Que la cultura es el cultivo del alma, concluyeron filósofos, letrados, historiadores y entre otros, los cultos. Y a pesar de que la cultura es la mejor herramienta para convivir pacíficamente, no es maná y el universo para atender este rubro es tan amplio, que los gobiernos deben distribuir la responsabilidad de fomentarla en diversas instancias, sin embargo por el nombre, pareciera que su normativa recae en una sola Secretaría que suele denominarse, de cultura.
En general, el puesto de titular de estas secretarías o direcciones nunca está vacante porque es fácil de ocupar, basta haber escrito poemas, ser visitador frecuente de galerías en busca del canapé perdido o crítico de obras de arte. También puede encargársele a alguien que resista todos los vinos de honor posibles o tenga guardarropa, para mañana, tarde y noche. Mientras un gobernante no sepa lo que necesita un pueblo para ser culto y el valor y necesidad de la cultura y de las bellas artes, la seguirá ubicando en el organigrama como materia de relleno.
Las dependencias encargadas de la cultura casi siempre tienen como prospectos de atención a los artistas y estuviera bien si realmente repararan en ellos, porque en éste país tan generoso los artistas de carrera, de oficio o de nacimiento abundan, decir que al menos hay uno por familia no es exagerado y los hay de diversos géneros, y casi ninguno de ellos se resigna a dejar de lado su más legítima forma de expresión para irse de taxista o telefonista en un “call center”; por eso, buscando hacer valer su conocimiento, muchas veces avalado por cinco años de licenciatura y hasta más, con maestrías y diplomados, es que día a día desfilan por las oficinas instaladas para promover la cultura y digo que desfilan por las oficinas, porque casi siempre es por afuera, porque los encargados, hombres o mujeres, jóvenes o maduritos, casi nunca están, o no han llegado o están en juntas, o diseñando convocatorias para que esos miles de necesitados de guía, apoyo, proyección o simplemente aliciente a su trabajo, puedan concursar y quizá, si no hay ningún recomendado, uno de entre todos, gane un suculento premio de diez o veinte mil pesos, o la impresión de un millar de ejemplares de su obra, si fuera escrita, para que le alcance a regalar un ejemplar hasta a su madrina de bautizo. El punto es que los encargados de proteger, alentar y difundir la cultura artística, pudiendo proyectar a nivel regional, nacional e internacional a los miles de artistas de todos los géneros imaginables, generando una bolsa de empleo que vincule e involucre a empresarios musicales, teatrales, editorialistas, cineastas, embajadas y diplomáticos, hoteleros, diseñadores de interiores, comerciantes y todos aquellos que estén en posibilidad de comprarles sus obras, los contraten, les encarguen, vaya, que les den trabajo y les paguen y de eso vivan, acaban gastando los recursos en una burocracia densa e inútil, visitas de los jefes a otros países, disque para hermanarse, para intercambiar medallas y banderines; en festivales chafísimas, en cantantes desechados por las televisoras en decadencia, en apoyos a extranjeros que les impresionan con una obra en que desnudan a un cristo, cuelgan botes de refresco o avientan pedazos de sandía al público.
Pobre país el nuestro con tanto artista desperdiciado, fracasado, bailando en las esquinas, plateados hasta las pestañas vendiendo chicles, haciendo peligrosos malabares con machetes o piedras, contorsionándose, rapeando, lo que sea por unas monedas, mientras los encargados de dependencias gubernamentales cuya tarea es auspiciarlos y darle dignidad a su trabajo, buscan los boletos de cortesía para sus allegados, el mejor perfil para la foto y la butaca mas cercana al escenario para que sus vástagos vean a su artista preferido. Del cultivo del alma ni hablar, con suerte dará frutos con lluvias de temporal. Al tiempo.