Estoy en la sala de espera, aguardando, la llegada del autobús que me conducirá a Toluca. La sala está repleta. Frente a nosotros, en una gran pantalla vemos al primer mandatario. Curiosamente, nadie le presta atención, salvo quien esto escribe. El señor habla, quejoso, de que los consejeros electorales reciben un salario mayor que él. Todo un síntoma de que la gente está cansada de oír siempre lo mismo.
En el trayecto, le escucho decir que su gobierno, con él al frente es solo un primer episodio de la transformación del país y de la conciencia colectiva, que no habrá marcha atrás. La continuidad está asegurada. El mesías deviene profeta. México seguirá el rumbo trazado por su voluntad. Está convencido de quien le suceda –alguna de sus ‘corcholatas’– le serán fieles, a despecho de que ya no habrá ‘mañaneras’, conferencia de prensa o como quiera usted llamarle a ese parloteo banal que dedica la presidencia a denostar a los medios y, en general contra aquellos que disienten de su verdad. Una verdad que todo lo retuerce, que no marca la agenda nacional. Porque todo es intranscendente y hueco. A pocos meses de concluir su mandato, en el crepúsculo de su atropellado discurrir, inepto para administrar con prudencia, pues parece conformarse con el control de todo. ¿Para qué? Para continuar la destrucción de las instituciones, pues que tal es su vocación y no otra.
De su alianza con el crimen organizado, nada puedo probar, pero es la percepción de muchos críticos provenientes de su propio decir, como eso de invitar a los paisanos que viven en Estados Unidos para que no voten por los candidatos republicanos. ¿Un narco-estado? Tal parece que eso es nuestro México herido mortalmente por la violencia incontenible, pese a la militarización que se le puede revertir en el momento menos esperado, no obstante la complacencia con los altos mandos castenses, lejanos a una tropa que, como se dice, ‘padece las de Caín’; no obstante también la sospecha de que los bancos del Bienestar son espacios donde ‘florece’ el lavado de dinero.
Todo indica, eso sí, que el crepúsculo del gobierno de AMNLO se antoja muy sombrío. Pues que la Suprema Corte presidida por Norma Piña –eso esperamos por el bien de la democracia– declarará inconstitucional el Plan B.