EL JICOTE
Representa un absurdo para la historia que López Obrador, que llegó al poder por el voto de la sociedad, denigre a la sociedad civil. Es como alguien que afirma ser vegetariano y se dedica a desacreditar a la dieta de frutas y verduras. Igualmente es incomprensible que el Presidente haga apología de las “sabias redes sociales” y las acuse de conservadoras reaccionarias. Es adorar a Drácula y hablar pestes de la moronga. Y ojalá que el Presidente ya no insista en estas incongruencias, pues se me están acabando las comparaciones mamilas, pero que creo son ilustrativas de la paradoja. La “parajoda” diría el recordado Germán Dehesa.
La lógica puesta de cabeza, pero si le rascamos descubrimos su mecanismo político. El populismo define su perfil en forma antagónica a todo poder que no provenga de su facción. La cuarta transformación supone que los treinta millones de votos le dan derecho a que todos los otros grupos se sometan, se integren y se cuadren ante su poder. El líder populista tiene un rechazo automático a cualquier otro poder intermediario, por supuesto a las organizaciones de la sociedad civil. Bien se dice, el populismo tiene una actitud adánica o de conquistador cósmico, su anhelo es que donde pone su planta de la transformación nunca antes haya sido hollado por ningún ser humano ni institución pública ni civil.
Este rechazo a la sociedad civil significa una vocación y una actitud claramente autoritaria, prueba de ello es que el número de organizaciones de la sociedad civil en los países se considera como una variable de la madurez democrática. Cuando éstas no son reconocidas desbordan al mismo Estado, es el caso de las autodefensas.
De la misma forma que en la economía es necesaria la inversión privada en la defensa de la naturaleza y en la lucha contra la corrupción es fundamental la participación de los ciudadanos. Ya no es sólo una cuestión de vocación democrática sino de eficiencia. No hay, ni habrá, suficientes inspectores del gobierno para la defensa de la ecología como para la denuncia de la deshonestidad. Y si a esta realidad sumamos que las autoridades responsables de la aplicación de la ley son cómplices de sus compañeros de partido en el gobierno, la única salida es revalorizar a la sociedad civil. Por algo el Banco Mundial afirma: “La corrupción sólo se puede controlar cuando los ciudadanos dejan de tolerarla y participan en la lucha en contra de ella”.
Se dice que las campañas políticas se hacen en poesía y se gobierna en prosa, el señor gobernador Francisco Domínguez durante su campaña se comprometió con un gran poema, la creación, impulso y apoyo a lo que representaría un gran avance en la lucha contra la corrupción; una controlaría social. Ya de gobernador ha venido la prosa, en este caso el prosaico olvido de este compromiso.