EL JICOTE
“Paracharazein” era una palabra terrible, que angustiaba a los griegos. Literalmente significa “desgaste de la moneda”. Sin embargo, Eurípides prefería aplicarla a la pérdida de respetabilidad del lenguaje de los políticos, pues consideraba que esto último era más grave que cualquier empobrecimiento material.
Es reconocido que los políticos se han superado, ya no mienten descaradamente, solamente utilizan un lenguaje eufemístico, es decir, las grandes tragedias y los grandes fracasos los envuelven en palabras que disminuyen los acontecimientos y los hacen aparecer como minucias que solamente teniendo cabida en una mentalidad muy tiquis miquis, de esa gente que no se les da gusto con nada.
Los colombianos, cuyo pueblo y los líderes políticos son reconocidos por su aprecio a la gramática, su clase en el poder se ha distinguido por los eufemismos. Cuando el ex Presidente Turbay fue exigido para que tomara medidas contra el despilfarro y la deshonestidad, aplicó de inmediato duras órdenes de austeridad, pero la corrupción no se detuvo, sino que al contrario se agravó, cuando le criticaron esa incongruencia, con rostro grave y ya hundido en el pragmatismo afirmó: “Era indispensable reducir la corrupción a sus justas proporciones”.
Pero quien se saca el premio mayor, ya no de eufemismo, sino de cinismo, fue el Presidente Colombiano José Manuel Marroquín (1899-1902), después de la “Guerra de mil días”, que dividió al país y Colombia perdió lo que hoy es Panamá, el Senado le reclamó semejante desastre, contestó tan campante: “¿Y qué más quieren? Me entregaron una República y yo les devolví dos”.
Nuestra democracia liberal hizo grandes aportaciones al lenguaje eufemístico, mientras en México el pueblo se hundía en la desesperación porque no había trabajo o el salario no alcanzaba, los políticos, con desdeñosa tosecita o viendo arriba del hombro afirmaban: la pobreza y el desempleo son simples mitos geniales; que la crisis económica se debía a que cuando a Estados Unidos le da pulmonía a nosotros nos da gripa; que la inflación galopante o la austeridad que llevaba apretarse los cinturones hasta casi la asfixia, se trataban de simples baches en la ruta de la prosperidad nacional. La Cuarta Transformación no se ha querido quedar atrás y dice “presente” en la difusión de mentiras rosas. Ahora se rasga las vestiduras y afirma que no hay “recesión”, sino que aclara, es “desaceleración”. ¡Por favor! No se confunda. Ojalá que esto conmueva a una actividad económica que está prácticamente paralizada. Pero otro eufemismo, este sí de concurso. El gobierno reconoció que hubo un subejercicio en el gasto público de 174 mil millones de pesos. Pero aclaró, no es “subejercicio”, no calumnien, son “ahorros”. Es toda una plaga en la clase política nacional, no reconocer que la confianza en la palabra es más importante que la confianza en la moneda.