EL JICOTE
Soy un fracaso, he tratado de ponderar la soledad como algo que no tiene nada de malo, sino que es hasta necesaria, como podría ser el silencio para la armonía, la oscuridad para la luz o el insípido para el sabor en la comida. Pues nada, me dicen que se sabe de gente que después de leer o escuchar sobre el tema de la soledad entran en profunda depresión. Ya se tiene conocimiento de algunos que en una tentativa de suicidio se meten a un cuarto de hotel con mi artículo sobre la soledad, los informes de gobierno del Estado y las grabaciones de las conferencias mañaneras. Han podido salvarlos de la muerte inminente porque resultado de dolores intensos y agudos empiezan a gritar, los han descubierto mesándose los cabellos, con los ojos desorbitados y echando espuma por la boca. Los empleados de los hoteles, para evitar ser inoculados de venenos tan letales, mi artículo, los informes de gobierno y las conferencias mañaneras, antes de entrar a los cuartos preferían apagar la luz, ahora previamente desconectan la electricidad. Exageraciones aparte me escriben diciéndome: ermitaño, misántropo, amargado -eso dicen los de Morena-, antisocial. En desagravio me piden que escriba sobre los beneficios de la compañía.
En primer lugar nadie se basta a sí mismo, obviamente menos yo, que soy un comodino. La comunidad nos da identidad, permanencia. A través de ella me realizo y distingo mi diferencia. Me contagio de los fines comunes, el problema es que ahora las sociedades son tan heterogéneas que la identificación entre los intereses individuales y colectivos son cada día más difíciles, lo que provoca el aislamiento de muchos grupos y la soledad y agresión de una gran cantidad de individuos.
Les platico una anécdota, hace algunos años estaba en una ciudad de Estados Unidos en una parada de autobuses, de pronto hubo un alboroto y gente que corría, como buen chismoso queretano me quedé sin moverme y viendo para todos lados. Llegó un tipo con rostro deforme, horripilante, se paró frente a mí. Se llevó la mano a la cabeza y me ordenó; “Touch me “, Nervioso lo obedecí. Se puso la mano en el hombro y repitió la orden: “Touch me”. Lo hice. Pensé para mis adentros, mientras no me pida que lo toque en otro lado, no habrá problemas. Me ordenó que lo tocara en el pecho, también lo obedecí. Dibujó un rictus que identifiqué con una sonrisa, hizo una pequeña reverencia y se fue. Mientras se retiraba la gente le gritaba: “Loco” “loco”. Yo pienso que no lo era tanto, no hay mejor remedio para quien se siente mal en soledad que el contacto humano.