Norberto Alvarado Alegría
En una línea similar a la de Napoleón Bonaparte, enfermiza y errática, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), retornando de la campaña electoral del 2 de junio, ha aprovechado la debilidad política de la presidenta electa y la voracidad de una mayoría legislativa artificial para dar un sorprendente golpe de Estado. Apoyado por el ejército, la mafia, y algunos falsos profetas de la mal llamada Cuarta Transformación, que de revolución no tiene nada, AMLO ha logrado consolidar y extender más allá del sexenio su poder.
El día de ayer, con carácter de urgencia, la Cámara de Diputados Federal, actuando como un consejo de ancianos corrompidos, en un ambiente putrefacto, fue convocada para sofocar la presunta conspiración de juristas, juzgadores, y estudiantes de derecho contra el gobierno en turno. La camarilla que controla el Congreso decidió trasladarse y esconderse en una instalación deportiva, bajo pretextos falsos de seguridad y para garantizar la ya muy vapuleada libertad de expresión. Sin embargo, al día siguiente, el enano intelectual y sus secuaces secuestraron la Asamblea con el apoyo del ejército y la traición de los mismos que alguna vez se autodenominaron defensores de la democracia.
Aprovechando las intrigas, la falta de cohesión de la oposición, y la debilidad del Poder Judicial, el Ejecutivo Federal, en un arrebato infantil, logró que los diputados morenistas y sus aliados aprobaran la reforma constitucional en materia judicial, decretando así la muerte de la justicia, la libertad y la democracia en México. Las tres ministras que abiertamente defienden al régimen fascista, se disponen a ejecutar una parodia grotesca del triunvirato francés al interior de la Corte.
Inmediatamente después de la elección del 2 de junio, la reforma constitucional fue preparada con el patrocinio de la venganza y el berrinche de un presidente que se resiste a dejar el poder. Desde su miope perspectiva, estas medidas, destinadas a asegurar el orden social y acabar con la corrupción judicial, solo servirán para desterrar a los juristas y consolidar la popularidad del pseudo-Bonaparte mexicano, quien, con sus continuas apariciones públicas, se presenta como el salvador de la patria a costa de los derechos de los justiciables de hoy y del mañana.
Aunque en teoría la República cuenta con tres poderes -similar a los cónsules de la República francesa- solo el presidente en turno, ignorando a la próxima presidenta, ejercerá dicho poder, valiéndose de un truco legal para iniciar un sistema de justicia basado en la popularidad y no en la capacidad jurídica.
Este golpe de Estado, que inicialmente pretendía erradicar la corrupción y beneficiar al pueblo, acabará otorgándole a AMLO el título de “Emperador de los tontos” o Rey Ciego tras la elección del 2 de junio de 2024, ataviado con un traje que sólo él ve.
Durante mucho tiempo, hemos sido engañados cada mañana, identificando la transformación con un golpe de Estado silencioso. Karl Marx, en su obra El 18 de Brumario de Luis Bonaparte, relacionó el momento histórico con el cesarismo, que hoy llamamos autoritarismo fanático. Sin embargo, Marx nunca habría aceptado la aberración que vivimos hoy, pues la realidad de su tiempo y la nuestra no son comparables ni justificables debido a la distinta naturaleza de las clases en pugna.
Lo que seguirá será la traición y represión de las barricadas populares, y la guillotina pesará sobre la cabeza de Claudia y de cada incondicional hasta que la soga que las sostiene se rompa, ya sea por decreto, berrinche, o el propio peso de la historia. Acotación al margen: el lunes, la mayoría de Morena y sus aliados en el Congreso de la CDMX eliminaron el concepto de propiedad privada. Mientras tanto, en Venezuela, Maduro adelantó la Navidad al primero de octubre. Sin duda, estamos presenciando el inicio del Planeta de los Simios.
Doctor en Derecho