EL JICOTE
(Con gran afecto dedico este texto a mis amigos del grupo del Mole).
Nuestro sistema educativo, no sé si con razón, pone el acento en la información más que en la formación del educando. En las aulas no les preocupa especialmente analizar la idea de la felicidad personal, los problemas de un cambio de casa, el arte de amar o el otro arte superior, el de la ruptura del amor. Por supuesto tampoco les interesa incursionar en uno de los sentimientos más hermosos y complejos de la vida: la amistad. En la escuela a lo más que podemos aspirar es a que nos enseñen cómo ganarnos la vida pero no cómo ni para qué vivirla. Toda esta reflexión se me vino porque estaba en un café y escuché a unos jóvenes presumir: “Tengo ciento cincuenta amigo, es poco, le decía el otro, ya pasé de los trescientos”. Yo que tengo amigos como dedos en la mano y creo que me sobran dedos, me sentí un miserable solitario, especie de Robinson Crusoe urbano. Me pregunté ¿Sabrán estos chavos lo que es la amistad? Permítanme dudarlo. Les comparto lo que pensaba Aristóteles.
No es gratuito que Aristóteles inicie su estudio de la amistad con una reflexión sobre la adulación, pues efectivamente, uno de los mayores problemas de la amistad es la crítica a los amigos. El enemigo es el que niega las dotes evidentes y se regodea con los defectos, la amistad sincera, reconoce la cualidad del amigo, pero no adula, no concede méritos que realmente no se tienen, pues bien decía Solón: “El adulador es un enemigo oculto”.
Nuestra cultura indolora y vanidosa repercute en la amistad. Me impresiona lo que se escriben los jóvenes en sus correos: “Te ves guapísima, ¿qué maquillaje estás usando?”. No importa que esté como para ganar un casting de una película de monstruos de Guillermo del Toro; “Estás hecho un galán con ese traje de baño, esta dieta sí te está sirviendo. Pásala”. Sin importar que el sujeto se vea como el ballenato keiko en traje de baño. Otro. “¡Qué envidia, qué padre se la están pasando, se ven felices”. No importa que ella tenga una risita apenas de la Gioconda y él aparezca con un rostro como la pintura de Munch, El grito. Si están fotografiados de lo más simple: “Lucen muy relajados y descansados. ¡Qué padre!”. Sin reconocer lo que es obvio, él aparece con los ojos hinchados como López Obrador en las entrevistas mañaneras y ella luce unas ojeras que envidiaría la misma Sheinbaum. Esto de la adulación obligada, fomentada por las selfies y la apología del narcisismo, enemigos acérrimos de la crítica, que a veces duele, diluyen una de los grandes bendiciones de la amistad: contar con gente cercana que nos quiere y que en forma prudente, discreta y propositiva nos señalan nuestros posibles defectos y errores. Estos amigos se preocupan por ser positivos, imparciales, objetivos, respetuosos. Listos para infundirnos ánimo cualquiera que sea nuestra decisión. Sin esta actitud, en ocasiones incómoda y difícil para todos, la amistad no sirve para nada.