La diplomacia mexicana tiene una tradición de mesura, de decencia política. Hecha pedazos esta vez, por un “comunicado” que amén de ignorar a la cancillería, el presidente López responde a una resolución (que AMLO califica de ‘panfleto’ sin saber lo que significa) del Parlamento Europeo con una insolencia de niño malcriado. En efecto, el cacique lamenta los parlamentarios, más de 600, ‘preocupados’ por la situación que padecen los periodistas en México, se sumen como “borregos” a una estrategia reaccionaria y golpista. Les exige que se informen y lean bien, que evolucionen. Una bravata que al menos a mí avergüenza que solo refleja la incapacidad del Estado Mexicano, pues este no es el responde, sino una persona –si así pudiéramos llamarla- que presa de la ira manotea enloquecida.
Es curioso que sus lacayos, miles o millones de ellos, le den el beneplácito. ‘Por fin tenemos un presidente que se ha fajado los pantalones’ y frases semejantes proliferan en Facebook celebrando la ‘valentía’ presidencial. Pero la ignorancia es así: irreflexiva, visceral. Y cuando las emociones atropellan a la diplomacia, todo está perdido: no hay honor ni decoro. Simple majadería.
El ninguneo a Marcelo Ebrard es humillante. Si tuviese una pizca de dignidad debería presentar su renuncia. Aunque es muy probable que permanezca ahí como un cero a la izquierda, a sabiendas de que no tiene futuro, de que es usado y puede ser desechado sin ningún miramiento.