La jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, estaba empapada de cólera, tras las primeras evaluaciones por el colapso de una ballena de la Línea 12 del Metro, que provocó decenas de muertos y heridos. Tenemos que llegar hasta las últimas consecuencias, demandó a sus colaboradores. Hasta donde tope, porque aunque no lo dijo, se está jugando su futuro. Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, que inauguró la llamada “Línea Dorada”, no esperó que lo cuestionaran y desde el lunes por la noche dijo que estaba a disposición de las autoridades para cualquier tema, relacionado con la investigación del accidente, buscando así neutralizar un daño para el futuro.
Hay un efecto colateral de esta tragedia que tiene que ver con la sucesión presidencial. No hay ninguna evidencia que Sheinbaum o Ebrard estén pensando en 2024, y están claramente consternados por la tragedia. Pero en su entorno y en la sociedad política, la discusión paralela a esta desgracia nacional se enfoca en la lucha de poder y los realineamientos de las futuras candidaturas presidenciales. La jefa de Gobierno y el secretario son dos de los colaboradores más eficaces del presidente Andrés Manuel López Obrador, en quienes deposita confianza porque siempre dan resultados.
Sheinbaum, que es como parte de la familia, es parte del gabinete de seguridad federal -lo que es inusual- y acude todos los lunes a Palacio Nacional para participar con voz y voto. Con el accidente, el presidente no la dejó sola, sino la llevó a la mañanera de este martes en Palacio Nacional, en donde le dio la tribuna para que hablara sobre un tema eminentemente capitalino, sin dejar de respaldarla. Ebrard no tiene esa ascendencia en él, pero le es funcional. También estuvo en la mañanera, donde regularmente los martes informa sobre el acceso a las vacunas anti-covid, pero recibió tiempo suficiente para que se defendiera y dijera estar dispuesto a colaborar en todo lo que requieran las autoridades durante la investigación de lo que provocó la tragedia, haciendo su propio control de daños.
El presidente los respaldó, no incondicionalmente, sino para buscar evitar el linchamiento fácil por la tragedia. De manera correcta pidió que no se adelantaran vísperas y que se dejara correr la investigación, que será la que determine las causas y eventuales responsabilidades por el colapso. Buscó frenar el presidente la abierta cacería que se desató en las redes sociales en contra de Ebrard, recordando los problemas que tuvo la Línea 12 de origen, que provocó que su sucesor en la jefatura de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, cerrara 11 estaciones por “problemas de construcción”, y los ataques que también recibió Sheinbaum.
Están en medio de la polémica política ante la tragedia que se vive. Ebrard se llevó la peor parte, señalado en los términos más duros e incriminatorios posibles, sintetizados por el hashtag en las redes sociales de #EbrardAsesino, que durante horas figuró entre los temas más relevantes de la conversación digital. El canciller recibió indistintamente la metralla de amigos del gobierno y enemigos. Entre las plumas afines al régimen hubo un particular cuidado de enfocar los ataques en el canciller y blindar al mismo tiempo a Sheinbaum, quien entre los que no comulgan con la administración, también la hicieron objetivo de las condenas.
La tragedia se volvió combustible adicional a la polarización política. De la misma forma, un interlineado de parte de las críticas fue la lucha por la sucesión presidencial. Sheinbaum juega como la favorita indiscutible del presidente, a quien desde sus tiempos de delegada en Tlalpan, le asignó para su protección política a uno de sus colaboradores más cercanos, que tiene todo un equipo en las sombras trabajando en su asesoría estratégica rumbo al 2024. Ebrard, si se viera desde los pasillos de Palacio Nacional, está lejos de las querencias y apoyos de una buena parte de los colaboradores presidenciales, e incluso las de sus viejos amigos quienes por instrucciones del presidente, se han tenido que sumar al encumbramiento de la jefa de Gobierno.
No obstante la asimetría en cariño y respaldo político, lo que sucedió en la Línea 12 del Metro fue un cisne negro para ambos, una tragedia inesperada que tiene un gran impacto político. La teoría del cisne negro fue elaborada por el filósofo Nassim Taleb en 2008 sobre el impacto de lo altamente improbable. Esta teoría tiene tres características: que al no existir evidencia de que vaya a suceder, sea altamente improbable que suceda; que tenga un alto impacto y que afecte a la sociedad, y que al concretarse, se explique de manera lógica a fin de que parezca que ese incidente o acontecimiento, iba a suceder de manera irremediable.
Hay muchos que afirman que esto iba a suceder, por lo cual, concluyen, las autoridades fueron omisas. No hay información de que esto haya sido así. Nadie tenía evidencia de que una tragedia de esta naturaleza era inevitable, pues de otra forma, se puede argumentar, la percepción sobre la seguridad de la Línea 12 habría sido tan negativa, que se habría reflejado en el volumen de sus usuarios. Además, las autoridades capitalinas afirmaban mucho antes de la tragedia, que había mantenimiento continuo, lo que le daba certidumbre a quienes utilizaban esa línea. No era, objetivamente hablando, un incidente inevitable, pero las explicaciones posteriores le han dado un marco lógico a lo que era inexistente.
Un cisne negro atravesó a Sheinbaum y a Ebrard, dos de los colaboradores altamente funcionales del presidente. La tragedia llegó en tiempos electorales, en las semanas finales de las campañas, donde no Ebrard, sino Sheinbaum, es quien puede resentir el castigo. Pero las consecuencias se alargarán al mediano y largo plazo, con sus implicaciones en Palacio Nacional, por lo que debe haber una investigación a tope, como pidió Sheinbaum, sin encubrir a nadie, pero sin buscar chivos expiatorios, para evitar que una herida importante se convierta en una gangrena imparable.
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