EL JICOTE
Cuando una amiga vio en mi escritorio libros de los más diversos temas, me dijo: “Eres como cecina suelta en el mercado, en cualquier gancho te atoras”. Su descripción me pareció poco elegante, aunque justifico mi dispersión intelectual en lo que decía Montesquieu: “Todo está relacionado con todo”. Esto viene a colación porque empecé a escribir sobre la última frase que pronunciamos en la agonía, pero ante la posibilidad de que se nos haga bolas el engrudo y no dijéramos nada para la historia, sugerí todo tipo de epitafios, pero resulta que ahora la mayoría de la gente ya no quiere que la entierren, es decir, ya no tienen tumba ni lápida, sino pide que la incineren. Una de las causas de esta decisión es lo caro que resulta morirse. A continuación algunos costos. Por supuesto los precios dependen del lugar, la clase económica y las costumbres de cada quien. Ahora sí, velorios como los del siglo pasado que duraban varios días, casi hasta que empezaba a apestar el difuntito, en los que había, misas, mariachis, banda y café con piquete, ya han desaparecido. Las instituciones como el IMSS e ISSSTE brindan los servicios de velación, salas de estancia, embalsamamiento y cremación. Es lo más barato y el paquete básico sale al menos entre cuatro mil pesos hasta ocho mil. Si a la vieja usanza quieren los servicios de un panteón, sale más del doble. Hace pocos años murieron dos familiares muy cercanos y pagué dos velorios en la agencia funeraria más conocida en la Ciudad de México. Sin ser de lo más lujoso, sino más bien término medio, el costo fue superior a los cien mil pesos. ¡Carísimo! Incluyó los trámites, el velatorio, el coffe break; los ataúdes iban desde los doce mil pesos a los cuarenta mil; hubo misa de cuerpo presente y la música de la misa, que era ineludible, pues mis dos parientes eran muy musicales, fue un violín, pero no me alcanzó para el coro; la urna para las cenizas, si mal no recuerdo me salió en treinta mil pesos. Conforme la empleada me daba los precios y yo ponía cara de retortijón en un congestionamiento de tránsito, me repetía: “Es el último gasto”; “Es el último gasto”. Así me ablandó y luego remató: “Puede pagar con tarjeta de crédito. Enséñeme las tarjetas que trae”. Prácticamente me pasó a la báscula. Concluyó: “Ni modo que no le ponga al menos dos coronas de flores, El ataúd se va a ver tristísimo. –repitió- Es el último gasto”, Dentro de mi pensaba va a ser el último gasto y mi última voluntad. Con voz apenas audible le dije: “Está bien”. Los nichos son carísimos, afortunadamente mi familia tenía ya uno en San Agustín, en Polanco. Me enteré que un nicho en la catedral ronda por arriba de los cien mil pesos y a perpetuidad los 250 mil pesos. El costo de las lápidas y los monumentos es según sea el material, pueden rondar entre diez mil y hasta cincuenta mil pesos. Con razón ya nadie escribe epitafios. En fin, les recomiendo que nos pongamos a ahorrar, como no es mi cualidad, creo que pediré a mis parientes que me incineren a pedazos en el horno de microondas, que se fijen bien que quede hecho cenizas no me vayan a dejar nomás sancochado. La otra posibilidad es que el gobierno de Querétaro cubra los gastos y me entierre en la rotonda de los hombres ilustres, aquí el pequeño problema es que si bien soy hombre, no soy ilustre. Mejor me pongo a ahorrar.