EL JICOTE
Imposible hablar del suicido y omitir el Hara Kiri, que es el ritual suicida de la cultura japonesa, significa “corte del vientre”. Se trata de un destripamiento, de quienes prefieren morir por sus propias manos, antes de vivir una vida con deshonra. El suicida se baña, se viste con elegancia, de preferencia con un kimono blanco. No se tira terribles rollos ni envían un mensaje a la afición japonesa o a los compañeros de partido, todo lo hacen en silencio. El suicida está sentado, utiliza una espada larga o una daga, se encaja en el bajo vientre y se sube, se baja o se tira en forma horizontal. Como podrá fácilmente imaginarse se provoca un súper retortijón y resulta tan doloroso, que en ocasiones el suicida recurre a un asistente, quien abrevia la agonía, cortándole la cabeza. Cada época, cada cultura genera un perfil especial de suicidas, los de moda son resultado del bullying, o el acoso escolar que, según la OMS es la primera causa de suicidio adolescente. Según la UNICEF la mitad de los adolescentes sufren violencia en las escuelas. Yo, por supuesto que me acuerdo, el buleador tenía dos años más que yo, le tenía que disparar la torta en el recreo y tenía que ingeniármelas para salir de la escuela, que era durísimo, algo así como salir de un penal de alta seguridad, y traerle un raspado de grosella, más de una ocasión al llevárselo pensé envenenarlo, sólo una vez me hice un poco de pipí y me puse pálido cuando dijo: “¿Qué le pasa al de los raspados? Ésto sabe a miados”. Sudé, pero afortunadamente lo distrajeron y yo salí corriendo. La más grave respuesta a la violencia recibida es la venganza contra otros compañeros. Tres buleados encontramos otra víctima. Era el “Gordo”, cuando sonaba el timbre para el recreo le impedíamos el paso. Nos veía complaciente y resignado, decía: “Ya llegó la banda de los gorrones” O de los hambreados, no recuerdo exactamente, el calificativo era su última pequeña venganza. Abría su casillero que le quedaba atrás, veía por la ventana e iniciaba un monólogo: “Hace calor, tenemos que buscar algo acidito” Metía la mano al casillero y sacaba un perón. Lo limpiaba cuidadosamente y lo veía contra la luz. Decía: “Es el perón exacto, no es muy dulce que le quitaría emoción al sabor ni muy verde, pues nos enfermaríamos”. Revolvía otra vez el casillero y sacaba una navaja Gillette filosísima y ponía una hoja blanca en su pupitre en calidad de mantel, Seguía: “No les voy a preguntar cómo lo quieren, pues se agarran en una discusión que acaba hasta el recreo”. Cortaba el perón en proporciones iguales. “La de fulano, con limón, que le gusta lo agrio, me parece demasiado. La de Llaca (yo) con chile piquín; la de perengano con mermelada, pues le gusta lo agridulce como a los gringos; yo solamente con sal”. Terminado el ritual, concluía: “Últimas recomendaciones. No tomen su rebanada hasta que yo les diga. Quítense del paso y déjenme salir. Vean un momento como quedó todo, qué bonitos colores. Comer es también ver”. Tomaba su parte y gritaba mientras salía: “¡Ahora!”. El hostigamiento puede ser físico, social, verbal. El nuestro era físico, el de ahora es más complejo y lleva a las masacres y luego al suicidio. Lo trataremos de analizar más delante. Por cierto, gracias “Gordo” donde quiera que te encuentres. Por tu culpa me hice antojadizo y tragón.