EL JICOTE
El virus ha cambiado las estructuras públicas, los hábitos sociales y la jerarquía de los valores personales, en este último caso para mí la lección más impactante ha sido la humildad. Que un micro organismo nos sacuda y nos ponga de rodillas es como para reconocer que no somos muy importantes y magníficos que digamos. Como género, grupo, etnia y más aún individualmente, estamos bastante limitados y somos esencialmente efímeros. Afirmaba Aristóteles que toda virtud, como es la humildad, es una cumbre entre dos abismos. En relación con la humildad ¿cuáles son estos abismos? En mi caso, ni humillación ante mis prójimos, o ante las prójimas, que es mi tendencia; ni menosprecio ni escarnio por lo que realmente soy.
Solamente si somos humildes podemos reconocer nuestra circunstancia, analizarla y superar esa sensibilidad que por el momento nos aterroriza y ser racionalmente más profundos. De que tenemos que cambiar no hay vuelta de hoja. Y son con estos nuevos ojos, conscientes de nuestras limitaciones y vulnerabilidad, que ahora debemos ver el mundo.
Varios son los frutos, a veces no muy dulces, de la humildad. El virus permitió conocernos en nuestros miedos, en la fugacidad y brevedad de la vida. Vale aceptarlo, es un sentimiento de impotencia que si nos aflojamos nos conduce a la depresión y a la tristeza. Obligada y resignadamente aceptemos que el destino es incontrolable y pocas veces previsible. Es inevitable que se despierte en nosotros ante esta fatalidad, al menos en mí con toda mi queretanidad a cuestas, la identificación de un ser superior, una fórmula matemática, una energía, una vibración cósmica. Sin darle muchas vueltas, el virus es la revancha de Dios.
La pandemia nos hace humildes también en un sentido más cívico y comunitario. En este naufragio está prohibido gritar: “Sálvese quien pueda”. En esta nave terrenal o nos salvamos todos o nos hundimos todos. Tendremos que convertirnos en seres más cooperativos y solidarios.
Después de todo, ahora, domados en nuestro orgullo, seremos más aptos para amar. Solamente si somos humildes seremos capaces de reconocernos como seres incompletos, olvidarnos de nosotros mismos para entregarnos a otro; solamente si somos humildes podemos aprender y evolucionar junto con el ser amado. Con humildad en el amor todo sacrificio se hace con alegría.
La humildad es una virtud democrática. Si somos humildes sabemos que no tenemos el monopolio de la verdad, lo que nos obliga, tanto a ser auto críticos, como a respetar la pluralidad y ejercitar la tolerancia. Algo valiosísimo, solamente con humildad podemos probar esa miel de los seres superiores: reírse de sí mismos.
Esta disposición a la humildad la debemos acompañar de coraje, de esa convicción y esa fuerza que nos permitirá salir de estas experiencias más fuertes y felices como seres humanos, como sociedad y como humanidad. Si unimos humildad y fuerza haremos renacer la esperanza en nosotros mismos, en nuestros prójimos. En la vida.