EL JICOTE
Tal vez como un reflejo condicionado de su larga carrera en la oposición, donde fue víctima de todo tipo de abusos del poder, pero el Presidente tiene una compulsiva vocación pugnaz. Parece siempre poseído del síndrome de bravero de barrio: ¿Qué me ves? ¿Soy o me parezco? Utilizó el Informe para zarandear a una oposición que él mismo sostiene está disminuida y extraviada, lo que representa, de principio, un absurdo lógico, por no decir una tontería. El Presidente dijo: “…ni los reclamos de nuestros adversarios, los conservadores que se oponen a cualquier cambio verdadero y están nerviosos o incluso fuera de quicio…” López Obrador, además de considerar que sus adversarios están “nerviosos” y “fuera de quicio”, los observa: “atónitos” “desagrupados”. También los califica como: “neoliberales” “conservadores”, “reaccionarios” y, últimamente se soltó el pelo y los llamó “hipócritas”. Después de incursionar en las tenebrosas tinieblas de las ofensas, se escucha como de chiste cuando también dijo en su Informe: “El gobierno actual representa a todos, a ricos y pobres, a creyentes y librepensadores, así como a todas las mexicanas y mexicanos al margen de ideologías, orientación sexual, cultura, idioma, lugar de origen, nivel educativo o posición socioeconómica”. Hubiera podido agregar: Mi gobierno representa a todos, salvo a mis adversarios, que me parecen absolutamente despreciables. El Presidente tiene un talante autoritario que se le desborda, pretende querer ignorar que la democracia se identifica con un ideal: la realización de los ciudadanos en libertad; pero también se le reconoce como un procedimiento: el derecho que tienen las minorías de organizarse y el respeto a sus críticas y discrepancias. Este lenguaje ofensivo e intolerante lo único que provoca es una respuesta equivalente, Vicente Fox convoca a “partirle la madre a la cuarta transformación”. Esto no parece el diálogo entre un Presidente y un ex Presidente, sino una discusión entre un chofer materialista y un carbonero. ¡De vergüenza! Agrega el Presidente: “Además, lo digo con respeto, (se abre un espacio para reírse) no quiero que se entienda como un acto de prepotencia o una burla, es lo que estoy percibiendo: están (sus adversarios) moralmente derrotados”. La ética tiene un contenido filosófico, la moral religioso. La religión es lo más profundo e íntimo del ser humano; lo más excelso, la matriz de donde proviene su amor y buena voluntad. Una derrota electoral no es igual a una derrota moral, que es la inferioridad de la misma condición humana. El problema del Presidente es que no reconoce a la oposición como un derecho y un rasgo de la democracia, por supuesto que no. Oponerse a su política es atentar contra la Patria misma, es un acto de herejía bíblica: “Los que no están conmigo, están contra mí”. Por eso afirmó, cual dedo de Yahvé: “Proceso” no se ha portado bien”; por eso despotricó contra los académicos que no apoyan la 4T. Amos Oz, lo resume: “La semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo”. Efectivamente, imposible dialogar con los dueños de la verdad, los súper limpios y súper sabios. ¡Guácatelas!