EL JICOTE
El Estado abarca cada día más competencias, sólo para poner un ejemplo personal, desde antes de nuestro nacimiento ya estamos regulados y seguimos bajo su marco jurídico después de muertos. Ante un espectro tan absoluto de control de la vida personal y colectiva, todo gobierno tiene necesariamente claroscuros. De acuerdo con las encuestas la opinión pública inclina la balanza del lado positivo a favor del Presidente. No se trata de regatear esta importante legitimación, pero si vale la pena recordar que no es el único elemento de evaluación. El pueblo sabio llevó a la muerte a Sócrates y a Cristo, y aplaudió a Hitler y a Mussolini, más cercano a nuestra experiencia, Lázaro Cárdenas no fue un Presidente muy reconocido por sus contemporáneos y ahora es identificado como el mejor Presidente después de la Revolución. Quienes consideramos que la mejor forma de ayudar al país y al Presidente es destacando los prietitos en el arroz, debemos de reflexionar los motivos de la aprobación mayoritaria a su forma de gobernar. En entrega pasada abordamos los cambios estructurales e históricos que explican tan buena fama pública. Pero hay también otras decisiones francamente populistas, es decir, escenográficas, que despiertan juicios favorables, sin importar lo relativo y hasta lo negativo de la medida. El ejemplo más claro es la venta del avión presidencial, que era una auténtica majadería en un país con más de sesenta millones de pobres, y lo positivo que se recibió la determinación de López Obrador de viajar en líneas comerciales. Lo cierto es que el ahorro no existe ante lo que cuesta la renta del avioncito y, por si fuera poco, las molestias y peligros para quienes tienen la mala fortuna de viajar con el Presidente. En un breve recuento de lo que considero ha ganado la devoción presidencial, podemos señalar: la eliminación de las pensiones a los ex presidentes, todos convertidos en villanos perfectos; la apertura de Los Pinos y la transformación en un Centro Cultural amplios espacios de Chapultepec. De su estilo personal destacan su trabajo intenso y su cercanía con la gente, tanto físicamente, selfis incluidos, como en comunicación directa en las mañaneras. A la gente no le importa si éstas son una farsa donde no existe un auténtico diálogo, su entusiasmo se finca en lo que es una realidad: el Presidente da la cara. También estimula la aprobación presidencial la utilización de una retórica religiosa, concretamente cristiana. El Presidente exuda un lenguaje que la gente siente sincero y amoroso, aunque veces se le chisporrotea y dice que los pobres son como mascotas. Su tolerancia oscila entre encarnar al buen samaritano y luego transmutarse en furibundo inquisidor. Personalmente me pareció digno de aplauso el reconocimiento que hizo de personalidades de izquierda al incluirlos en la Rotonda de los Hombres Ilustres. Me atrevería a ponderar la euforia empalagosa de los morenistas por las encuestas. El gobierno otorga dinero, contante y sonante, dádivas, a cerca de 23 millones de personas. No critico esta forma de compensar los desequilibrios, pero no podemos irnos con la finta y pensar también que el Zócalo fue abarrotado por simpatizantes espontáneos. El amor pagado es dudoso, los apoyos de la clientela y el entusiasmo patrocinado, son igualmente sospechosos.