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El Batán: Breves apuntes históricos

Poblamiento de la región queretana

por Lauro Jimenez
16 junio, 2025
en aQROpolis, Destacados
El Batán: Breves apuntes históricos

Pintura de 1620. Aparece el pueblo de La Cañada con sus manantiales y el pueblo de Querétaro, con la acequia.

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Antecedentes

Durante la tercera década del siglo XVI, comenzó el poblamiento de la región queretana, por parte de los otomíes provenientes del señorío de Jilotepec que venían huyendo de los malos tratos de los encomenderos españoles. En años recientes, los historiadores han identificado así a la zona que abarca los valles de Querétaro y San Juan del Río, y la Sierra de Querétaro, que incluye los municipios de Amealco de Bonfil y Huimilpan. Documentos existentes en el Archivo General de Indias, en Sevilla, España, revelan que el indio Conni -como se llamó en la gentilidad Fernando de Tapia- llegó hacia 1526 con sus familiares y amigos al antiguo asentamiento prehispánico llamado Tlachco, fundado por el emperador Moctezuma Ilhuicamina.

Conni y los suyos se instalaron en Tlachco, sitio ubicado en una cañada que semejaba la forma de un juego de pelota, donde años después fundó el pueblo de indios de Querétaro. Eligió ese lugar por su fertilidad, pues bañaban sus tierras muchos manantiales, que formaban un pequeño río y una ciénaga. Luego de que un fraile del convento franciscano de Acámbaro, que trajo el encomendero Hernán Pérez de Bocanegra, bautizó a Fernando de Tapia, éste repartió entre sus acompañantes las tierras de los alrededores. La tradición dice que en la década siguiente el pueblo se reubicó en el valle de Carretas, llamado así porque ahí fabricó Sebastián de Aparicio las carretas usadas para el transporte en el Camino Real de Tierra Adentro, que el gobierno virreinal comenzó a construir en 1548 tras descubrirse las ricas minas de Zacatecas.

Finalmente, hacia 1550 el pueblo de Querétaro se trasladó a su nuevo y definitivo sitio, al poniente del cerro del Sangremal, donde Fernando de Tapia, auxiliado por Juan Sánchez de Alanís, realizó la traza urbana, que tuvo como centro el convento grande de Nuestro Padre San Francisco. El fundador siguió con el reparto de tierras y, a fin de abastecer de agua a la población indígena y española que pronto aumentó debido al intenso comercio por ser Querétaro cruce de los caminos hacia el Bajío, el occidente y el norte, abrió en el río una acequia que cruzaba gran parte del pueblo; además, permitió regar las labores agrícolas de la periferia, que en el siglo XVII se convirtieron en haciendas. Esto fue posible gracias a que en 1613 “reventó” el cerro del Zamorano, cuyas aguas vinieron a enriquecer los manantiales del para entonces llamado pueblo de La Cañada y, con ello, se amplió el caudal de lo que sería el río Querétaro.

En ese tiempo se comenzó a desarrollar en el pueblo -que adquirió en 1655 el título de ciudad- la industria textil, constituida por numerosos obrajes y trapiches; sin embargo, su creciente producción trajo consigo un problema: la contaminación de las aguas que corrían por la acequia, debido a que tales instalaciones arrojaban a ella los desechos de los tintes que se aplicaban a las telas. Esta situación se agravó a principios del siglo XVIII, pues el consumo del agua contaminada representaba un problema de salud para la población; por lo que el ayuntamiento buscó resolverlo mediante un sistema que hiciera posible traer agua limpia desde los manantiales de La Cañada, gestiones que inició en 1712.

En 1725 se desechó la idea de traer agua de los manantiales de El Batán

Tras varias reuniones, finalmente se acordó que el costo de la obra -el cual se estimó en 20 000 pesos- se prorratearía entre los obrajeros, por ser ellos los principales causantes de la contaminación de la acequia; como los industriales opusieron resistencia, el ayuntamiento puso el asunto a la consideración del virrey Juan Vázquez de Acuña y Bejarano, marqués de Casa Fuerte (1722-1734), quien otorgó en 1724 a Juan Antonio de Urrutia y Arana, marqués de la Villa del Villar del Águila, el nombramiento de comisionado para ejecutar la obra. En esta tarea lo acompañó Santiago de Villanueva y Oribay, regidor del ayuntamiento y propietario de la hacienda de Juriquilla. En 1725, Urrutia y Arana inició su trabajo y recorrió los manantiales de los alrededores, a fin de reconocer el agua que “sería la mejor, la más limpia y permanente para conducirla a la ciudad”, acompañado de peritos medidores.

Así, a “la distancia de dos leguas por el rumbo del sur” -según narra el jesuita Francisco Antonio Navarrete en su Relación Peregrina, escrita en 1739- registró el agua de El Batán. Ante el dictamen de los peritos, que consideraron insuperables las dificultades para conducir el agua “con la limpieza y claridad que deseaba”, el marqués abandonó este primer empeño. Por lo que entonces pasó a reconocer los manantiales cercanos al pueblo de San Pedro de la Cañada, en particular el llamado “Ojo del Capulín” -llamado así por estar al pie de un árbol de ese nombre-, que por su abundancia fue el elegido para dotar de agua limpia a la ciudad, mediante un sistema cuya construcción inició el 15 de enero de 1726 e incluyó la edificación del monumental Acueducto, para librar la hondonada cenagosa de Carretas.

