Todos los besos son dignos de rescate, pero los que se dan los enamorados son uno de los símbolos de entrega en los que más ha incursionado la literatura y le ha dedicado las páginas más excelsas del erotismo. Siempre he creído que las mujeres, más que los hombres, practican un erotismo duro, leamos a la poetisa francesa del siglo XVI, Louise Labé:
“Déjame que engulla tus besos, y tú engulle los míos,
y con nuestras bocas sorbamos nuestra mutua dicha”.
Ya que estamos en la Francia, pero del siglo XVII, del poeta y gran libertino, Cyrano de Bergerac:
“Un beso después de todo, ¿qué puede ser?
un juramento que nos acerca más que antes;
una promesa más precisa;
el sellar unas confesiones que antes casi ni se susurraban;
una letra color de rosa en el alfabeto del amor”.
John Cleland en Fanny Hill describe al beso como última alternativa para romper las fronteras de la piel, dice:
“Comenzaron entonces el ataque furioso por su parte y los empellones con que yo le correspondía y lo seguía, a la vez que, quedando nuestro goce más allá de la posibilidad de expresarlo, entrelazamos nuestras lenguas, labios y dientes tan estrechamente que de órganos de la voz los convertimos en órganos del tacto”.
El poeta y novelista del siglo XVIII, Pierre Louis, en su novela “La mujer y el pelele” ,revive la experiencia: “Nunca comprendí tan bien, en medio del vértigo, el extravío, la inconsciencia en que me encontraba, todo lo que hay de verdad cuando se habla de la embriaguez del beso”.
Pero es Anaïs para mi gusto, quien escribe los mejores párrafos: “Elena dejó que su boca y sus manos hallaran toda clase de secretos, repliegues y rincones permanecieran en ellos, cayendo en un sueño de caricias envolventes, inclinando su cabeza sobre la de su amante cuando él colocaba su boca en la garganta de ella, besando las palabras que no podía emitir. Parecía que él adivinaba dónde deseaba ella el próximo beso, qué parte de su cuerpo reclamaba calor. Los ojos de Elena se fijaban en sus propios pies, y entonces los besos iban allá o debajo del brazo, o en la curva de su espalda, o donde el vientre se transformaba en valle, donde comenzaba el vello púbico, escaso ligero y ralo”.
Continúa Anaïs: “Pierre extendió el brazo como lo hubiera hecho un gato, como para recibir un golpe. De vez en cuando sacudía la cabeza, cerraba los ojos y permitía a Elena que le cubriera de besos ligeros como mariposas, que no eran más que la promesa de otros más violentos. Cuando él ya no podía aguantar más los contactos ligeros y sedosos, abría los ojos y ofrecía su boca como una fruta madura, y Elena caía hambrienta sobre ella, como si de esa boca manara la verdadera fuente de vida”.
¨¡ Qué calor! Regresemos mejor a escribir sobre la pandemia.