De nuevo, en un duelo de fuerzas, una espontánea, otra obligada, el presidente concentra a miles de mexicanos en el Zócalo capitalino para conmemorar la expropiación petrolera en 18 de marzo. Pemex sobrevive, pero es una empresa en bancarrota. El costo de la concentración es descomunal. Se calcula en mil millones de pesos. Miles de autobuses cuyo costo promedio es de 25 mil pesos, más combustible. Añádase bebida y comida, 300 mil para gastos; incalculable el despendio en banderas y playeras.
Una demostración de fuerza. ¿Para conmemorar y para satisfacer el Ego presidencial? En contraste con esa parafernalia, escasean los medicamentos, desaparecen las guarderías; el recurso para equipar las escuelas se volatizan. ¡Esplendoso saldo de un dizque “nuevo régimen” que agoniza dejando al país en harapos! Lo enterraremos en un féretro de madera podrida. Porque no habrá para más. Acudirán a los funerales los pocos fieles que le quedan.
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Es muy probable que alcancen el triunfo en la contienda del próximo año. Las llamadas ‘corcholatas’ riñen por las migajas. No dudo de que esta será la última concentración, creen que hay una puerta abierta: un endeudamiento que pagaremos todos.
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La austeridad se la llevó el viento, al igual que el respeto. Las frustraciones de López azuzaron a sus huestes a quemar la efigie de Norma Piña, presidenta de la Suprema Corte. Su consentida Yasmín Esquivel perdió la oportunidad de presidir, dado que plagió todo lo que estuvo a su alcance. Una vergüenza arropada por López, que en una falsa analogía comparó los plagios con el robo de las elecciones que perpetró Felipe Calderón.