El tirano dominicano Leónidas Trujillo tenía como apodo “El Chivo” y es el tema de la novela más política de Vargas Llosa: “La Fiesta del Chivo”. México ha tenido varios “Chivos”. A Trujillo, por ejemplo, también le llamaban. “El Jefe”, “El Generalísimo”, “El Benefactor”, “El Padre de la Patria Nueva”; “Su Excelencia”. Nosotros a Santa Anna: “Su Alteza Serenísima”. Hemos tenido muchos presidentes que son también “El Reglas”, como resume Octavio Paz: “Los Presidentes concentran en su personalidad el misticismo de Cuauhtémoc y las armas de Cortés”.
Son diversas las explicaciones de esta inclinación histórica de México y de muchos países latinoamericanos de concentrar todo el poder de las instituciones en las manos de un hombre; actualmente en nuestro país en manos de una mujer. La teoría más socorrida es que esta personificación del poder es resultado de la poca educación política de la ciudadanía, la que no está acostumbrada a los matices de la política y su división de poderes; concentrar el poder en una persona es casi como un reflejo condicionado.
Con el populismo se ha fortalecido la personalización del poder, el discurso se enfoca a convencer de que es el líder el único intérprete de la voluntad del pueblo. La estrategia para comprobarlo, es utilizar cíclicamente la movilización de la gente, obviamente pagada la asistencia. Su estrategia es despolitizar los problemas y reducirlos a dilemas entre personalidades, donde los contrarios son los ricos, los odiosos, los vende patrias; los presidentes pasados.
Los partidos políticos, ya de por sí convertidos, como bien dice Palacios Alcocer, en membretes que están escriturados por un dirigente, también son víctimas del sistema. Los partidos son arrasados y dejan de ser organizaciones alrededor de un proyecto, sino que su nuevo sol es un ser humano. Los partidos Se convierten en sus iglesias encargadas al impulso del culto del Ejecutivo.
La aportación de la novela de Vargas Llosa es que no solamente tiene como eje fundamental la planeación y ejecución del tirano, sino que también describe cómo salió República Dominicana de ese estado de orfandad que quedó el país ante la desaparición de su padre, y cuando bíblicamente no se movía una hoja sin su soplido o su aprobación.
Toda proporción guardada, frente a las circunstancias históricas y, por supuesto, frente al perfil de sus principales actores, bien podemos aprovechar las lecciones y experiencias, ante la aparente desaparición del ex presidente López Obrador, líder fundador de la Cuatro Te.
Trujillo en República Dominicana llamó para que le ayudara en una de sus campañas electorales a un curioso y oscuro personaje, Joaquín Balaguer. Poeta, soltero por vocación, aparentemente sin ambiciones políticas; el mismo Trujillo lo bautizó irónicamente como “La sombra”. Lo nombró Vicepresidente y luego Presidente, aunque Trujillo mantenía todo el poder.
A la muerte del dictador, se descubrió el enigma de la verdadera personalidad de Balaguer, un hombre decidido, prudente y valiente; con una fidelidad al prócer, astuta y maliciosa. Los familiares y amigos del Trujillo le demandaron que renunciara para que uno de los hijos del tirano asumiera la Presidencia, con serenidad Balaguer se negó, se apoyó en la legalidad y en la voluntad misma de Trujillo, quien en vida lo había designado su sucesor.
Balaguer tomó posesión con todas las de la ley, tenía el gobierno y el poder. Generoso permitió que los anteriores consentidos se mantuvieran en el poder, incluso, Ramfis, el hijo consentido de Trujillo. No obstante, hizo cambio en las fuerzas policíacas, digamos que él designó a su nuevo Secretario de Protección Ciudadana.
Después de la desaparición de Trujillo y sus fuerzas represoras y de espionaje…