López Obrador ha roto la tradición de los presidentes de asistir a la conmemoración del 5 de febrero al Teatro de la República en Querétaro. En su representación acudió la secretaria de Gobernación Lucía María Alcalde, una joven que no tiene la menor idea de su cargo, mientras él permaneció en la ciudad de México para dictar una veintena de reformas constitucionales entre las que destacan la elección de los jueces, incluyendo a la Suprema Corte por parte del pueblo, la ya conocida desaparición de los organismos autónomos, INE e INAI para acomodarlo a su modo, de suerte que el árbitro electoral estará a lo que decida su “santa voluntad”. Sometimiento propio de un dictador. Adiós, pues, a los contrapesos que moderan el poder Ejecutivo. Adiós al pluralismo democrático.
Las reformas también eliminan la representación proporcional. Las reformas, de ser aprobadas consuman la constitución del poder en una sola persona, hoy a López, mañana, y pronto, a la Sra. Sheinbaum que ha aplaudido a rabiar lo que su jefe que en el fondo seguirá siendo el presidente detrás del biombo; pues que la dizque científica será la pantalla o el títere del mandamás. ¿El bastón de mando? Sólo un ridículo simulacro que nada tiene que ver con ritos republicanos. ¿Qué hará la pobre Sheinbaum? Cargar con el fracaso de la 4T, manchada por la violencia, el contubernio con el crimen organizado, ‘disfrutando la rifa del tigre’.
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La gran marcha del domingo en la ciudad de México y otras ciudades del país fue un contundente repudio al Tirano. Lo festejo. Amlo y la Sheinbaum perdieron la sonrisa. ¡Viva la democracia! ¡Viva la constitución! ¡Adiós al déspota! El Narco-Estado no es el pueblo. Amlo se equivoca. No tiene vergüenza. Es un cínico.