América Juárez
“Continúa por el camino del arco, pues es el recorrido de una vida. Pero debes saber que un tiro correcto y certero es muy diferente a un tiro con paz en el alma”, escribe Paulo Coelho en el prólogo de su más reciente libro El camino del arquero, una fábula que invita a reflexionar en el trayecto de la propia vida. Con autorización de Grijalbo y Penguin Random House, publicamos este adelanto del libro ilustrado por Christoph Niemann.
Prólogo
Paulo Coelho
-Tetsuya.
El muchacho miró asustado al extranjero.
-Nadie en esta ciudad ha visto a Tetsuya sujetando un arco -respondió-. Todos sabemos que él trabaja en una carpintería.
-Puede ser que haya desistido, que se haya acobardado, no me interesa -insistió el extranjero-. Pero no puede ser considerado el mejor arquero del país si abandonó su arte. Es por eso que he viajado tantos días: para desafiarlo y poner punto final a una fama que ya no merece.
El muchacho vio que de nada servía seguir discutiendo: era mejor llevarlo con el carpintero para que viera con sus propios ojos que estaba equivocado.
Tetsuya estaba trabajando en el taller situado al fondo de su casa. Se dio vuelta para ver quién llegaba, y se quedó con la sonrisa interrumpida en los labios. Sus ojos se clavaron en la larga bolsa que el extranjero llevaba consigo.
-Es exactamente lo que está pensando -dijo el recién llegado-. No vine aquí para humillar ni provocar al hombre que se ha convertido en leyenda. Solo me gustaría demostrar que, con todos mis años de práctica, he logrado alcanzar la perfección.
Tetsuya dijo que debía regresar a su trabajo: estaba terminando de colocar las patas de una mesa.
-Un hombre que sirvió de ejemplo a toda una generación no puede desaparecer como usted lo ha hecho -continuó el extranjero-. Seguí sus enseñanzas, procuré respetar el camino del arco, y merezco que me vea tirar.
“Si lo hace, me iré para siempre y no le diré a nadie dónde se encuentra el mayor de todos los maestros”.
El extranjero sacó de su bolsa un largo arco, hecho de bambú barnizado, con la empuñadura situada un poco por debajo del centro. Le hizo una reverencia a Tetsuya, caminó hasta el jardín, e hizo otra reverencia hacia un lugar determinado. Enseguida, sacó una flecha adornada con plumas de águila, separó las piernas para tener una base firme para tirar, con una mano elevó el arco ante su rostro, y con la otra colocó una flecha.
El muchacho observaba con una mezcla de alegría y espanto. Y Tetsuya había interrumpido su trabajo, mirando al extranjero con curiosidad.
El hombre llevó el arco -ya con la flecha cautiva en la cuerda- al centro de su pecho. Lo levantó por encima de su cabeza y, mientras bajaba las manos, comenzó a abrirlo.
Cuando la flecha llegó a la altura de su rostro, el arco estaba ya completamente extendido. Por un momento que pareció durar una eternidad, arco y arquero permanecieron inmóviles. El muchacho miraba hacia donde apuntaba la flecha, pero no veía nada.
De pronto, la mano de la cuerda se abrió, el brazo fue empujado hacia atrás, el arco describió un elegante giro en la otra mano, y la flecha desapareció de la vista para volver a aparecer a lo lejos.
-Tráemela -dijo Tetsuya.
El muchacho regresó con la flecha: esta había atravesado una cereza que estaba en el suelo, a cuarenta metros de distancia.
Tetsuya le hizo una reverencia al arquero, fue a un rincón de su carpintería y agarró una especie de madera fina, con curvas delicadas, envuelta en una larga tira de cuero. Desenrolló la tira sin la menor prisa, y apareció un arco semejante al del extranjero, con la diferencia de que parecía estar mucho más usado.
-No tengo flechas, así que necesitaré una de las tuyas. Haré lo que me pides, pero tendrás que mantener la promesa que hiciste: jamás revelarás el nombre de la aldea donde vivo.
“Si alguien preguntara por mí, di que fuiste hasta el fin del mundo intentando encontrarme, hasta descubrir que yo había sido mordido por una serpiente y había muerto dos días después”.
El extranjero asintió con la cabeza y le extendió una de sus flechas. Apoyando uno de los extremos del largo arco de bambú en la pared, y haciendo un considerable esfuerzo, Tetsuya colocó la cuerda. Enseguida, y sin decir nada, salió en dirección a las montañas.
