En ciertos momentos de su biografía, Adam Smith y Karl Marx develan la dinámica que produce riqueza en el capitalismo, el sistema en el que hemos vivido los últimos 500 años y a través del cual la humanidad ha alcanzado muchos beneficios significativos pero también este sistema-mundo como apuntó Emmanuel Wallerstein ha expoliado y sobreexplotado a la naturaleza convirtiendo en mercancía, todo lo que toca, cumpliéndose así el antiguo mito del rey Midas a quien destruyó su voracidad por tener el metal que sigue teniendo gran valor hasta nuestros tiempos.
Las consecuencias de este desarrollo no han dejado al ser humano libre de su conversión en mercancía, que el sistema vende a cualquier precio y de forma indiscriminada, como afirmaba Daniel Bell. Este proceso es, desde hace siglos, parte de la superestructura donde se alojan nuestros valores y nuestra mentalidad, ese espacio en el que viven muchos artistas y deportistas que suman a su cotización incalculables ganancias a cambio de sus servicios al entretenimiento en una sociedad con más tiempo de ocio, cada día.
El ejemplo reciente de los efectos sobre su estado emocional y mental a cambio de ser un ícono del deporte es el de Simone Biles quien tiró la toalla en plena competencia olímpica, revelando la presión bajo la cual viven los deportistas de alto rendimiento y entre actrices y actores no es menos esa explotación de la salud mental, para el goce de la afición y de sus fans.
Quisiera en este 22 de noviembre, reivindicar la vida que ambicionó, uno de los ya nombrados antes, íconos del imperio: Marilyn Monroe, a 59 años del magnicidio en Dallas, del entonces presidente Kennedy, personalidad cuyo papel en el suicidio de la rubia se encuentra aún en el misterio. Me parece que bien vale la pena acercarse a quien fuera parte de la cultura de una sociedad tan influyente como ha sido la norteamericana en los últimos cien años de nuestra historia mundial: la señorita Monroe quien aun le produce millones de dólares al sistema que la llevó a la degradación moral y física desde sus inicios como playmate de la revista para caballeros creada por Hugh Hefner.
Ahora la poderosa productora de entretenimiento Netflix, ha dejado a la controversia de los críticos, la más reciente historia sobre la rubia más famosa de todas; será que hay tantas películas sobre ella, su vida y su muerte plagada de misterios y secretos políticos, sus amores pintados por la violencia física o psicológica; además de los filmes que ella misma protagonizó y que las nuevas generaciones desconocen, perdiéndose de una de las épocas gloriosas de Hollywood.
La Rubia (Dominik, 2022) no sólo contiene el drama de una niña en búsqueda del padre sino presenta una Ana de Armas que logra construir al personaje desde una visión más cercana a la intimidad desconocida de Monroe. Eso es lo que me conmueve de esta narración. Su vida es pública desde hace más de setenta años pero su ser intimo seguirá velado por el tiempo, pese a todo. Abuso sexual, locura y abandono de la madre y ella siempre presente, buscando al padre pero también un padre para los hijos que deseaba procrear y nunca pudo.
Este retrato de Miss Monroe me sirve de pretexto para recordar una leyenda urbana: la maldición que una mujer despechada decretó para Joseph Kennedy, el patriarca irlandés católico y machista de la familia cuya imagen se convirtió en parte del sueño americano; una imagen oscura que se perdió en la construcción de una fortuna hecha en el contrabando de alcohol y el tráfico de influencias en la Gran Depresión y que al paso de su trayectoria por la política, cayó merced a la tragedia de sus hijos y nietos.
Monroe se relacionó con los hermanos Kennedy en el momento de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba; del conflicto de Bob, a la sazón Procurador General de Justicia, con Jimmy Hoffa, el líder sindical de los transportistas, desaparecido sin rastro, lo que ha despertado múltiples especulaciones hasta el día de hoy.
Así, en uno de sus delirios la rubia de “La comezón del séptimo año”, le pidió a Jackie la Primera Dama, vía telefónica, que dejara al presidente a lo que ella respondió estar dispuesta, si la sex-symbol se casaba con él; divorciada del dramaturgo Arthur Miller y cruzada con alcohol y pastillas resultó fustigante a la dupla Kennedy que no dudaron en aquietarla con una sobredosis de seconal que según el testimonio del médico forense que realizó la autopsia de la actriz, le administraron por enema. Los integrantes de esta familia no eran lo que aparentaban, según se ha llegado a saber desde hace décadas y por ello, si algo debían, pagaron por aquello que llaman y resulta más temible que una maldición gitana: Justicia Divina