EL JICOTE
La pandemia permitió que el tiempo libre prolongado, privilegio de la clase económicamente poderosa, fuera ahora compartido por la masa trabajadora. A todos, ricos, clase medieros y pobres, nos abrió los ojos de que la existencia, hasta ahora organizada con el señuelo de elevar el nivel de vida, el más haber, debe organizarse para cuidar el género de vida, el mejor ser, es más, simplemente la prioridad es conservar el ser.
Si bien en cada clase social el encierro fue aprovechado de diversas maneras, en general los primeros días se dedicaron al descanso, pero posteriormente, nos encontramos ante un tiempo en el que podíamos hacer lo que se nos diera la gana. El cotejo de esa nueva circunstancia de libertad y tranquilidad con nuestra rutina diaria del pasado fue una reflexión insoslayable. El primer choque con la realidad fue el tiempo prolongado de convivencia con el círculo familiar y el descubrimiento de un mundo, para algunos prácticamente desconocido, de las jornadas domésticas. Mi sondeo no es muy científico y sistemático que digamos, es por los correos y memes de las redes sociales, y mi conclusión es que hubo un buen número de crisis familiares. Creo que todos descubrimos por qué se llamaba a la familia la “célula de la sociedad”, pues era el centro de las relaciones sociales de todo tipo, para mí la más impresionante es la educación. El trajín de la vida diaria actual impide que sea la familia el principal centro educador, antes, a lo más, se compartía con los amigos de los hijos la educación, que se resumía: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Ahora ya no educan solamente los padres, los amigos, la televisión, el internet, también los celulares, las aplicaciones, las series, los video juegos.
Un buen número de familias se separaron, pero hubo también algunas que revaloraron la convivencia familiar como un lugar para el desarrollo personal y el equilibrio emotivo. De una cosa estoy seguro, ya no es posible mantener la división tajante en las tareas domésticas; no es posible que los padres abdiquen su responsabilidad principal de educadores; no es posible dejar la familia como un asunto de fin de semana. Este cambio, que digo cambio, esta revolución, hará surgir otra crisis, la familia mexicana es esencialmente autocrática, el reclamo y la responsabilidad de estar más tiempo en casa, la puede convertir en una pequeña prisión, es necesario una nueva adaptación. Corresponderá a los padres hacer del hogar un lugar de un nuevo reencuentro y también de autonomía. Lo que exigirá reeducar a los padres, para que sean capaces de forjar de la familia un centro de interés para todos, donde por medio del diálogo se concilien los gustos, los géneros, las edades, las vocaciones.
El nuevo equilibrio al interior de los hogares, que ha propiciado la cuarentena, puede ser una oportunidad para convertir a la familia en una pequeña escuela de la democracia, que puede ser la base de la democratización del país. No seamos tampoco muy optimistas, simplemente estemos conscientes, que la extensión de la permanencia en la casa, auspiciará la posibilidad de platicar consigo mismo y con los otros, de conciliar y chocar, de replantear las nuevas tareas y responsabilidades, puede llevar al fortalecimiento de la unidad o a la desintegración familiar.