El segundo mandato de Donald Trump que comenzó a principios del presente año, dio señales de una agresividad inusitada. En el momento mismo de tomar posesión firmó decretos ejecutivos referentes a la deportación masiva, la calificación de las organizaciones criminales, como terroristas que le permitía toda clase de arbitrariedades, en aras de defender la seguridad nacional. Drones volando sobre nuestro territorio nacional para olfatear los laboratorios donde se produce el fentanilo, portaaviones navegando sobre el Golfo de México que él psicópata designa ahora como el Golfo de América.
El imperio estadounidense parece expandirse: apoderarse de Groenlandia y el Canal de Panamá, la imposición de aranceles a los productos que se exportan de México a Estados Unidos. Pero no todo es miel sobre hojuelas para el convicto presidente. El gobierno de California se resiste a la deportación masiva y amenaza, con su poderosa economía a separarse del Estado de la Unión.
Por otra parte, la discriminación de los inmigrantes ilegales va viento en popa. Grandes empresas simpatizantes con el odioso Trump prohíben el ingreso a las tiendas como Starbucks Coffee, Mc. Donald, so pena de ser arrestados. El discurso del odio se expande como un reguero de pólvora; y pone en evidencia la vulnerabilidad de la gente honesta y laboriosa.
El arribo de Trump parece imponer un nuevo orden que va desde la remodelación caprichosa y trivial de la Casa Blanca al terror de la Unión Europea. La esperanza de una paz duradera se diluye en las aguas podridas de la tiranía imperial. Bien vale ahora el dicho de que ‘Salvense quien pueda’.