En ese tiempo, la hacienda de El Batán era parte de las propiedades de la familia Urtiaga Salazar y Parra, benefactora del pueblo de San Francisco Galileo, alias El Pueblito. El jefe de la familia, Pedro de Urtiaga, originario de Lazcano, en las Encartaciones de Vizcaya, España, llegó a Nueva España hacia 1660; se casó con Catalina de la Parra y Rodríguez, nativa de la ciudad de Querétaro, con quien tuvo trece hijos, aunque solo cuatro alcanzaron la edad adulta. La primera propiedad que Pedro compró fue un sitio de ganado menor llamado La Higuerilla, en la cañada y río de San Francisco. La segunda compra la hizo en 1701 y fue la hacienda nombrada San Francisco, valuada en 4 000 pesos. Estos terrenos formaron parte del complejo agroindustrial que integró paulatinamente, con la colaboración de José, su tercer hijo.

En su estudio sobre la familia Urtiaga, José Ignacio Urquiola señala que desde 1685, Pedro de Urtiaga había enviado al rey una solicitud para lograr la licencia de instalación de un batán, uno o dos obrajes y un molino. Justificó la petición en el crecimiento de la actividad textil, la disposición de un cuantioso número de ganado menor (40 000 cabezas), que le aportarían la materia prima básica y la disponibilidad de fuerza de trabajo, tanto indígena como mulatos y negros libres, que había en la jurisdicción, con lo que daría sustento a muchas personas e ingresos a la Real Hacienda. En su respuesta, el rey accedió en lo relativo a formar un molino, pero derivó la licencia para los obrajes hasta tener una información adicional que solicitó. En los años siguientes, hay registro sobre la formación de dos batanes en terrenos cercanos que compró a otras personas. El complejo agroindustrial que formó Pedro de Urtiaga fue valuado en 160 000 pesos -una considerable fortuna en aquel tiempo-.

Como actividad relacionada con la fase terminal en la elaboración textil, los batanes requerían el empleo de agua, en especial para mover el eje que transmitía un movimiento pendular y constante a los mazos que golpeaban las telas. La situación de los terrenos en la trayectoria del río, constituían espacios adecuados y no hay indicios de que se manifestaran quejas al respecto; por lo que, al parecer, solventaron formar de acuerdo con los naturales del pueblo de San Francisco Galileo para disponer del volúmen de agua necesario. Uno de los batanes, nombrado San José, partía de la toma de agua en una presa hecha sobre el río para la retención y derivación de agua por una tarjea o conducto revestido de 845 metros, que llegaba hasta entrar al cárcamo donde estaba sentada una rueda. Además de las oficinas, tenía una huerta anexa al edificio, con 300 cepas de uva y un número similar de árboles frutales.

La expansión familiar se hizo visible cuando José compró, en 1713, otra hacienda cercana llamada Balvanera, que incluía tierras de riego y temporal, con ganado mayor y menor; su costo fue de 32 000 pesos, lo que denota la importancia de la finca. En 1743, Petra María de la Campa y Cos, esposa de José de Urtiaga -quien compró los oficios de Coronel, Alférez Real y Regidor de la ciudad-, adquirió en 3 000 pesos otro de los batanes colindantes, que fue construido por otro vecino, dueño de obraje y paisano, pues era nativo también de las Encartaciones de Vizcaya, llamado Domingo de la Sierra. En 1715 se le había aplicado a este batán un valor de 9 541 pesos, que en su mayor parte correspondía al edificio; el resto incluía los instrumentos y las deudas que reportaban varias personas por el trabajo aplicado a las telas enviadas.

El Batán y el río El Pueblito

En su Relación Peregrina, Navarrete llama a El Batán como río. Sin embargo, ya en el siglo XVIII a este cauce se le conoce como El Pueblito. De acuerdo con la Memoria Estadística del Estado de Querétaro, escrita por José Antonio Septién y Villaseñor y publicada en 1875, en el Distrito de Querétaro existían tres ríos: Querétaro, Juriquilla y El Pueblito. Este último se originaba en los cerros de Huimilpan y pasaba por la hacienda de Vegil, donde “se precipita por un despeñadero de cosa de 40 metros de profundidad, formando una cascada vistosísima”, a la que los lugareños nombran “Salto del Diablo”. El río se dirige después por las haciendas de Carranza, Lo de Casas, Venta de Xajay y Apapátaro; aumenta su corriente con las aguas de Arroyo Honde y la presa de Bravo.

Penetra hasta el Distrito del Centro por la hacienda de San Francisco Galileo -continúa el relato de Septién y Villaseñor-, la cual atraviesa y recoge en el Batán el agua de los manantiales que allí brotan en cantidad de diez a doce surcos, que en otro tiempo daban movimiento a una fábrica de hilados de algodón, un molino de trigo y un batán de paños, que existe aún. Enseguida pasa por la villa de Santa María del Pueblito, la cual deja a la margen derecha para entrar en la hacienda de Balvanera y continuar su curso hacia la Estancia de las Vacas. En este punto sale a la hacienda de Castillo, en territorio del estado de Guanajuato y, tras recorrer 50 kilómetros, se une al río Querétaro en Las Adjuntas.

Río El Pueblito.
Etiquetas: aguaBatánFernando de TapiaOTOMÍESrío

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