El extranjero y el muchacho lo acompañaron. Caminaron por una hora hasta llegar a una hendidura entre dos rocas donde corría un río caudaloso: solo se podía cruzar ese lugar atravesando un puente de cuerdas podridas, casi desplomado.
Con toda calma, Tetsuya fue hasta la mitad del puente -que se balanceaba peligrosamente-, hizo una reverencia hacia algo que estaba del otro lado, armó el arco de la misma forma en que el extranjero lo había hecho, lo levantó, lo llevó de vuelta a su pecho y disparó.
El muchacho y el extranjero vieron que la flecha había traspasado un durazno maduro que estaba a veinte metros del lugar.
-Tú le diste a una cereza, yo a un durazno -dijo Tetsuya, regresando a la seguridad de la orilla-. La cereza es más pequeña.
“Alcanzaste tu blanco a cuarenta metros y el mío estaba a la mitad de esa distancia. Por lo tanto, estás en condiciones de repetir lo que acabo de hacer. Ve hasta el centro del puente y haz lo mismo”.
Aterrorizado, el extranjero caminó hasta la mitad del puente semipodrido, manteniendo los ojos fijos en el despeñadero debajo de sus pies. Hizo los mismos gestos rituales, disparó en dirección al árbol de duraznos, pero la flecha pasó muy lejos.
Al volver a la orilla, su rostro estaba pálido.
-Tienes habilidad, dignidad y postura -dijo Tetsuya.
“Conoces bien la técnica y dominas el instrumento, pero no dominas tu mente.
“Sabes tirar cuando todas las circunstancias son favorables, pero si estás en un terreno peligroso no logras dar en el blanco. Sin embargo, el arquero no siempre puede elegir su campo de batalla, así que vuelve a comenzar tu entrenamiento y prepárate para las situaciones desfavorables.
“Continúa por el camino del arco, pues es el recorrido de una vida. Pero debes saber que un tiro correcto y certero es muy diferente a un tiro con paz en el alma”.
De nuevo, el extranjero hizo una profunda reverencia, guardó su arco y sus flechas en la larga bolsa que cargaba al hombro, y se marchó.
En el camino de regreso, el muchacho estaba exultante.
-¡Lo humillaste, Tetsuya! ¡No cabe duda de que eres el mejor de todos!
-No deberíamos juzgar a las personas sin antes aprender a escucharlas y a respetarlas. El extranjero es un buen hombre: no me humilló ni intentó probar que era mejor, aunque diera esa impresión. Quería mostrar su arte y ser reconocido, aunque pareciera que me estaba desafiando.
“Además, forma parte del camino del arco enfrentarse de vez en cuando a pruebas inesperadas, y fue justamente eso lo que el extranjero me permitió hacer hoy”.
-Él dijo que eras el mejor de todos, y yo ignoraba que eras un maestro en el tiro con arco. Si eso es verdad, ¿por qué trabajas en una carpintería?
-Porque el camino del arco sirve para todo, y mi sueño era trabajar con la madera. Además, un arquero que sigue este camino no necesita un arco, ni una flecha, ni un blanco.
-Nunca pasa nada interesante en esta aldea, y de repente descubro que estoy ante un maestro en un arte que a nadie le interesa ya -dijo el muchacho, con brillo en los ojos-. ¿Qué es el camino del arco? ¿Me lo puedes enseñar?
-Enseñarlo no es difícil. Puedo hacerlo en menos de una hora, mientras caminamos de regreso a la aldea. Lo difícil es practicar todos los días hasta lograr la precisión necesaria.
Los ojos del muchacho parecían implorar una respuesta afirmativa. Tetsuya caminó en silencio por casi quince minutos, y cuando volvió a hablar su voz parecía más joven:
-Hoy estoy contento: honré al hombre que hace muchos años me salvó la vida. Por eso te daré todas las reglas necesarias, pero no puedo hacer más que eso: si entiendes lo que te digo, podrás usar esas enseñanzas para lo que desees.
“Hace unos minutos me llamaste maestro. ¿Qué es un maestro? Pues te respondo: no es aquel que enseña algo, sino aquel que inspira al alumno a dar lo mejor de sí para descubrir un conocimiento que él ya tiene en su alma”.
Y mientras descendían de la montaña, Tetsuya le explicó el camino del arco.