrativas.
En un ensayo narrativo (si existiera tal género) sobre la implacable celebración propia del autoritarismo, con un elefante como elemento central y una figura de autoridad como contraste, Orwell expone y lleva al extremo los peligros de la promesa política y lo riesgoso del ejercicio irreflexivo del m ando, y también la necesidad de llevar hasta sus últimas consecuencias las decisiones tomadas aun cuando hayan sido ofrecidas en circunstancias distintas y ya no sirva para nada cumplir con ellas.
“Matar al elefante” es la narración en primera persona de un simple agente policiaco inglés en Birmania, quien alertado por los lugareños sobre la presencia destructora en la aldea de un elefante fugitivo y descontrolado, sale a imponer el orden bajo una idea central y poderosa: matar al pobre paquidermo.
La narración da un vuelco sobre el cual se cimienta su dramatismo: cuando la simbólica autoridad llega al lugar de los hechos, la magnífica bestia ya no representa peligro, pero es necesario matarlo para mantener incólume el principio de autoridad y merecer a un tiempo la utilidad del cargo y el temor reverencial de los colonizados. Y entonces ya sin necesidad, porque el peligro ha pasado y el animal pace tranquilo fuera de la zona de riesgo no lo mata, lo asesina.
“…Parecía terrible ver al gran animal allí tendido, incapaz de morir e incapaz de moverse, y no ser siquiera capaz de ahorrarle el sufrimiento. Mandé a alguien a por mi rifle de pequeño calibre y descargué un disparo tras otro en el corazón, en el cuello. No parecía que causaran la menor impresión en él. Los jadeos torturados siguieron con la misma firmeza con que suena el tictac de un reloj. Al final, no pude resistir más y me fui. Más adelante supe que había tardado otra media hora en morir…”
La decisión de acabar con el animal no podía revertirse. Se ejecutó sin sentido.
Esta figura sirve como paralelismo con las amenazas de Trump, más allá de la aprovechable similitud entre el animal de la narración y el elefantiásico símbolo del Partido Republicano de los Estados Unidos. Pero más allá de eso, con la necesidad del inminente inquilino de la Casa Blanca, de cumplir sus ofertas, así sea en menor proporción o sin ninguna reflexión sobre los efectos de tales ofertas, sobre todo y para nuestro interés, la delincuencia terrorista de los cárteles mexicanos.
Y eso lleva a considerar también –bajo esa analogía– la más pueril de las declaraciones de muchos funcionarios del gobierno y comentócratas alineados (¿alienados?) al régimen: Trump no va a cumplir sus amenazas.
Obviamente las cumplirá (en cualquier grado de ejecución), porque no tendría otra forma de llevar a cabo el programa con el cual atropelló a los Demócratas en las elecciones y logró un poder casi absoluto no obstante su delictiva condición. No es el pensamiento de Trump, es la oferta cuyo contenido volcó en su favor a un electorado tan salvaje y primitivo como él, ahora exigente del cumplimiento por descabellado como nos parezca. Ahí está despierta la gran bestia americana.
En ese sentido deben ubicarse las definiciones de Marco Rubio, futuro secretario del Departamento de Estado, al presentarse en el Senado americano con una aparente suavidad cuyo tono ha hecho albergar esperanzas en corazones timoratos o atemorizados, lo cual es lo mismo a fin de cuentas.
“…Creo que hay mucho que podemos hacer, y continuaremos haciendo, en estrecha asociación con nuestros aliados en México (en relación con los carteles de la droga y otras variantes del crimen organizado)… Estos grupos no solo aterrorizan a Estados Unidos, están aterrorizando y minando al gobierno mexicano, y la soberanía mexicana y la salud y bienestar del pueblo mexicano… Entonces mi esperanza en un mundo perfecto es que podamos trabajar con una cercana colaboración con las autoridades mexicanas para deshacernos de estos grupos”.
Obviamente la invocación de un mundo perfecto viene a resultar un pésimo recurso: en un mundo perfecto nada de esto sería necesario; no habría criminales, ni cárteles, ni laboratorios en México para producir fentanilo, tan grandes como el recientemente destruido por la Marina en Sinaloa. Todos seríamos arcangélicos.
Así pues, invocar un mundo perfecto, es tan retórico como eliminar por conveniencia el párrafo no reproducido por los optimistas del oficialismo nacional, quienes a fuerza quieren mimetizar las declaraciones del Secretario de Estado con las de la presidenta, de México (con A), porque Rubio habló de la cooperación, pero también prometió avanzar aun si esa colaboración no se consigue (siempre de acuerdo y por iniciativa de EU en favor de sus intereses).
“ (los cárteles) Tienen básicamente el control operativo sobre enormes extensiones de las regiones fronterizas entre México y Estados Unidos”, afirmó Rubio (El país) quien habló una y otra vez del “terror” que provocan las organizaciones del narcotráfico e insistió en el plan de designar a los carteles como grupos terroristas, un punto particularmente espinoso entre ambos países por la posibilidad de que sirva como justificación para una intervención militar de Washington.
“Es una opción que está sobre la mesa”, dijo el político de origen cubano”.
Por eso usó una palabra clave, suprimida del diccionario político mexicano: aterrorizar.
Sólo aterroriza quien causa terror; y quien produce terror es terrorista y como tal puede ser perseguido hasta debajo de las piedras sin importar el lado de la frontera donde estén las lajas.
Ya sólo faltan pocos días para ver las dimensiones del cumplimiento amenazante de Donald Trump ante el cual los mexicanos de aquí y de allá, estamos en la indefensión o el sometimiento.