En una conversación con Carlos Alasraky, el psiquiatra José Newman, intenta formular un diagnóstico del presidente López con los pocos datos con los que cuenta. Reconoce en principio que carece de una historia clínica, amén de un estudio de laboratorio sobre su organismo. Pero al menos por lo que dice cotidianamente, es una persona adrelgénico, es decir, contrario a un letárgico. Por lo que López dice, apunta el psiquiatra, repite y repite, lo que configura, a su ver, el fenómeno del ‘delirio’. Es pues, reiterativo hasta la compulsión. Le gusta la exposición ante los ‘otros’: es verbal en extremo. Y su locuacidad es imparable: él es así.
Por otra parte, es un predicador de origen pentecostal, pero, al propio tiempo, traicionando sus sentimientos religiosos, es incausable el ataque a sus adversarios, reales o imaginarios, ¿una incongruencia? Evidentemente, sí. El púlpito no es óbice para la violencia que despliega en su incontenible verborrea. Acaso el diagnóstico sea incompleto. Pero el psiquiatra se atiene a lo que cuenta: su persistencia, para alcanzar el poder, su obsesión compulsiva, su talante violento.
Cubría preguntarse por qué ocupa su atención. Porque es el Jefe de Estado, cuyo comportamiento impacta a millones de mexicanos.
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Pero hay en el diagnóstico un cabo suelto ¿cómo una criatura religiosa, amén de devastar el laicismo, puede aliarse con el crimen organizado? ¿Dónde quedan entonces sus convicciones, dónde su vocación democrática? Ya no se trata solo del delirio proveniente de la reiteración de su discurso, sino de una patología altamente peligrosa para el destino del país, que no logramos entender ni el psiquiatra ni los modestos ciudadanos como yo, simplemente pasmado, pero cumpliendo mi deber ciudadano en ejercicio de la libertad de expresión, riesgosa sí, porque estamos –eso lo digo yo –frente a un hombre que tiene visos tiránicos. Como prueba su ‘amistad’ con los dictadores de América Latina: Nicolás Maduro, Daniel Ortega y la marioneta cubana Raúl Castro. Seguro: ya lo he dicho en esta columna, nada ni nadie es para siempre. Dejará un país destrozado. Pero más temprano que tarde, el tabasqueño se irá.