Diana Baillères
Nacho Alemán y yo estábamos en el porche de su casa hace 58 años. Yo brincaba con una cuerda y él escuchaba la radio por uno de aquellos pequeños aparatos de transistores con antena que estaban de moda en 1963. Era mediodía, y lo que escuchó me lo dijo: “Mataron al presidente Kennedy”. Impactada por lo que escuché fui corriendo hasta la cocina de mi casa que estaba a unos cuantos metros y le dije a mi madre lo que había escuchado. No teníamos forma de saber más. En Delicias, Chihuahua, en aquel tiempo, no había televisión. Lo que escuchábamos era música. Mi madre comenzó a llorar. Siempre se enteraba de lo que hacían el presidente y su esposa Jackie por las revistas como Life que leía mi padre. Parecía que había temblado la tierra.
Cada año recuerdo este día. John F. Kennedy había venido a México en visita oficial y era, por carisma y política admirado por mucha gente de aquel tiempo. Había sido recibido por otro presidente también carismático como fue López Mateos en su momento y su esposa, Doña Eva Sámano, respetada profesora rural a quien todos se referían a ella así, como Doña Eva. Lo que más impactaba a las mujeres de los esposos Kennedy, como en todas partes donde había viajado, era su esposa. La elegante y siempre bien vista Primera Dama del Camelot norteamericano, como los medios, habían bautizado el tiempo de su administración. Recuerdo haber leído ese término en la revista Life. En un país ejemplo de democracia, los habitantes de la Casa Blanca eran equiparados con la realeza al estilo de las monarquías europeas, a falta del encanto del que habían carecido las familias presidenciables en la corta historia de Estados Unidos. Jacqueline Bouvier rezumaba estilo, a más del apellido de origen francés, estudios en una de las mejores universidades femeninas de la época y un gusto por la cultura y la moda pret-á-porter nunca vistos en aquel recinto, donde corrían sus pequeños hijos Caroline y John-John.
Muchas cosas sobre la política de Kennedy no se sabían acá y las causas reales de su asesinato continúan siendo un misterio. Su familia nuclear y extensa siguieron dando de qué hablar en los medios, durante décadas. Desde su padre, que había sido embajador en Reino Unido antes de la Segunda Guerra Mundial, los entonces niños Kennedy habían dado de qué hablar en su estancia en el Palacio de Buckingham a donde había llegado como la auténtica familia personificada en los Beverly Ricos, aquel programa de televisión en el que una familia de granjeros millonarios se distingue por sus excentricidades dadas por su ignorancia. Así, los Kennedy fueron dándose a conocer en el medio provinciano de Boston pero siempre con la mirada puesta en la Casa Blanca. La apuesta del viejo Joe, patriarca de la familia de origen irlandés era hacer presidentes a sus hijos, no importaría cómo. Y así fue. Tocó a John pues Joseph el primogénito había muerto trágicamente en acción en Francia, durante la gran guerra. John venía con estrella para presidente pues desde el debate histórico con Richard Nixon televisado por primera vez, resultó un éxito de imagen.
A los muertos hay que recordarlos por sus buenas acciones y las que le corresponden a John Fitzgerald se pueden enumerar con los dedos de una mano: el reconocimiento de los Derechos Civiles de los negros que demandaba el movimiento social encabezado por el Dr. Martin Luther King. Dichas disposiciones amortiguaron la exclusión de este sector de la población que no tenía acceso a los sanitarios públicos menos a las universidades en las cuales hubo protestas por la disposición de una orden de la Suprema Corte de 1956, que permitía a los negros tomar clase en Alabama, razón por la que Juanita Malone Jones cobró fama. La actitud hacia América Latina fue complaciente con la llamada Revolución Verde que tendría consecuencias ecológicas que aún padece la región en materia agrícola. Su combate contra la corrupción en diversos niveles, como el sindicato de camioneros liderado por Jimy Hoffa, desaparecido desde aquellos tiempos y contra la mafia italiana, lo llevaría a cabo su hermano y lugarteniente Robert en la Fiscalía, cuyo asesinato durante su campaña electoral en 1968, también ha quedado sin autor intelectual.
Los aspectos de su política exterior levantaron tantos resquemores que sirvieron de pretexto para desaparecerlo. Hasta la visita del Premier soviético Nikita Khrushchov que resultó un éxito de los primeros acercamientos entre los dos bloques ideológicos, desde la construcción del muro de Berlín, al fracaso de la invasión a Cuba se consideró una simpatía con el comunismo, aunque ya había determinado el bloqueo económico contra la isla caribeña, pero no es raro en la sociedad norteamericana cuando se trata de descalificar al contrario: todo se vuelve comunismo hasta la fecha. De este tamaño es la ignorancia política en múltiples lugares del planeta. Los señores del norte ahora suponen que la falta de democracia en un país es comunismo. Por lo menos la Ciencia Política dice que es dictadura, aunque algunos se ofendan con el término.
La impronta de los Kennedy queda en la historia mundial como una familia que por distintas vías, no siempre legales, llegó a convertirse en protagonista, aunque trágicamente, en un país donde la democracia ha permitido todo. Absolutamente todo: tener presidentes corruptos, que han dimitido con vergüenza, otros que no han sido llevados a juicio político por diversas razones que permiten las leyes de ese país. Una democracia “ejemplar, imitable” capaz de asesinar a su presidente, ¿por qué razón? No lo sabemos todavía; las líneas de investigación han sido tantas que se han perdido en el tiempo. Tal vez en eso consiste el “Sueño Americano”, tan perdido hoy como el Camelot de los Cien Días de Kennedy en la Casa Blanca.
Actualmente se les recuerda como familia ejemplo de la meritocracia americana, por los múltiples monumentos puestos en sus bibliotecas y centros culturales en Estados Unidos como en diversos países. Es todo lo que ha quedado de su paso por este mundo, y un bloqueo a Cuba en proceso de extinción. Queda el pesar de que las ideologías asesinen hombres y mujeres dondequiera y el mundo siga su curso a pasos muy lentos hacia el cambio.