Ariel González
Si durante los últimos años en los que hemos vivido el paulatino, pero firme, desmantelamiento de las instituciones democráticas, el Partido Revolucionario Institucional llegó a representar alguna esperanza en la defensa de estas, es momento de reconocer que sólo se trató de una de las ilusiones más infundadas (y costosas) que pudo abrigar la coalición Fuerza y Corazón por México que apoyó a Xóchitl Gálvez.
Si no fue posible hacerlo en su momento por un sentido pragmático –erróneo sin duda– es necesario que las fuerzas opositoras comprendan hoy, de una vez por todas, que no pueden contar con un partido que marcha no sólo hacia su extinción sino, muy probablemente, hacia su integración política e ideológica con Morena. Esto, por supuesto, no es el deseo de la mayoría de sus militantes, pero sí de quienes consumaron el golpe de timón que hará posible que Alejandro Moreno se mantenga al frente de ese partido (o lo que quede de él) incluso hasta 2032.
Del peor PRI proceden muchos de los más destacados morenistas, empezando por su totémico líder; y de sus filas seguirán emigrando hacia Morena de manera casi natural muchos de sus miembros en los próximos años. Los más recientes “fichajes” de Morena son elocuentes por sí mismos e incluyen a la excandidata del PRI al gobierno del Estado de México, Alejandra del Moral, precedida por diversos miembros del Grupo Atlacomulco.
Ni falta hace, por cierto, que el exgobernador Alfredo del Mazo todavía no se haya sumado formalmente a Morena. Fue su Grupo, dirigido entonces por el presidente Peña Nieto, el que pactó los términos de la derrota priista en 2018: impunidad frente a su atroz corrupción y, eventualmente, un lugar en sus filas, para ellos o sus protegidos, una diputación, senaduría o alguna embajada para representar “dignamente” a la Cuarta Transformación.
Si bien es cierto que Alito los denunció como “traidores”, nada puede hacernos pensar que él mismo no seguirá más adelante los pasos de sus excorreligionarios (quienes tuvieron en los corruptos manejos de la presidencia de Alito la coartada perfecta para dejar al PRI).
El partido de “centro izquierda” y enemigo del “neoliberalismo” que según esto emergió de la 24 Asamblea Nacional del PRI el pasado domingo, parece ir aclarando sus señas de identidad con Morena y estableciendo puentes con la progresía que sigue a la Cuarta Transformación. Al PRI le urgía un ejercicio autocrítico a fondo que recogiera la perspectiva de sus voces más lúcidas y reconocidas por la ciudadanía, así como una estrategia de democratización interna para dar la pelea contra el autoritarismo morenista. A cambio de eso, tenemos un partido dirigido caciquilmente y en franca decadencia. En palabras de Carlos Flores Rico, quien fuera líder del Movimiento Territorial priísta, “a lo único que conducen los cambios anunciados es a una institución u organización política testimonial, en conflicto, fracturada, reducida y presa de los intereses del obrador”.
Mal servicio puede prestar a la lucha democrática un partido secuestrado por los intereses de un personaje menor, profundamente corrupto, cuya mayor habilidad desde luego no ha sido dirigir exitosamente a su partido, sino perpetuarse en el poder y hacerse de las posiciones que lo blinden contra cualquier acción judicial. En tiempos donde los contrapesos y la vida democrática del país sucumben, Alito se pone a tono con Morena y va por su reelección como presidente del PRI para hundir a esta organización en un lodazal al que nada más puede seguir su extinción.
Sólo cabe esperar que todas las voces de los renombrados priistas que se han levantado contra este golpe (Beatriz Paredes, Manlio Fabio Beltrones, Dulce María Sauri y Carlos Flores Rico, entre otros) consigan perfilar una alternativa que tendrá que estar dirigida no solamente hacia la militancia tricolor sino hacia los ciudadanos que todavía confíaron en este partido en las pasadas elecciones; una alternativa para los mexicanos que desean contar con esta opción para defender los logros alcanzados en la transición democrática y en la cual el PRI también jugó un papel muy importante.
De reojo
El ascenso de Donald Trump, Marine Le Pen y tantos otros políticos vociferantes de derecha (pero también los hay de izquierda) muestran el enorme atractivo que tienen en millones de electores de todo el mundo los discursos de odio y divisivos. Pareciera que las voces moderadas y las propuestas democráticas se han tornado infinitamente aburridas para quienes esperan, en todas partes, a los demagogos salvadores. Los que prometen a diestra y siniestra “soluciones” fáciles para todos los problemas; los que acceden al poder con las reglas democráticas para luego intentar cambiarlas o incluso suprimirlas; los que no creen en los contrapesos republicanos, ni en la rendición de cuentas ante la ley y la sociedad; los que siempre tienen “otros datos” y juzgan como su principal enemigo el trabajo de la prensa libre y, consecuentemente, crítica.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez